El Estado Creativo de la Mente.
9ª Conversación en Saanen 13 de Agosto de 1961
Esta es la última plática de esta reunión. Durante estas pláticas hemos abarcado muchísimas cuestiones, y creo que esta mañana deberíamos considerar qué es una mente religiosa. Quisiera profundizarlo bastante, porque creo que sólo una mente así puede resolver todos nuestros problemas, no sólo los problemas políticos y económicos, sino los mucho más fundamentales de la existencia humana. Antes de entrar en esto, creo que debemos repetir lo que ya hemos dicho: que una mente seria es la que está dispuesta a ir a la raíz misma de las cosas y descubrir lo que es verdad y lo que es falso en ellas; que no se detenga a medio camino y no se deje distraer por ninguna otra consideración. Espero que esta reunión haya demostrado suficientemente que hay al menos unos pocos bastante capaces y serios para hacer esto.
Creo que todos estamos muy familiarizados con la actual situación del mundo, y no necesitamos que se nos diga de los regaños, la corrupción, las desigualdades sociales y económicas, la amenaza de guerras, la constante amenaza de Oriente contra Occidente, etc. Para comprender toda esta confusión y producir claridad, me parece que tiene que haber un cambio radical en la mente misma, y no sólo reformas de remiendos o un mero ajuste. Para pasar a través de toda esta confusión, que no está sólo fuera de nosotros, sino también dentro, para contender con todas las crecientes tensiones y exigencias, uno necesita una revolución radical en la psiquis misma, necesita tener una mente enteramente distinta.
Para mí, revolución es sinónimo de religión. Con la palabra ‘revolución’ no me refiero a los cambios económicos o sociales inmediatos, sino que quiero decir una revolución en la conciencia misma. Todas las demás formas de revolución, sea comunista, capitalista o lo que queráis, son sólo reaccionarias. Una revolución en la mente, que significa la destrucción completa de lo que ha sido, de modo que la mente sea capaz de ver lo que es verdad sin distorsión, sin ilusión, esa es la vía de la religión. Creo que la mente real y verdaderamente religiosa existe, puede existir. Creo que, si uno lo profundiza, puede descubrirlo por sí mismo. Una mente en verdad religiosa es la que ha derribado, destruido todas las barreras, todas las mentiras que le han impuesto la sociedad, la religión, el dogma, la creencia, y que ha ido más allá para descubrir lo que es verdad.
Entremos, pues, ante todo en la cuestión de la experiencia. Nuestros cerebros son el resultado de la experiencia de siglos; el cerebro es el depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y el conocimiento acumulados, no podríamos funcionar en absoluto como seres humanos. La experiencia, la memoria, es evidentemente necesaria en un cierto nivel. Pero creo que es también bastante obvio que toda experiencia basada en el condicionamiento del conocimiento, de la memoria, tiene que ser limitada, y por lo tanto la experiencia no es un factor de liberación. No sé si habréis siquiera llegado a pensar en esto.
Toda experiencia está condicionada por la experiencia pasada. No hay pues experiencia que sea nueva; siempre está ella coloreada por el pasado. En el proceso mismo de experimentar, existe la distorsión que surge del pasado, siendo el pasado el conocimiento, la memoria, las diversas experiencias acumuladas, no sólo del individuo, sino también de la raza, de la comunidad. Ahora bien, ¿es posible negar toda esa experiencia?
No sé si habéis indagado la cuestión de la negación, qué significa negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del conocimiento, negar la autoridad de la experiencia, de la memoria, de los sacerdotes, de la iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la psiquis. Sólo hay dos medios de negación para la mayoría de nosotros: por el conocimiento o por la reacción. Negáis la autoridad del sacerdote, de la iglesia, de la palabra escrita, del libro, ya sea porque habéis estudiado, indagado, acumulado otros conocimientos, o bien porque no os gusta y reaccionáis contra ello. Sin embargo, la verdadera negación implica ¿no es así? que negáis sin saber lo que va a pasar, sin ninguna futura esperanza. Decir, ‘no sé lo que es verdad, pero esto es falso’ es, por cierto, la única negación verdaderas porque esa negación no parte del conocimiento calculado, no parte de la reacción. Después de todo, si sabéis a lo que os conduce vuestra negación, entonces es meramente un intercambio, una cosa del mercado; y, por lo tanto, no tiene nada de verdadera negación.
Creo que uno tiene que comprender esto un poco para penetrar en ello bastante profundamente, porque quiero descubrir, mediante la negación, qué es la mente religiosa. Me parece que por la negación puede uno descubrir lo que es verdadero. No podéis descubrir lo que es verdadero por la afirmación. Tenéis que dejar la pizarra completamente limpia de lo conocido antes de poder descubrir.
Vamos, pues, a averiguar qué es la mente religiosa mediante la denegación, es decir, por la negación, por el pensar negativo. Y es obvio que no hay indagación negativa si la negación se basa en el conocimiento, en la reacción. Espero que esto sea bastante claro. Si niego la autoridad del sacerdote, del libro, de la tradición, porque no me gusta, esa no es más que una reacción, porque entonces sustituyo lo que he negado por alguna otra cosa; y si niego porque tengo suficientes conocimientos, hechos, información, etc., entonces mi conocimiento se convierte en mi refugio. Pero hay una negación que no es resultado de la reacción ni del conocimiento, sino que viene de la observación, de ver una cosa como es, lo que de hecho ella es; y esa es verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas las suposiciones, de todas las ilusiones, autoridades, deseos.
¿Es, pues, posible negar la autoridad? No me refiero a la autoridad del policía, de la ley del país, y todo eso; eso es tonto, falto de madurez, y nos llevaría a la cárcel; sino que me refiero a la negación de la autoridad impuesta profundamente por la sociedad sobre la psiquis, sobre la conciencia; negar la autoridad de toda experiencia, de todo conocimiento, de manera que la mente se halle en un estado de no saber lo que será, sino sólo saber lo que no es verdadero.
Sabréis, si habéis seguido esto hasta aquí, que ello os da un asombroso sentido de integración, de no estar desgarrado entre conflictivos y contradictorios deseos; ver lo que es verdadero, lo que es falso, o ver lo verdadero en lo falso, os da un sentido de real percepción, de claridad. Habiendo destruido todas las seguridades, los temores, las ambiciones, vanidades, visiones, propósitos, todo, la mente se encuentra entonces en un estado de completa soledad, libre de influencias.
Ciertamente, para descubrir la realidad, para hallar a Dios o como queráis llamarlo, la mente ha de estar sola, no influenciada, porque una mente así es entonces pura, y una mente pura puede seguir adelante. Cuando hay completa destrucción de todas las cosas que ha creado dentro de sí como seguridad, como esperanza y como resistencia contra la esperanza lo que es desesperación-, etc., entonces viene ciertamente un estado libre de temor, en el que no hay muerte. Una mente que esta sola, vive por completo, y en ese vivir hay un morir a cada minuto; y por lo tanto, para esa mente no hay muerte. Es realmente extraordinario si habéis penetrado en esto; descubrís por vosotros mismos que no existe eso de la muerte; sólo hay ese estado de pura austeridad de la mente que está sola.
Esta soledad no es aislamiento, no es encerrarse en alguna torre de marfil; no es el sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás, olvidado, disipado y destruido. Una mente así conoce, pues, lo que es destrucción; y tenemos que conocer la destrucción, porque de lo contrario no podremos hallar nada nuevo. Y ¡cómo nos espanta destruir todas las cosas que hemos acumulado!
Hay un proverbio sánscrito que dice: ‘Las ideas son las hijas de mujeres estériles’. Y creo que la mayoría de nosotros se satisface con ideas. Podéis considerar las pláticas que hemos tenido como un intercambio de ideas, como un proceso de aceptar nuevas ideas y desechar las viejas, o como un proceso de negar ideas nuevas y aferrarse a las antiguas. No estamos ocupándonos en absoluto de ideas. Tratamos de hechos; y cuando a uno le interesan los hechos, no hay ajuste; o lo aceptáis o lo rechazáis. Podéis decir: ‘no me gustan esas ideas, prefiero las antiguas, voy a vivir a mi manera’; o bien podéis marchar con el hecho. No podéis comprometeros, no podéis ajustaros; la destrucción no es ajuste. El ajustarse, el decir: ‘tengo que ser menos ambicioso, no tan envidioso’, no es destrucción. Y, ciertamente, tiene uno que ver la verdad de que la ambición, la envidia, es fea, estúpida, y tiene uno que destruir todos esos absurdos. El amor nunca se ajusta. Es sólo el deseo, el miedo, la esperanza, los que se ajustan. Es por eso que el amor es cosa tan destructora, porque rehúsa adaptarse o conformarse a una norma.
Empezamos, pues, a descubrir que cuando hay destrucción de toda la autoridad que, en su deseo de estar seguro interiormente, el hombre ha creado por sí mismo, entonces hay creación. La destrucción es creación.
Entonces, si habéis abandonado las ideas, y no os estáis ajustando a vuestra propia norma de existencia, o a una nueva norma que a vuestro juicio está creando el que habla si habéis llegado hasta ahí- hallaréis que el cerebro puede y tiene que funcionar sólo con respecto a las cosas exteriores, responder sólo a las demandas exteriores; por lo tanto, el cerebro se aquieta por completo. Esto significa que la autoridad de sus experiencias ha terminado, y por lo tanto no puede ya crear ilusión. Y para descubrir lo que es verdad es esencial que cese el poder de crear ilusión en cualquier forma. Y el poder de crear ilusión es el poder del deseo, el poder de la ambición, de querer ser esto y no querer ser aquello.
Así, el cerebro tiene que funcionar en este mundo con la razón, con cordura, con claridad; pero interiormente ha de estar completamente en calma.
Nos dicen los biólogos que el cerebro ha tardado millones de años en llegar a su actual etapa de desarrollo, y que seguirá desarrollándose por millones de años. Ahora bien, la mente religiosa no depende del tiempo para su desarrollo. Desearía que pudierais seguir esto. Lo que quiero significar es que cuando el cerebro que debe funcionar respondiendo a la existencia exterior- se vuelve tranquilo interiormente, entonces ya no existe el mecanismo de la acumulación de experiencia y conocimiento, y, por lo tanto, interiormente está completamente quieto, pero lleno de vida, y entonces puede saltar los millones de años.
Para la mente religiosa, pues, no hay tiempo. El tiempo sólo existe en ese estado de una continuidad que se mueve hacia otra continuidad y realización. Cuando la mente religiosa ha destruido la autoridad del pasado, las tradiciones, los valores impuestos sobre ella, entonces es capaz de estar sin tiempo. Entonces está por completo desarrollada. Porque, después de todo, cuando habéis negado el tiempo habéis negado también todo desarrollo a través del tiempo y del espacio. Mirad, esto no es una idea; no es una cosa para jugar con ella. Si habéis pasado por esto, sabéis lo que es, os halláis en ese estado; pero si no habéis pasado por ello, entonces no podéis simplemente recoger estas ideas y jugar con ellas.
Veis, pues, que destrucción es creación; y en la creación no hay tiempo. La creación es ese estado en que el cerebro, habiendo destruido todo el pasado, está completamente quieto, y por lo tanto en ese estado en que no hay tiempo ni espacio en que crecer, expresar, devenir. Y ese estado de creación, no es la creación de las pocas personas dotadas: los pintores, los músicos, escritores, arquitectos. Sólo la mente religiosa es la que puede hallarse en un estado de creación. Y la mente religiosa no es la que pertenece a alguna iglesia, alguna creencia, algún dogma: esto sólo condiciona la mente. Ir a la iglesia todas las mañanas y adorar esto o aquello no os convierte en una persona religiosa, aunque la sociedad respetable pueda aceptaros como tal. Lo que hace religiosa a una persona es la destrucción total de lo conocido.
En esta creación hay un sentido de belleza; una belleza no compuesta por el hombre; una belleza que está más allá del pensamiento y del sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento no son más que reacciones; y la belleza no es una reacción. Una mente religiosa tiene esa belleza que no es la mera apreciación de la naturaleza, de las encantadoras montañas y del rumoroso arroyo, sino un sentido de belleza del todo diferente-, y con ella va el amor. No creo que podáis separar la belleza y el amor. Ya sabéis, para la mayoría de nosotros, el amor es una cosa penosa, porque con él siempre vienen los celos, el odio y los instintos posesivos. Pero este amor de que hablamos es el estado de la llama sin el humo.
A sí, la mente religiosa conoce esta destrucción completa, total, y lo que significa hallarse en un estado de creación el cual no es comunicable. Y con él existe el sentido de belleza y amor, que son indivisibles. El amor no puede dividirse en divino y físico. Es amor. Y con él va naturalmente no es necesario decirlo- un sentido de pasión. No puede uno llegar muy lejos sin pasión, siendo la pasión intensidad. No es la intensidad de querer cambiar algo, de querer hacer algo, la intensidad que tiene una causa, de modo que cuando elimináis la causa desaparece la intensidad. No es un estado de entusiasmo. La belleza sólo puede existir cuando hay una pasión que es austera; y la mente religiosa, hallándose en este estado, tiene una peculiar cualidad de fuerza.
Como sabéis, para nosotros la fuerza es resultado de la voluntad, de muchos deseos entretejidos en la trama de la voluntad. Y esa voluntad es, en la mayoría de nosotros, una resistencia. El proceso de resistir algo o de perseguir un resultado desarrolla la voluntad, y esa voluntad suele llamarse fuerza. Pero la fuerza de que hablamos no tiene nada que ver con la voluntad; es una fuerza sin causa. No puede ser utilizada, pero sin ella nada puede existir.
De modo que, si uno ha ido así profundamente descubriendo por sí mismo, entonces existe la mente religiosa; y ella no pertenece a ningún individuo. Es la mente, la mente religiosa, aparte de todos los esfuerzos humanos, demandas, afanes individuales, compulsiones, etc. Hemos estado describiendo sólo la totalidad de la mente, que puede parecer dividida por el uso de palabras diferentes; mas es una cosa total, en la cual todo esto está contenido. Por consiguiente, una mente religiosa semejante puede recibir aquello que no es medible por el cerebro. Eso es innombrable; no puede contenerlo ningún templo, ningún sacerdote, ninguna iglesia, ningún dogma. Es mente en verdad religiosa la que niega todo eso y vive en aquel estado.
Pregunta: ¿Puede adquirirse la mente religiosa por la meditación?
Krishnamurti: Lo primero que hay que comprender es que no podéis adquirirla, no podéis obtenerla, no puede ella producirse por medio de la meditación. Ninguna virtud, ningún sacrificio, ninguna meditación, nada del mundo puede comprar esto. Para que eso sea, tiene que cesar totalmente este sentido de alcanzar, de realizar, de ganar, de comprar. No podéis utilizar la meditación. Aquello de que he estado hablando es meditación. La meditación no es un medio para algo. Descubrir en todos los momentos de la vida cotidiana qué es verdadero y qué es falso, es meditación. La meditación no es algo por cuyo medio escapáis, algo en lo que conseguís visiones y toda clase de grandes emociones eso es autohipnosis, cosa sin madurez, pueril. Mas el vigilar todos los momentos del día, ver cómo opera vuestro pensamiento, ver funcionar el mecanismo de la defensa, ver los temores, las ambiciones, las codicias y envidias, vigilar todo esto, indagarlo todo el tiempo, eso es meditación, o parte de la meditación. Sin poner el buen cimiento no hay meditación, y poner el buen cimiento es estar libre de ambición, de codicia, de envidia y todas las cosas que hemos creado para nuestra autodefensa. No tenéis que acudir a nadie para que os diga qué es la meditación o para que os dé un método. Lo puedo descubrir muy sencillamente vigilándome, lo ambicioso que soy o que no soy. No me lo tiene que decir otro; lo sé. Arrancar la raíz, el tronco, el fruto de la ambición, verla y destruirla totalmente es absolutamente necesario. Como veis, queremos llegar muy lejos sin dar el primer paso. Y hallaréis que si dais el primer paso, ese es el último. No hay otro paso.
Pregunta: ¿Es verdad que no podemos utilizar la razón para descubrir lo que es verdadero?
Krishnamurti: Señor, ¿qué entendemos por razón? La razón es pensamiento organizado, como la lógica es ideas organizadas ¿no es así? Y el pensamiento, por muy ingenioso, por amplio y bien informado que sea, es limitado. Todo pensamiento es limitado. Vos mismo lo podéis observar, esto no es alguna cosa nueva. El pensamiento nunca puede ser libre; es una reacción, una respuesta de la memoria; es un proceso mecánico. Puede ser razonable, cuerdo, lógico, pero es limitado. Es como las computadoras electrónicas. Mas el pensamiento nunca puede descubrir lo que es nuevo. El cerebro, a través de los siglos, ha adquirido, ha acumulado experiencias, respuestas, recuerdos; y cuando esa cosa piensa, está condicionada, y portero no puede descubrir lo nuevo. Pero cuando ese cerebro ha comprendido todo el proceso de la razón, de la lógica, del inquirir, del pensar no rechazando eso sino comprendiéndolo entonces queda en calma. Ese estado de quietud puede entonces descubrir lo que es verdadero.
Señor, la razón os dice que debéis tener líderes. Habéis tenido lideres políticos o religiosos. Ellos no os han llevado a ninguna parte, excepto a mayor miseria, más guerras, mayor destrucción y corrupción.
Pregunta: Uno ve lo absurdo de condenar exterior e interiormente, pero sigue condenando. ¿Qué va uno, pues, a hacer?
Krishnamurti: Cuando decimos: ‘veo que no tengo que condenar’, ¿qué queremos decir con esa palabra ‘veo’? Por favor, seguid esto algo despacio. Estoy examinando la palabra ‘veo’. ¿Qué queremos significar con ella? ¿Cómo vemos una cosa? ¿Vemos el hecho a través de las palabras? Cuando digo ‘veo que es absurdo condenar’, ¿lo veo? ¿O es que estoy viendo las palabras ‘no debo condenar’? No veo el hecho real de que el condenar no lleva a ninguna parte ¿verdad? No sé si me estoy expresando claramente. La palabra ‘puerta’ no es la puerta ¿verdad? La palabra no es la cosa; y si confundimos la cosa con la palabra, entonces no la vemos. Mas si podemos apartar la palabra, podremos mirar la cosa misma. Si veo todo lo que implica el catolicismo, el comunismo si veo la cosa no la palabra , entonces la he comprendido, he terminado con ella. Pero si me aforra a la palabra, entonces la palabra es un impedimento para ver.
La mente, pues, debe estar libre de la palabra, para ver el hecho. Tengo que ver el hecho de que la condenación, de cualquier clase que sea, impide a la mente el ver realmente algo. Si sólo condeno la ambición, no veo toda la anatomía, la estructura de la ambición. Si la mente quiere comprender la ambición, tiene que cesar de condenar; tiene que haber la percepción del hecho, sin resistirlo, sin negarlo. Entonces el ver el hecho tiene su propia acción. Si veo el hecho de toda la estructura de la ambición, entonces el hecho mismo revela a la mente lo absurdo, la dureza, la naturaleza infinitamente destructiva de la ambición; y la ambición se desprende; no tengo que hacer nada al respecto.
Y si veo, íntimamente, la plena significación de la autoridad, si la estudio, si la vigilo, si penetro en ella, jamás rechazando, jamás aceptando, sino viendo, entonces la autoridad se extingue.
El Estado Creativo de la Mente.
9ª Conversación en Saanen 13 de Agosto de 1961
Jiddu Krishnamurti, El Estado Creativo de la Mente, conversaciones de J. Krishnamurti en Europa. Incluidas en el libro “There is No Thinker, only Thought”. Jiddu Krishnamurti en español.