El Estado Creativo de la Mente.
12ª Conversación en Londres 28 de Mayo de 1961
Esta es la última plática de la presente serie, y hemos estado considerando durante todas las reuniones en que hemos estado juntos, qué actitud o acción es necesaria para hacer frente al reto de un mundo que es a tal extremo confuso y destructivo. Está en marcha por todas partes un proceso de destrucción, de degeneración, no sólo dentro de la sociedad, sino también dentro del individuo. Hay una ola de deterioro que siempre parece alcanzarnos. Hay muchas divisiones entre la gente, no sólo económicamente sino también racial y religiosamente. Hay terrible sufrimiento y miseria por todo el Oriente, no sólo en lo material sino también en lo emocional, en lo psicológico; hay tensión, conflicto, confusión por todas partes.
Considerando todo esto, me parece que es necesaria una mente por completo nueva; no una mente reacondicionada, no una mente que haya sido reeducada por los comunistas, los capitalistas, los cristianos o los hindúes, sino una mente del todo nueva. Y hemos estado considerando la manera de crear esta mente nueva.
Hemos abordado esto virtualmente desde todos los puntos de vista, exterior e interiormente, y hemos visto, creo, que cuanto más tratamos de cambiar la mente desde fuera por la propaganda, que es lo que son la mayoría de las religiones, o por la presión económica o social- más condicionada está la mente, tanto más superficial, vacía, torpe, insensible se vuelve. Es bastante evidente, creo, para cualquiera que haya observado siquiera estas cosas, que una mente que esté condicionada, consciente o inconscientemente, una mente influida, por muy sutilmente que sea, es del todo incapaz de hacer frente a los muchos problemas que surgen en la moderna civilización.
Creo que la mayoría de nosotros, en lo interior, psicológicamente, somos muy insignificantes y estrechos, estamos atiborrados de información y conocimientos. Y tenemos tantos problemas los de las relaciones, los que surgen en nuestras vidas diarias, qué hacer y qué no hacer, qué creer y qué no creer, la eterna búsqueda de comodidad, de seguridad y de una evasión del sufrimiento que cuando uno ha contemplado ampliamente todas estas cosas, parece quedar muy poca esperanza. Por eso, es obvio que lo necesario, lo eminentemente deseable y esencial, es la calidad de una mente del todo nueva; porque ahora, cualquier cosa que toquemos suscita un nuevo problema.
Así pues, como decíamos en nuestra última reunión, es necesaria una mente religiosa. Y podemos ver ¿no es así? que una mente religiosa es la que se ha purgado de todas las creencias, de todos los dogmas, que es capaz de una percepción interna, de una comprensión que produce cierta calma, quietud. Y, estando quieta interiormente, hay una intensa percepción de todo lo exterior a ella. Esto es, como ha comprendido todos los conflictos, frustraciones, perturbaciones, inquietudes, sufrimiento, dentro de sí misma, y está por lo tanto en calma, se vuelve intensamente activa en lo exterior, en cuanto todos los sentidos están vitalmente despiertos, capaces de observar sin ninguna distorsión, de seguir todos los hechos sin parcialidad.
Así, la mente religiosa, no sólo es capaz de observar las cosas exteriores con claridad, lógica y precisión, sino que, por el autoconocimiento, se ha calmado interiormente, con una calma que tiene movimiento propio. Y dijimos que esa mente religiosa esta, por consiguiente, en un estado de constante revolución. No hablamos de ninguna forma de revolución parcial, de revolución comunista, socialista o capitalista. En general, los capitalistas no quieren revolución alguna, pero los otros sí; y su clase de revolución es siempre parcial: económica, etc. En tanto que una mente religiosa produce una revolución total, no sólo por dentro sino también por fuera; y creo que es la revolución religiosa, y no otra, la que puede resolver los muchos problemas de la existencia humana.
Y ¿qué puede hacer una mente así? ¿Qué podemos vos y yo, como dos individuos, hacer en este mundo monstruoso, loco? No sé si habéis pensado alguna vez sobre esto. ¿Qué puede hacer una mente religiosa?
Hemos explicado con toda claridad que una mente religiosa no es cristiana, hindú o budista, ni pertenece a alguna vana secta, ni a alguna sociedad con fantásticas creencias e ideas; sino que una mente verdaderamente religiosa ha percibido interiormente su propia validez, la verdad de sus propias percepciones, sin distorsión, y por lo tanto es capaz de pensar lógica, racional, cuerdamente los problemas que surgen, sin dejar nunca que arraigue ningún problema. Desde el momento en que se deja que un problema eche raíces en la mente, hay conflicto; y donde hay conflicto está en marcha el proceso del deterioro, no sólo exteriormente, en el mundo de las cosas, sino también interiormente, en el de las ideas, de los sentimientos, los afectos.
¿Qué puede, pues, hacer la mente religiosa? Probablemente muy poco, porque el mundo, la sociedad, están compuestos de personas que son ambiciosas, codiciosas, adquisitivas, que son fácilmente influenciables, que quieren pertenecer a algo, que quieren creer, y que se han comprometido a ciertas formas de pensamiento y normas de acción. No podéis cambiarlas, salvo mediante la influencia, la propaganda, ofreciéndoles nuevas formas de condicionamiento. Pero la mente religiosa les está diciendo que se despojen por completo, interiormente, de todo. Porque es sólo en la libertad que puede uno descubrir lo que es verdadero y si hay verdad, Dios. La mente creyente jamás puede descubrir lo que es verdadero ni si hay Dios; sólo la mente libre es la que puede descubrir. Y para ser libre tiene uno que traspasar todas las servidumbres que la mente se ha impuesto y que la sociedad ha creado en su derredor. Esta es una ardua tarea; requiere gran penetración, exterior e interiormente.
Después de todo, la mayoría de nosotros somos presa del sufrimiento. Todos sufrimos de uno u otro modo, en lo física en lo intelectual e interiormente. Somos torturados, y no torturamos a nosotros mismos. Conocemos la desesperación y la esperanza, y todas las formas del miedo; y en este vórtice de conflictos y contradicciones, realizaciones y frustraciones, anhelos, celos y odio, la mente está presa. Como está presa, sufre, y todos sabemos lo que es ese sufrimiento: el sufrimiento que trae la muerte, el sufrimiento de una mente insensible, el sufrimiento de una mente que es muy racional, intelectual, que conoce la desesperación porque todo lo ha desmenuzado y no queda nada. Una mente que sufre da nacimiento a diversos tipos de filosofías de la desesperación; escapa hacia diversas avenidas de esperanza, seguridades, confortación, hacia el patriotismo, la política, la argumentación verbal y las opiniones. Y para una mente que sufre siempre hay una iglesia, una religión organizada, ya preparada, esperando recibirla y volverla aún más embotada por el consuelo que le ofrece.
Todo esto lo sabemos; y cuanto más pensamos sobre todo ello, tanto más tensa se vuelve la mente, y no hay camino de salida. Materialmente podréis hacer algo con respecto al sufrimiento, tomar una píldora, ir a un médico, tomar mejor alimentación; mas, al parecer, no hay salida de todo ello más que por la evasión. Pero la evasión embota mucho la mente. Puede ella ser aguda en sus argumentaciones, en su actitud defensiva; pero la mente que escapa es siempre miedosa, porque tiene que proteger aquello hacia lo cual ha escapado, y todo lo que protegéis, lo que poseéis, evidentemente engendra miedo.
El sufrimiento, pues, sigue; conscientemente podremos deshacernos de él, pero inconscientemente está ahí, ulcerando, corrompiendo. Y ¿puede uno librarse de él del todo, por completo? Creo que ésa es la pregunta correcta; porque si preguntamos cómo se libra uno del sufrimiento, entonces el ‘cómo’ crea una norma de lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo cual significa seguir la ruta de la evasión en vez de hacer frente a toda la cuestión, a la causa y el efecto del sufrimiento mismo. Me gustaría, pues, antes de empezar a discutir, entrar en esta cuestión.
El sufrimiento pervierte y desvía la mente. El sufrimiento no es el camino hacia la verdad, la realidad, Dios o el nombre que os guste darle. Hemos tratado de ennoblecer el sufrimiento, diciendo que es inevitable, que es necesario, que trae comprensión, y todo eso. Pero la verdad es que cuanto mas intensamente sufrís, tanto más anheláis escapar, crear una ilusión, hallar una salida. Me parece pues que una mente cuerda, sana, tiene que comprender el sufrimiento y estar por completo libre de él. ¿Y es esto posible?
Ahora bien, ¿cómo va uno a comprender la totalidad del sufrimiento? No nos estamos ocupando meramente de una clase de sufrimiento por el que podáis estar pasando, o esté pasando yo; hay, como sabemos, muchas clases de sufrimiento. Pero nosotros estamos hablando del sufrimiento como un todo, hablamos de la totalidad de algo; y, ¿cómo comprende o siente uno el todo? Espero estar explicándome con claridad. Por la parte nunca puede uno sentir el todo, pero si uno comprende el todo entonces la parte puede ocupar su lugar, entonces la parte tiene sentido.
Pero, ¿cómo siente uno el todo? ¿Comprendéis lo que quiero decir? Sentir, no simplemente como ingles, sino sentir el total de la humanidad; sentir, no sólo la belleza del campo inglés, que es hermoso, sino la belleza de toda la tierra; sentir el amor como un todo, no sólo el amor por mi esposa e hijos, sino su sentimiento total; conocer el sentimiento total de la belleza, no la de un cuadro enmarcado en la pared, o la sonrisa de una bonita cara, o una flor o un poema, sino ese sentimiento de la belleza que está más allá de todos los sentidos, de todas las palabras, más allá de todas las expresiones. ¿Cómo lo siente uno?
No sé si os habréis hecho alguna vez esa pregunta. Porque, como sabéis, nos satisfacemos muy fácilmente con un cuadro en la pared, con nuestro jardín particular, con un árbol que hemos escogido en el campo. Y, ¿cómo llega uno a sentir esta totalidad de la tierra y los cielos, y la belleza de la humanidad? Sabéis lo que quiero decir: el sentido hondo de esto.
Voy a profundizar en esto, si tenéis la bondad de seguirlo; pero dejémoslo a un lado por el momento. Dejaremos que la pregunta se cocine, se resuma lentamente, que siga desarrollándose, y la abordaremos de otra manera distinta.
Una mente que está en conflicto, en combate, en guerra consigo misma, se embota; no es una mente sensible. Ahora bien, ¿qué es lo que la hace sensible, no sólo para una o dos cosas, sino sensible como un todo? ¿Cuándo es sensible, no sólo para la belleza, sino para la fealdad, para todo? Sólo lo es, seguramente, cuando no hay conflicto, es decir, cuando; la mente está en quietud interior y es, por lo tanto, capaz de observar todo lo exterior, con todos sus sentidos. Pero ¿qué es lo que crea conflicto? Y hay conflicto, no sólo en la mente consciente, superficial la que es terriblemente consciente de sus propios razonamientos, de su propio conocimiento, de sus realizaciones técnicas, etc.- sino también en la mente; recóndita, subconsciente, que probablemente, si acaso uno se da cuenta, está a punto de ebullición todo el tiempo. ¿Qué crea pues conflicto? Os ruego que no respondáis, porque el mero análisis mental o investigación psicológica no resuelve el problema. El examen verbal puede mostrar intelectualmente las causas del sufrimiento, pero nosotros estamos hablando de estar totalmente libres de él. Tenemos pues que experimentar mientras estamos hablando, y no permanecer en el nivel verbal.
Lo que crea conflicto es obviamente el tironeo en diferentes direcciones. Un hombre completamente entregado a algo, está por lo general perturbado, desequilibrado; no tiene conflicto: él es eso. Un hombre que cree completamente en algo, sin una duda, sin una pregunta, que está por completo identificado con aquello en que cree, no tiene conflicto, no tiene problema. Ese es más o menos el estado de una mente enferma. Y a la mayoría de nosotros nos gustaría poder identificarnos así con nosotros mismos, estar tan entregados a algo que no haya más problema. La mayoría de nosotros, por no haber comprendido todo el proceso del conflicto, sólo querernos eludirlo. Pero, como lo hemos señalado, el eludirlo sólo trae nueva desdicha.
Así pues, comprendiendo todo eso, me hago esta pregunta, y por lo tanto os la hago a vosotros también: ¿qué es lo que crea conflicto? Y el conflicto implica no sólo los deseos contradictorios, las contradictorias voluntades, temores y esperanzas, sino toda contradicción.
¿Por qué existe, pues, la contradicción? Por favor, espero que estéis atendiendo, a través de mis palabras, a vuestras propias mentes y corazones. Espero que estéis utilizando mis palabras como una puerta por la que estáis mirando, escuchándoos a vosotros mismos.
Una de las mayores causas de conflicto es que hay un centro, un ego, el yo, que es el residuo de toda memoria, de toda experiencia, de todo conocimiento. Y ese centro está siempre tratando de ajustarse a lo presente, o de absorber el presente en sí mismo siendo el presente el hoy, todos los momentos del vivir, en que están incluidos reto y respuesta. Está perpetuamente traduciendo todo aquello con que se encuentra, en términos de lo que ya ha conocido. Lo que ha conocido es todo el contenido de los muchos millares de ayeres, y con ese residuo trata de enfrentar el presente. Por consiguiente modifica el presente, y en el proceso mismo de la modificación, lo ha cambiado, y así crea el futuro. Y, en este proceso del pasado que interpreta el presente y así crea el futuro, el yo, el ‘sí mismo’, el centro queda atrapado. Eso es lo que somos.
De modo que la fuente del conflicto es el experimentador, y lo que él está experimentando ¿no es así? Cuando decís, ‘os amo’, u ‘os odio’, siempre existe esta división entre vosotros y aquello que amáis u odiáis. Mientras haya una separación entre el pensador y el pensamiento, el experimentador y la cosa experimentada, el observador y lo observado, tiene que haber conflicto. División es contradicción. Ahora bien, ¿puede esta división ser salvada, de modo que seáis lo que veis, que seáis lo que sentís?
Veamos antes muy claramente que, mientras haya división entre el pensador y el pensamiento, tiene que haber conflicto, porque el pensador siempre trata de hacer algo con respecto al pensamiento, trata de cambiarlo, de modificarlo, de controlarlo de dominarlo; trata de volverse bueno, de no ser malo, etc. Mientras exista esta división, que engendra conflicto, tiene que haber este trastorno de la existencia humana, no sólo dentro, sino también fuera.
Pero, ¿hay un pensador aparte del pensamiento? ¿Estoy exponiendo la cuestión con claridad? ¿Es el pensador una entidad separada, algo distinto, algo permanente, separado del pensamiento? ¿O es que sólo hay pensamiento, el cual crea al pensador, porque entonces puede dar a éste permanencia? ¿Me seguís? El pensamiento es impermanente, se halla en constante estado de flujo; y a la mente no le gusta estar en estado de flujo, quiere crear algo permanente, en que pueda estar segura. Pero, si no hay pensamiento, no hay pensador ¿verdad? No sé si habéis experimentado alguna vez con esto, si habéis pensado siquiera en esta dirección, o investigado todo el proceso del pensar y quién es el pensador. El pensamiento ha dicho que el pensador es supremo, que existe el alma, el yo superior, y así ha dado al pensador una morada permanente; pero todo eso sigue siendo resultado del pensamiento.
Así pues, si uno observa ese hecho, si uno realmente lo percibe, entonces no hay centro.
Mirad, esto puede ser bastante sencillo de decir verbalmente; pero es muy difícil indagarlo, verlo, vivenciarlo. Creo que la fuente del conflicto es esta división entre el pensador y el pensamiento. Esta división crea conflicto; y una mente en conflicto no puede vivir, en el más alto sentido de esa palabra; no puede vivir totalmente.
No sé si habéis observado alguna vez que, cuando tenéis un sentimiento muy intenso, de belleza o de fealdad, provocado desde fuera o despertado interiormente, en ese inmediato estado de intenso sentimiento no hay, en el instante, ningún observador, ninguna división. El observador aparece sólo cuando ese sentimiento ha disminuido. Entonces se produce todo el proceso de la memoria; decimos entonces: ‘tengo que repetirlo’ o ‘tengo que evitarlo’, y el proceso del conflicto empieza. ¿Podemos ver la verdad de esto? Y ¿qué entendemos por ‘ver’? ¿Cómo veis la persona que está sentada en la plataforma? No sólo veis visualmente, sino también intelectualmente; estáis viendo esa persona a través de vuestra memoria, de vuestro agrado y desagrado, a través de vuestras diversas formas de condicionamiento; y por lo tanto no estáis viendo, ¿verdad? Cuando realmente veis algo, veis sin nada de eso. ¿No es posible mirar una flor sin nombrarla, sin ponerle un rótulo: simplemente mirarla? Y, cuando oís algo bello no sólo música organizada, sino la nota de un pájaro en un bosque- ¿no es posible escucharlo con todo vuestro ser? Y del mismo modo, ¿no puede uno percibir realmente algo? Porque si la mente es capaz de percibir, de sentir de hecho, entonces sólo hay el experimentar, y no el experimentador; entonces hallaréis que el conflicto, con todas sus desdichas, esperanzas, defensas, etc., termina.
Cuando veis toda la verdad de algo, cuando veis la verdad de que el conflicto cesa solamente cuando no hay división entre el observador y lo observado, cuando de hecho experimentáis ese estado, sin introducir en él todas las huestes de la memoria, todos los ayeres, entonces el conflicto cesa. Entonces estáis siguiendo los hechos, y no estáis enredados en la división que la mente hace entre el observador y el hecho.
El hecho es que soy estúpido, que estoy aburrido, atado a la torpe rutina de la existencia diaria. Eso es un hecho, pero no me gusta; de modo que hay una división. Aborrezco lo que estoy haciendo, de modo que se pone en marcha el mecanismo del conflicto, con todas las defensas, las evasiones y las desdichas que implica. Pero el hecho es que mi vida es una cosa fea, que es superficial, vacía, brutal, dominada por el hábito.
Ahora bien, sin crear este sentimiento de división, y, por tanto, conflicto, ¿puede la mente limitarse a seguir el hecho; seguir toda la rutina, los hábitos; seguirlo sin tratar de cambiarlo? Eso es percepción, en el sentido en que estamos usando esa palabra. Y hallaréis que el hecho nunca es estático, nunca está quieto. Es una cosa en movimiento, viviente; pero la mente querría volverlo estático, y por lo tanto surge el conflicto. Os amo, quiero aferrarme a vos, poseeros; pero vos sois una cosa viva, os movéis, cambiáis, tenéis vuestro propio ser; y así, hay conflicto, y de esto viene sufrimiento. Y ¿puede ver la mente el hecho y seguirlo? Lo cual implica, en realidad, una mente muy activa, viva e intensa exteriormente, y sin embargo quieta por dentro. Una mente que no esté absolutamente quieta por dentro no puede seguir un hecho, porque éste es muy rápido. Y sólo una mente así es capaz de este proceso, capaz de seguir todo hecho sin cesar tal como se presenta, sin decir que el hecho debería ser esto o que debería ser aquello, sin crear la división, el conflicto y la desdicha. Sólo una mente así corta de raíz todo sufrimiento.
Entonces veréis, si habéis ido hasta ahí no en espacio y tiempo sino en comprensión- que la mente llega a un estado en que está completamente sola.
Como sabéis, para la mayoría de nosotros, estar sólo es una cosa terrible. No estoy hablando ahora del sentimiento de soledad, que es cosa diferente. Caminar solo, estar solo con alguien o con el mundo, estar solo con un hecho. Solo, en el sentido de una mente que no está influida, una mente que ya no está presa en el ayer, una mente que no tiene futuro, que ya no está buscando, que ya no tiene miedo: sola. Una cosa que es pura está sola; una mente que está sola conoce el amor, porque ya no está enredada en los problemas del conflicto, de la desdicha y la realización. Únicamente una mente así es nueva, religiosa. Y quizá sólo una mente así pueda curar las heridas de este mundo caótico.
Interlocutor: ¿Queréis hablarnos un poco más sobre lo que es el amor?
Krishnamurti: Hay dos cosas implicadas en esto, ¿no es cierto? Hay la definición verbal según el diccionario, cosa que no es el amor, obviamente. La palabra ‘amor’ no es el amor, como tampoco la palabra ‘árbol’ es el árbol. Eso es una cosa, y en eso están incluidos todos los símbolos, las palabras, las ideas sobre el amor. La otra es que únicamente podéis hallar el amor por la negación, sólo podéis descubrirlo a través de la negación. Y para descubrir, la mente tiene antes que librarse de la esclavitud a las palabras, las ideas y los símbolos. Esto es, para descubrir, tiene uno que eliminar todo lo que ha conocido sobre el amor. ¿No tenéis que eliminar todo lo conocido si queréis descubrir lo desconocido? ¿No tenéis que barrer todas vuestras ideas, por bellas que sean, todas vuestras tradiciones, por nobles que sean, para descubrir qué es Dios, para descubrir si hay Dios? Dios, esa inmensidad, tiene que ser incognoscible, no medible por la mente. De modo que el proceso de medición, comparación y reconocimiento debe ser descartado por completo, si uno quiere descubrir.
Del mismo modo, para saber, vivenciar, sentir lo que es el amor, la mente ha de estar libre para descubrir. Debe estar libre para sentirlo, para estar con él, sin la división del observador y lo observado. La mente ha de destruir por completo las limitaciones de la palabra; debe ver toda la implicación de la palabra: el amor pecaminoso y el amor divino; el amor que es respetable y el que es impuro; todos los edictos sociales, las sanciones y los tabúes que hemos puesto en torno a esa palabra. Y hacer eso amar a un comunista, amar a la muerte es una labor enormemente ardua, ¿no es así? Y el amor no es lo opuesto del odio, porque lo que es opuesto forma parte de su opuesto. Amar, comprender la brutalidad que existe en el mundo, la brutalidad del rico y del poderoso; ver una sonrisa en el rostro de un pobre hombre mientras vais por el camino, y ser feliz con esa persona: probad a hacerlo alguna vez, y veréis. Amar requiere una mente que esté siempre purgándose de las cosas que ha conocido, experimentado, acopiado, reunido, a las que se ha apegado. Así que no hay descripción de esa palabra; sólo hay su sentimiento, su totalidad.
Interlocutor: En otras palabras, en ese momento uno es amor.
Krishnamurti: Me temo que no, señor, porque no existe un momento conocido, que sea ‘ese momento’. No existe el proceso de reconocer que sois amor. ¿No habéis estado alguna vez irritado; no habéis odiado jamás a alguien? ¿Decís, en ese momento: ‘soy eso’? No hay un momento reconocible, ¿verdad? Sois eso por completo.
Interlocutor: Cristo nos enseñó cómo amar, en sus palabras: ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’.
Krishnamurti: Por favor, señor, espero poder decirlo de manera que no comprendáis mal. Para descubrir qué es verdadero, no puede haber autoridad, no puede haber maestro, ni seguidor. La autoridad del libro, del profeta, del salvador, del gurú, tiene que terminar por completo, totalmente, si uno ha de descubrir cómo amar al prójimo. No hay enseñanza, y si la hay y la seguís, entonces la enseñanza ha dejado de serlo. ¿Qué diferencia hay entre el dictador y el sacerdote que está lleno de poder y autoridad?
Interlocutor: Ninguna.
Krishnamurti: No es bueno limitarse a responderme, señor. Esa no era una pregunta retórica. Al fin y al cabo, todos tenemos autoridades: la del profesor que sabe, la del médico, la del policía, la del sacerdote o la autoridad de nuestra propia experiencia. Se requiere una mente inteligente para ver dónde es mala la autoridad; y evitar la autoridad es sumamente difícil. Ello significa percibir la autoridad completa, su totalidad, la malignidad del poder, ya sea en el político como en el sacerdote, en el libro, o vuestra propia autoridad sobre la esposa, el marido. Y cuando lo veis, cuando lo sentís en realidad por completo, entonces ya no sois un seguidor. Sólo una mente así es capaz de descubrir qué es verdadero, porque estando libre puede percibir el hecho. Para percibir el hecho de que odiáis, no necesitáis autoridad; lo que necesitáis es una mente que esté libre de temor, libre de la opinión, y que no condene. Todo esto requiere arduo trabajo. Vivir con algo hermoso o con algo feo requiere intensa energía. ¿Habéis observado que el aldeano, el montañés que vive en una magnifica montaña, ni siquiera la ve? Se ha acostumbrado a ella. Pero, para vivir con algo sin acostumbrarse nunca a ello, tiene uno que ser muy intenso, para tener aquella energía. Y esa energía viene cuando la mente está libre, cuando no hay temor ni autoridad.
Interlocutor: ¿Es un proceso de pensamiento el proceso de depurar la mente
Krishnamurti: ¿Puede jamás ser puro el pensamiento? ¿No es todo pensamiento impuro? Como el pensamiento nace de la memoria, está ya contaminado. Por lógico y racional que sea, está contaminado, es mecánico. Por consiguiente no hay tal pensamiento puro, o pensamiento ‘libre’. Mas, para ver la verdad de eso, se requiere indagar todo el proceso de la memoria, lo que implica ver que la memoria es mecánica, basada en muchos ayeres. El pensamiento nunca puede hacer pura a la mente; y ver ese hecho es la purificación de la mente. Por favor, no aprobéis ni desaprobéis. Penetrad en ello, id tras de ello, como vais tras el dinero, la posición, la autoridad y el poder: Poned el diente en ello; de eso sale una mente maravillosa, una mente depurada, inocente, fresca, una cosa que es nueva, y por eso en estado de creación, y por lo tanto, en revolución.
Interlocutor: ¿Queréis decirnos qué ocurre en el momento de percibir ‘lo que es’?
Krishnamurti: Puedo daros una descripción de ello, pero ¿os ayudará? Veámoslo. El hecho es que odiamos, que somos celosos, envidiosos. Y vosotros lo condenáis, diciendo: ‘no debo’, de modo que hay una división. Ahora bien, ¿qué es lo que crea división? Ante todo, la palabra. La palabra ‘celos’ es en sí misma separativa, condenatoria. La palabra es invención de la mente enredada en el conocimiento de siglos, e incapacitada por consiguiente para mirar el hecho sin la palabra. Pero cuando la mente mira el hecho sin condenación esto es, sin la palabra- entonces el sentimiento no es lo mismo que la descripción verbal, no es la palabra. Tomad la palabra ‘belleza’ ¡Todos parecéis susurrar cuando esa palabra se menciona! Para la mayoría de nosotros la belleza es cosa de los sentidos. Es además descriptiva: ‘es un hombre de agradable aspecto’, ‘¡qué feo edificio!’ Hay comparación: ‘esto es más hermoso que aquello’. Siempre se usa la palabra para describir algo que percibimos a través de los sentidos, lo manifestado, como el cuadro, el árbol, el cielo, una estrella, una persona.
Ahora, ¿hay belleza sin la palabra, más allá de la palabra, más allá de los sentidos? Si preguntáis al artista dirá que sin la expresión, la belleza no existe; pero ¿es así? Para descubrir lo que es la belleza, su inmensidad, su totalidad, tienen que vivificarse los sentidos, hay que ir más allá de las cosas que hemos rotulado como belleza y fealdad. No sé si estáis siguiendo todo esto. De la misma manera, seguir un hecho como los celos requiere una mente que le conceda plena atención. Cuando ve uno el hecho, en la percepción misma de él, en el instante en que lo veis, los celos han desaparecido, se han ido por completo. Pero nosotros no queremos la desaparición total de los celos. Se nos ha enseñado a gustar de ellos, a vivir con ellos, y creemos que si no hay celos no hay amor.
De modo que se necesita atención, observación, para seguir un hecho. Y ¿qué pasa después? Lo que ocurre cuando estáis efectivamente observando es mucho más importante que el resultado final. ¿Comprendéis? El observar mismo es mucho más importante que estar libre del hecho.
Interlocutor: ¿Puede haber pensar sin memoria?
Krishnamurti: Dicho de otro modo: ¿Hay pensamiento sin la palabra? Como sabéis, esto es muy interesante si penetráis en ello. ¿Está utilizando el pensamiento el que habla? El pensamiento, como la palabra, es necesario para la comunicación, ¿no es así? El que habla tiene que usar palabras: palabras inglesas para comunicarse con vosotros los que entendéis el inglés. Y las palabras provienen de la memoria, evidentemente. Pero, ¿cuál es la fuente? ¿Qué es lo que está detrás de la palabra? Voy a decirlo de otro modo.
Hay un tambor; da un tono. Cuando el parche está tenso en el grado debido, lo golpeáis y da el tono correcto, que podéis reconocer. El tambor, que está vacío, en la debida tensión, es como puede ser vuestra mente. Cuando hay la debida atención y hacéis la debida pregunta, entonces da la respuesta correcta. La respuesta puede ser en términos de la palabra, de lo reconocible; pero lo que sale de ese vacío es seguramente creación. La cosa que se crea partiendo del conocimiento es mecánica; pero la que sale del vacío, de lo desconocido, eso es el estado de creación.
El Estado Creativo de la Mente.
12ª Conversación en Londres 28 de Mayo de 1961
Jiddu Krishnamurti, El Estado Creativo de la Mente, conversaciones de J. Krishnamurti en Europa. Incluidas en el libro “There is No Thinker, only Thought”. Jiddu Krishnamurti en español.