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Temor, Placer y Dolor

6ª Conversación

20 de julio de 1967

Sigamos platicando juntos de todo el complejo problema del temor. Creo que deberíamos tener en cuenta que nuestro interés no se limita a los cambios periféricos, sino que abarca más bien una revolución radical en la psiquis misma; tenemos que comprender la estructura psicológica, no sólo de la sociedad en que vivimos, sino también la nuestra propia y nuestra naturaleza. Ambos, la sociedad y nosotros mismos, no estamos separados. Somos la sociedad, y, viviendo en un mundo tan confuso, tan antagónico y en guerra, tenemos que producir una revolución en nosotros mismos. Esta es la cuestión primordial en todo tiempo. Cuanto más se interesa uno, no simplemente en el cambio superficial, en el mundo, en su desdicha, sus diabluras, sino que se interesa en realidad en la propia estructura y naturaleza, me parece que tanto más tiene que volverse serio en grado sumo. Somos serios sobre ciertas cosas que nos dan mucho placer, mucha satisfacción, queremos ir tras ese placer a toda costa, ya sea sexual o una realización ambiciosa, o alguna clase de complacencia.

Pero muy pocos de nosotros somos serios en el sentido de ver todo el problema de la existencia, los conflictos, las guerras, las ansiedades, las desesperanzas, la soledad dolorosa, el sufrimiento. Ser serio sobre esas cuestiones fundamentales significa continua atención a ellas, no un simple interés esporádico, no el interés que presta Vd. ocasionalmente cuando tiene un problema que le está atormentando. Esta seriedad ha de ser nuestro trasfondo desde el cual pensamos, vivimos y obramos; de lo contrario, desperdiciamos la vida discutiendo interminablemente cosas que en realidad no importan, lo cual es un gran derroche de energía. Cuanto más serio sea uno en lo interior, tanta mayor madurez tendrá. La madurez no es ciertamente cuestión de edad. No es cuestión de acumular muchísimas experiencias o de adquirir muchos conocimientos. La madurez no tiene nada que ver con la edad y el tiempo, sino que llega más bien con esta cualidad de la seriedad. Semejante madurez sólo es posible cuando hay un más amplio y profundo conocimiento de sí mismo.

¿Hay que dejar esta cualidad de la madurez al tiempo, a las circunstancias, a la inclinación, o bien a una particular forma de tendencia? ¿Es como una fruta que se sazona durante el verano y está lista para caer en el otoño, tomando su tiempo, muchos días de lluvia, sol, tiempo nublado y frío; y luego después de toda la adversidad del clima, está lista para que se la lleven? ¿Es esta madurez una cuestión de adversidad? Yo creo que no hay tiempo que perder y que uno ha de madurar de manera inmediata, no de manera biológica o psicológica, sino de modo interno, en sazón completa, total ¿Es ésa una cuestión de adversidad, experiencia, conocimiento, tiempo, etc.? Creo que se trata de una importante pregunta que debemos hacernos a nosotros mismos, porque, desgraciadamente, maduramos bastante temprano en lo biológico, y morimos en lo físico antes de haber comprendido todo el significado de la vida.

Pasamos los días en lamentaciones, recuerdos, en crear imágenes de nosotros mismos. ¿Traerá esto madurez? ¿O es que la madurez es algo inmediato, no tocado para nada por el tiempo? Por favor, hágase a sí mismo esta pregunta, porque no estamos aquí simplemente para escuchar conversaciones, para discusiones interminables, intercambio verbal y amontonamiento de palabras, sino que estamos aquí, me parece, y digo esto con humildad, no para acumular conocimiento y experiencia, sino más bien para ver cosas directamente y de modo inmediato, como son. Creo que en eso está el carácter de la madurez, en la que no hay engaño, falta de honradez, duplicidad mental, duplicidad en las normas. Hemos de vernos en efecto como somos, sin ningún temor, sin las imágenes que hemos formado sobre nosotros mismos; cada uno de nosotros tiene una imagen de lo que deberíamos ser, tenemos una idea de que somos grandes, o bien muy poco interesantes, embotados o mediocres; o nos parece que somos extraordinariamente afectuosos, superiores, llenos de discernimiento, o conocimiento. Estos cuadros que tenemos sobre nosotros mismos niegan del todo la percepción de lo inmediato, de «lo que es». Hay conflicto entre la imagen y «lo que es», y me parece que la madurez es un estado de mente en que la imagen no existe y en que sólo existe «lo que es»; en eso no hay conflicto de ninguna especie. Una mente en conflicto carece de madurez, tanto si el conflicto es con la familia, con uno mismo, con deseos, con las propias ambiciones, las propias realizaciones. El conflicto, a cualquier nivel, indica desde luego una mente inmatura, sin sazón, sin claridad. Una mente que siempre esté buscando, pidiendo, esperando, nunca puede ser madura.

Al discutir juntos esta cuestión de temor, hemos de tener en cuenta que no se trata simplemente de un temor, no es una simple forma particular del temor, de la cual uno está prisionero, sino que es el temor mismo que se expresa de maneras distintas. El deseo cambia de objeto; cuando uno es joven, quiere toda clase de cosas agradables, placenteras, sensuales, y a medida que uno avanza en edad, el deseo cambia de objeto, sé vuelve cada vez más complejo, pero sigue siendo el mismo, aunque el objeto cambie. Del mismo modo, sólo existe el temor, no las variedades de los temores. Cuando estudiemos esta cuestión del miedo, hemos de tener en cuenta que hay que ver la totalidad del temor y no su fragmentación. Puede uno tener miedo del vecino, de la esposa, de la muerte, del sentimiento de soledad, de la vejez, de no haber amado nunca, o nunca saber lo que es el amor ni lo que es esta sensación de completo abandono, pues sólo hay belleza en el total abandono de sí mismo. Sin conocer todo esto, tiene uno miedo, no sólo de lo conocido, sino también de lo desconocido. Tiene que considerar el miedo de manera total, no los miedos fragmentarios de los cuales es uno prisionero.

La cuestión es, pues: «¿Puede uno percibir la totalidad del temor? ¿Puede ver el temor por completo y no sus diversos aspectos?» Yo puedo tener miedo a la muerte y Vd. puede tenerlo al sentimiento de soledad, otro puede temer no llegar a ser famoso, o vivir una vida muy fastidiosa, solitaria, drogada, fatigosa, una rutina. Puede temer muchas cosas, y nos Inclinamos a desear que pudiéramos resolver cada temor separadamente, uno por uno. Semejante deseo me parece falto de madurez, porque sólo el temor es uno.
¿Puede ver la mente la totalidad del temor y no simplemente sus diversas formas? ¿Comprende Vd. mi pregunta? Pero ¿cómo será posible ver la totalidad del temor y también estos diversos aspectos suyos: la estructura central y la naturaleza del temor, así como también su fragmentación, como el miedo a la oscuridad, el miedo a caminar sin compañía, el miedo a la esposa o al marido, o el de quedar sin trabajo? Si yo puedo comprender la naturaleza central del temor, entonces debo poder examinar todos los detalles, mas si me limito a mirar los detalles, entonces nunca llegaré a la cuestión central.

La mayoría de nosotros, cuando hay temor, tendemos a escapar de él o reprimirlo, someterlo a control, o acudimos a alguna forma de evasión. No sabemos cómo mirar. No sabemos cómo vivir con ese temor. Los más de nosotros, por desgracia, tememos algo, desde la infancia hasta que morimos, viviendo en una sociedad tan corrupta; la educación que recibimos engendra este temor. Considere su particular clase de temor, si es que llega Vd. a darse cuenta, observe sus reacciones, mírelo sin ningún movimiento de escape, de justificación o represión, simplemente mírelo. Yo puedo tener un particular miedo a la enfermedad. ¿Puedo mirarlo sin ningún temor sin ninguna evasión, ninguna esperanza, simplemente mirarlo?

Creo que «la manera de mirar» es muy importante. Todo el problema reside en las palabras «mirar, ver y escuchar». ¿Puedo mirar un temor sin la palabra que lo causa? ¿Puedo mirar sin la palabra que suscita el miedo, como la palabra «muerte»? La palabra misma provoca temblor, angustia, lo mismo que la palabra «amor» tiene su propio estremecimiento, su propia imagen. ¿Puedo mirar ese temor sin la palabra, sin ninguna reacción, justificación, aceptación o negativa? ¿Puedo limitarme a mirarlo? Sólo puedo mirarlo cuando la mente está muy callada, lo mismo que sólo puedo escuchar lo que Vd. está diciendo cuando mi mente no está charlando, dialogando consigo misma. Sólo entonces puedo escuchar por completo lo que Vd. está diciendo. Si yo continúo mi propio coloquio, con mis propios problemas, mis ansiedades, seré incapaz de escucharle. Del mismo modo, ¿puedo mirar un temor, o cualquier problema que tenga, puedo simplemente mirarlo sin tratar de resolverlo, sin tratar de crear valor y todo lo demás, puedo limitarme a observarlo? Se puede observar una nube, un árbol o un movimiento del río con una mente bastante callada, porque es algo que no es muy importante para cada uno de nosotros; más cuando hay temor, desesperanza, cuando uno está en directo contacto con el sentimiento de soledad, con los celos, con un feo estado de esa clase, entonces ¿puede limitarse a mirarlo tan por completo, con la propia mente tan callada, que pueda en realidad ver?

Una mente callada no se cultiva; una mente forzada a callar está estancada, no tiene hondura, amplitud ni belleza. Mas cuando es Vd. formalmente y quiere ver por completo el temor ya no quiere vivir con él, porque es una cosa terrible; usted ha tenido temor, tiene que saber cómo tuerce y retuerce, como ensombrece los días. Cuando se vuelve Vd. serio, intenso, es como vivir con una serpiente en su habitación, observa Vd. todo movimiento, es sensible, muy sensible al menor ruido que haga. Para observar el temor, tiene que vivir con él, tiene que conocer y comprender todo su contenido, su naturaleza, estructura y movimiento. ¿Puede uno vivir de esta manera con el miedo? ¿Ha tratado alguna vez de vivir así con cualquier cosa, con Vd. mismo primero, con su esposa o su marido? Si ha tratado de vivir consigo mismo, empezará a ver que Vd. no es una situación estática, es una cosa viva; para vivir con esa cosa, su mente ha de estar viva también, no puede estarlo si está presa en opiniones, juicios y valores. Vivir con una cosa viva es una de las cosas más difíciles de hacer, porque no vivimos con aquella, sino con la imagen, y ésta es una cosa muerta a la cual añadimos de modo continuo. Por eso salen mal todas las relaciones.

Para vivir con el temor que está vivo, hace falta una mente y un corazón que sean extraordinariamente sutiles, que no tengan conclusión ni fórmula y que, por lo tanto, puedan seguir todo movimiento del temor. Si observa Vd. así y vive con el temor (y esto no requiere todo un día, puede requerir un segundo, un minuto) empieza a conocer toda la naturaleza del temor, y preguntará de manera inevitable: ¿Quién es la entidad que está viviendo con el temor, quién está viviendo con él, siguiéndolo, observándolo? ¿Quién es el observador y qué está observando?

Vd. se está preguntando: ¿Quién es el observador, quién es el que está viviendo, vigilando y considerando todos los movimientos de las diversas formas de temor y que se da cuenta también del hecho central del temor? ¿Es el observador una entidad muerta, un ser estático? ¿No ha acumulado mucho conocimiento e información sobre sí mismo, aprendido tanto, no ha tenido tantas experiencias? ¿No es una cosa muerta, un recuerdo toda esta experiencia, este conocimiento, esta infinita variedad de soledad dolorosa y sufrimiento, el pasado? ¿Es esa cosa muerta la que observa y vive con el movimiento del temor? ¿Es el observador del pasado estático, muerto, o es una cosa viva? ¿Cuál es su respuesta? ¿Es Vd. la entidad muerta que está observando una cosa viva, o es una cosa viva que observa otra? En el observador existen los dos estados. Cuando observa Vd. un árbol, lo hace con el conocimiento botánico y también observa el movimiento vivo de ese árbol, el viento en las hojas, entre las ramas, cómo se mue­ve el tronco con el viento; es una cosa viviente y Vd. la está mirando con el conocimiento acumulado sobre ese árbol, y ese conocimiento es cosa muerta; o bien, mira sin ninguna acumulación, de modo que Vd., que es una cosa viva, está mirando otra. El observador es tanto el pasado como el presente vivo; es el pasado que toca a este presente.

Vamos a acercarlo mucho. Cuando Vd., que es el observador, mira a su esposa, a su amigo, ¿está observando con los recuerdos de ayer? ¿Se da cuenta de que el ayer está contaminando el presente? ¿O es que está observando como si no existiera ayer alguno? El pasado siempre está ensombreciendo el presente. Y el recuerdo ha pasado: lo que ella me dijo, lo que me dijo él, el placer, la adulación, el insulto de ayer; estos recuerdos tocan el presente y lo retuercen. El observador es a la vez el pasado y el presente, está medio vivo y medio muerto, y mira con esta vida y esta muerte.

¿Existe un observador que no sea del pasado ni del presente, en términos de tiempo? Está bastante claro que existe el observador que es del pasado: la imagen, el símbolo, la idea, las ideologías, etc., el pasado, y sin embargo aquel es también activamente presente, está activamente examinando; mira, observa, escucha. Ese escuchar, ese mirar, está tocado por el pasado, y el observador sigue estando en el campo del tiempo. Cuando observa el objeto, el temor, o lo que sea, dentro del campo del tiempo, no está viendo la totalidad del temor. Pero ¿puede el observador ir más allá, para que no sea ni pasado ni presente, para que el observador sea lo observado, que es lo viviente? Esto de que estamos hablando es la meditación real.

Es muy difícil expresar en palabras la naturaleza de ese estado mental en el cual no existe sólo el pasado como observador, sino también el observador que está efectivamente observando, escuchando, y sin embargo con un capítulo, una raíz en el pasado. Por vivir el observador en el pasado y en el presente tocado por el pasado, es por lo que hay división entre el observador y lo observado. Esta división, este espacio, este intervalo de tiempo entre ambos toca a su fin sólo cuando hay otra cualidad que no es del tiempo en modo alguno, que no es del pasado ni del presente; entonces sólo es el observador lo observado, lo cual no es un proceso de 'identificación con esto último.

Alguien que había estudiado estas cosas me dijo que en la China antigua, antes de que un pintor de la naturaleza comenzase a pintar, se sentaba frente a un árbol durante días, meses, años —no importa lo que fuera— hasta que él era el árbol; no que se convirtiera en el árbol, ni que se identificase con éste, pero él era el árbol. Esto significa que no había espacio entre el observador y lo observado, no había esa experiencia en que el observador experimenta la belleza, el movimiento, la sombra, la profundidad de una hoja, la cualidad del color. Él era el árbol de manera total, y sólo podía pintar en ese estado. Esto existía también en la antigua India, no trataban de estar a la moda, de ser no objetivos, no esto y no aquello, y todas las tretas modernas. Es bastante fácil la identificación con algo, pero conduce a mayor conflicto, desdicha y sentimiento de soledad. Los más de nosotros nos identificamos con la familia, con el marido, la esposa, la nación, y esto ha conducido a grandes desgracias, a grandes guerras. Nosotros hablamos de algo que es por completo distinto, y Vd. debe comprender esto, no de manera verbal, sino en el núcleo, en su corazón, en la raíz misma de su ser; entonces verá que quedará para siempre libre del temor, fuera del tiempo, y sólo entonces sabrás que es el amor.

Tiene uno que comprender al observador y no a la cosa observada, porque esto tiene muy poco valor. El temor vale muy poco en realidad, si llega uno a pensar en ello. Lo que tiene valor es cómo mira el temor, lo que hace Vd. o lo que no hace con él. El análisis, buscar la causa del miedo, el perpetuo preguntar, pedir, soñar, todo eso es del observador. De modo que la comprensión de éste tiene más valor que la de lo observado. Cuando uno mira al observador, que es uno mismo, ve que este uno mismo es no sólo del pasado, como los muertos recuerdos, esperanzas, sentimiento de culpabilidad, conocimiento, sino que todo conocimiento está en el pasado. Cuando uno dice «Conozco» quiere decir: «Lo conozco tal como era Vd. ayer; no lo conozco en realidad ahora». Uno mismo es el pasado, viviendo en el presente tocado por el pasado, ensombrecido por él; y el mañana que está aguardando, es también parte del observador. Todo esto está dentro del campo del tiempo, en el sentido de ayer, hoy y mañana. Esto es lo único que sabe uno, y con este estado mental, como observador, mira Vd. el temor, los celos, la guerra, la familia (esa entidad aisladora llamada la familia), y con eso vive uno. El observador está siempre tratando de resolver el problema de la cosa observada, que es el reto, que es lo nuevo, y siempre está traduciendo lo nuevo en términos de lo viejo. Está perpetuamente, hasta que llega a su fin, en conflicto.

No puede uno comprender de modo intelectual, verbal, argumentativo, o por medio de explicaciones, un estado mental en que el observador ya no tiene el espacio entre sí mismo y la cosa observada, y en que el pasado ya no está interfiriendo en ningún momento. Sin embargo es sólo entonces cuando el observador es lo observado, y sólo entonces es cuando el miedo termina de manera total.

Mientras haya temor no habrá amor. ¿Qué es el amor? Hay muchas explicaciones del amor, como el sexo, el pertenecer a alguien, el no ser dominado por alguien, el ser alimentado en lo psicológico por otro, todo el pensar sobre el sexo; todo ello se entiende en general como amor, y siempre hay ansiedad, temor, celos, sentimiento de culpabilidad. Ciertamente que donde haya tal conflicto no habrá amor. Esto no es un aforismo para aprenderlo, sino más bien un hecho real para observarlo en uno mismo; haga Vd. lo que haga, mientras haya temor, mientras exista cualquier forma de celos, angustia, no es posible que Vd. ame. El amor no tiene nada en absoluto que ver con el placer y el deseo; el placer va con el temor, y una mente que viva atemorizada es evidente que tendrá que estar siempre en busca de placer. Este último sólo sirve para aumentar el temor, de modo que uno está preso en un círculo vicioso, simplemente observándolo, viviendo con él, sin tratar nunca de encontrar una salida (ya que el círculo no se rompe porque haga Vd. algo sobre él) es como romperá ese círculo. Sólo entonces, cuando no hay placer, deseo o temor, es cuando existe algo que se llama amor.

Interlocutor: Me parece que es necesario el temor para nuestra propia protección.

Krishnamurti: Sí, señor, eso está bastante claro, ¿no es así? En lo físico, el miedo está directamente relacionado con la existencia biológica. Mientras deba uno tener seguridad física, tiene que haber temor. Es evidente que eso es verdad. Mientras yo dependa de alguien para mi alimentación y albergue, tengo que tener miedo, materialmente, de no tener alimentos ni alojamiento mañana. Pero la sociedad moderna, benéfica, se cuida de que uno tenga víveres, albergue y ropas. Aún cuando yo tenga alimentos, ropas y vivienda, que son absolutamente necesarios, hay temor más allá de eso, porque quiero estar seguro en lo psicológico, en mi relación con otro, en mi posición, que yo he construido como de la más extraordinaria importancia, y que me da categoría, consideración ajena; así es que no sólo existen los temores materiales, sino también los psicológicos. Estos últimos han creado una sociedad que sostiene o mantiene los temores materiales. Los temores psicológicos vienen a la existencia cuando somos alemanes, franceses, ingleses, rusos, con nuestros nacionalismos, nuestras estúpidas banderas, nuestros reyes y reinas, ejércitos separados y toda esa falta de madurez. Esa falta de sentido nos está destruyendo. Gastamos millones y más millones en armamentos y en destruir a los demás. No hay seguridad para nosotros, ni aun materialmente; no tanto aquí en Suiza, en Holanda o Inglaterra, pero vaya Vd. a la India, vaya al Oriente Medio, al Vietnam. Todos somos responsables por la gran inseguridad que hay allí. Lo que es de primordial importancia es comprender y por lo tanto trascender, superar las seguridades psicológicas, los intereses creados que tenemos en las nacionalidades, en la familia, las religiones y todo lo demás; entonces tendremos seguridad material y no habrá guerras.

Pregunta: ¿Cómo es que él pasado muerto tiene una influencia tan abrumadora sobre el presente efectivo?

Krishnamurti: ¿Cómo es que el pasado muerto ejerce tal dominio sobre la cosa que creo está viva? Yo creo que vive, pero ¿está viva o es que somos únicamente el pasado muerto, al cual tratamos de dar vida en el presente? Lo cual significa: ¿está Vd. vivo — comprenda Vd. — vivo? Vd. puede comer, puede tener experiencia sexual, puede escalar las montañas, mas todas ésas son acciones mecánicas. Pero, ¿está viviendo en realidad, o es que el pasado vive en el presente, de modo que Vd. no está viviendo en absoluto, que el pasado continúa en el presente y le da una cualidad viviente? No sé si se habrá observado alguna vez; ¿qué es «usted»? Existe el «Vd.» que es el peso muerto del pasado, y Vd. dice que está viviendo en el presente. ¿Qué es la cosa que dice: «Estoy vivo» esa conciencia que dice «Estoy viviendo», aparte del organismo físico, que tiene sus propias reacciones, su propia motivación? ¿Qué es la cosa que dice «Estoy vivo»? ¿Es el pensamiento, es el sentimiento? Si es el pensamiento, es evidente que éste siempre es lo viejo. Si lo viera Vd. en realidad lo mismo que siente el hambre, entonces vería que lo que cree está viviendo es sólo una continuación modificada del pasado, es el pensamiento. ¿Existe alguna otra cosa viviente? No Dios en Vd., que también es otra forma de pensamiento; el pensamiento ha inventado a Dios, porque, estando tan inseguro de si mismo, tiene que inventar una cosa viva. ¿Existe en realidad una cosa viviente, que viva con independencia de cualquier motivo, estímulo o dependencia? ¿Existe una cosa viva que no esté sometida a circunstancias, a tendencias, a inclinación? Penetre en Vd. mismo y descubrirá; descubra y si puede vivir con lo que ha descubierto, entonces tal vez sea capaz de llegar más allá y de dar con algo que es el vivir sin tiempo.

Temor, Placer y Dolor

6ª Conversación

20 de julio de 1967

Jiddu Krishnamurti, Temor, Placer y Dolor. Diez Conversaciones en Saanen, 1967. Jiddu Krishnamurti en español.

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