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Principios del Aprender

Primera Parte, Capítulo 7

5 de octubre de 1971

Interlocutor: ¿Podríamos hablar acerca de la sensibilidad y la consideración por los otros?

Krishnamurti: El hombre siempre ha querido algo santo, sagrado. Ha sido bondadoso hacia los demás, sensible, cortés, considerado, atento y afectuoso; pero eso no ha llegado a lo profundo, no ha alcanzado vitalidad. A menos que uno descubra en su vida algo realmente sagrado que tiene profundidad, que tiene una tremenda belleza, algo que es la fuente de todo, a menos que uno descubra eso, la vida se torna muy superficial. Ustedes podrán estar felizmente casados, con hijos, con una casa y dinero, podrán ser inteligentes y famosos, pero sin ese perfume todo se vuelve como una sombra que carece de sustancia.

Viendo lo que sucede en el mundo, ¿podrá cada uno de nosotros encontrar, en su vida cotidiana, algo que sea realmente verdadero, realmente bello, santo, sagrado? Si tenemos eso, entonces la cortesía tiene sentido, entonces la consideración tiene sentido, tiene profundidad. Entonces uno puede hacer todo lo que guste, siempre existirá ese perfume. ¿Cómo darán ustedes con esto? Ello forma parte de la educación, la que no consiste solamente en aprender matemáticas, sino también en descubrir esto.

¿Saben?, para ver algo muy claramente ‑aun ese árbol- nuestra mente debe estar quieta, ¿no es así? Para ver esa pintura yo debo mirarla, pero si mi mente está parloteando, si dice, «Desearía estar afuera», o «Desearía tener un mejor par de pantalones», si mi mente está divagando nunca podrá ver con claridad esa pintura. Para ver algo claramente debo tener una mente muy quieta. Primero vean la lógica de ello. Para observar a los pájaros, para observar las nubes, los árboles, la mente debe estar extraordinariamente silenciosa.

Existen diversos sistemas en el Japón y en la India para controlar la mente a fin de que ésta se torne completamente quieta. Y estando la mente muy quieta uno experimenta entonces lo inmensurable ‑ésa es la idea. Por lo tanto, ellos dicen: en primer lugar la mente debe estar quieta, contrólenla, no la dejen vagar, porque cuando ustedes tienen una mente quieta, la vida es extraordinaria. Ahora bien, cuando uno controla o fuerza la mente, la está distorsionando, ¿no es así? Si yo me esfuerzo en ser bondadoso, eso no es bondad. Si me esfuerzo en ser sumamente cortés con ustedes, eso no es cortesía. En consecuencia, si fuerzo mi mente para que se concentre en esta única pintura, entonces hay muchísima tensión, esfuerzo, dolor y represión. Por lo tanto, una mente así no es una mente quieta -¿lo ven? Entonces tenemos que preguntarnos: ¿hay un modo de generar una mente muy quieta sin que haya ninguna distorsión, sin ningún esfuerzo, sin decir «Debo controlarla»?

Por supuesto que lo hay. Existe una quietud, un silencio sin esfuerzo alguno. Eso requiere comprender qué es el esfuerzo. Y cuando ustedes comprenden qué es el esfuerzo, qué es el control, la represión ‑ lo comprenden no sólo en el nivel verbal sino que ven realmente la verdad de ello ‑ en esa misma percepción del hecho la mente se aquieta.

Ustedes se reúnen todas las mañanas a las ocho. ¿Qué ocurre, qué hacen cuando se reúnen?

Interlocutor: Nos sentamos quietamente en la sala

Krishnamurti: ¿Por qué? Continúe, discútalo conmigo. ¿Leen algo?

Interlocutor: A veces alguien lee.

Krishnamurti: ¿Qué sentido tiene eso? ¿Por qué se reúnen todas las mañanas?

Interlocutor: Me dijeron que es para lograr entre nosotros un sentimiento de unidad.

Krishnamurti: ¿Logran ese sentimiento de unidad sentándose quietamente juntos? ¿Lo sienten de hecho? ¿O es meramente una idea?

Interlocutor: Algunos lo sienten, algunos no.

Krishnamurti: ¿Por qué se reúnen? ¡Vamos, ustedes no lo discuten conmigo!

¿Saben?, el reunirse en la mañana, el sentarse juntos, si ustedes lo hacen como se debe, es una cosa extraordinaria. No sé si lo han investigado alguna vez. Cuando se sientan, ¿se sientan realmente quietos? ¿Está verdaderamente muy quieto el cuerpo?

Interlocutor: No. No lo está la mayor parte del tiempo.

Krishnamurti: ¿Por qué no está quieto? ¿Saben qué significa sentarse quietamente? ¿Mantienen ustedes los ojos cerrados? ¡Respondan! Todo lo estoy diciendo yo. ¿Están relajados? ¿En verdad se sientan tranquilamente?

Interlocutor: A veces uno está muy relajado.

Krishnamurti: Espere, no diga «a veces». Esto es únicamente un escape, aténgase a una sola cuestión.

Interlocutor: Yo estoy muy quieto y muy tranquilo.

Krishnamurti: ¿Qué quiere significar por estar quieto? ¿Está quieto físicamente?

Interlocutor: Sí.

Krishnamurti: ¿Qué significa eso? Por favor, escuche esto. ¿Están sus nervios, los movimientos de su cuerpo y sus ojos absolutamente quietos? ¿Está el cuerpo muy tranquilo, sin crisparse, sin ningún movimiento, y cuando cierra los ojos ellos están quietos? Sentarse quietamente implica que su cuerpo entero está relajado, que sus nervios no están tensos ni irritados, que no hay movimiento de fricción, que usted está físicamente en estado de quietud absoluta. ¿Sabe?, los ojos se mueven continuamente porque uno está siempre mirando las cosas y, por lo tanto, cuando cierra sus ojos manténgalos completamente quietos.

Usted entra en esta sala a las ocho de la mañana para sentarse quietamente de modo que haya armonía entre su mente, su cuerpo y su corazón. Ese es el comienzo del día, a fin de que esta quietud prosiga durante el día entero y no solamente por diez minutos o media hora. Esa quietud continúa aun cuando usted practique juegos, grite o charle, pero en el fondo existe siempre la sensación de este sosegado movimiento -¿entiende?

Interlocutor: ¿Cómo?

Krishnamurti: Voy a demostrárselo. Usted ve la importancia que esto tiene? No pregunte «¿cómo?», primero vea la lógica, la razón de ello. Cuando ustedes se reúnen en la mañana por diez minutos, siéntense totalmente quietos; pueden leer algo ‑ puede ser Shakespeare o un poema- y así generan quietud.

Mire, siéntese absolutamente quieto sin un solo movimiento, de modo que sus manos, sus ojos, todo esté en completa quietud -¿qué ocurre? Alguien ha leído un poema y usted lo ha escuchado; mientras usted se dirigía a la sala observaba los árboles, las flores, ha visto la belleza de la tierra, el cielo, los pájaros, las ardillas, ha observado todo cuanto lo rodea. Y cuando ha observado todo cuanto lo rodea, usted entra en la sala; entonces no necesita mirar más hacia afuera. Me pregunto si lo entiende. Usted ha terminado de mirar hacia afuera (porque más tarde volverá a ello). ha terminado de mirarlo todo con suma atención en el momento de entrar. Entonces se sienta absolutamente quieto, sin un solo movimiento; entonces está generando quietud sin esfuerzo alguno. Está quieto. Entonces, cuando sale, cuando está enseñando o cuando está aprendiendo esto o aquello, existe esta quietud que prosigue todo el tiempo.

Interlocutor: ¿No es ésa una quietud forzada?

Krishnamurti: Usted no comprendió. Usted ha tomado su baño, viene abajo y mira, no por mera casualidad, sino que mira los árboles, mira al pájaro que pasa volando, mira cómo se mueve la hoja en el viento. Y cuando usted mira de verdad, mira. No dice simplemente, «He visto eso», sino que le dedica su atención. ¿Ve lo que estoy diciendo?

De modo que, antes de entrar en la sala, lo mira todo claramente y con atención, con cuidado. Y cuando entra y alguien lee algo, usted se sienta quietamente. ¿Ve lo que sucede? Cuando lo ha mirado todo a fondo, cuando se sienta quietamente, esa quietud se vuelve natural y fácil, porque usted ha concedido su atención a todo cuanto ha estado mirando. Y conserva esa atención cuando se sienta quietamente, no hay desviaciones, no desea mirar otras cosas. Se sienta, pues, con esa atención, y esa atención es quietud. Usted no puede mirar si no está atento, y eso significa estar quieto. No sé si ve la importancia que esto tiene.

Esa quietud es necesaria, porque una mente que está realmente quieta, sin distorsiones, comprende algo que no está distorsionado, algo que está verdaderamente más allá de la medida del pensamiento. Y ese algo es el origen de todo.

Vean, ustedes pueden hacer esto no sólo cuando están sentados en la sala sino todo el tiempo, mientras comen, mientras conversan o practican juegos; siempre está este sentimiento de atención que han generado en el comienzo del día. Y, a medida que lo hacen, ello penetra más y más. ¡Háganlo!

Interlocutor: Señor, ¿la atención que uno presta no es más importante que el sentarse y estar quieto?

Krishnamurti: Dije: Hay la atención que usted ha dedicado a la observación de los pájaros, los árboles, las nubes. Y después, cuando entra en la sala, usted está sosteniendo esa atención, intensificándola -¿entiende? Y ello continúa durante el día aun cuando no le preste atención. Pruébelo mañana por la mañana. Yo voy a interrogarlo al respecto. ¡Un examen! (Risas) Porque cuando usted deje este lugar tiene que haber aprehendido algo ‑algo que no es hindú ni cristiano-, entonces su vida será sagrada. (Pausa) ¿Qué dice, Sofía? ¡Voy a hacerla hablar!

Interlocutor: A veces nos olvidamos y en ese lapso el pensamiento nos lo reformara todo otra vez.

Krishnamurti: Lo que usted dice es: he observado a los pájaros, los árboles, la hoja, la rama moviéndose en el viento, he observado la luz sobre la hierba, el rocío ‑presté atención. Y cuando entro en esta sala todavía estoy atenta. No atenta a algo -¿entiende? Allá he estado atenta al pájaro, a la hoja. Aquí, cuando entro, no estoy atenta a nada en especial ‑simplemente, estoy atenta. Entonces, en ese estado de atención interviene el pensamiento -¿no es así? «No he hecho mi cama», «Debo limpiar mis zapatos» o lo que fuere, y usted persigue ese pensamiento. Llegue hasta el mismo final de ese pensamiento, no diga: «Yo no debo pensar eso.» Termínelo. En el proceso de terminar ese pensamiento, surge uno nuevo. Por lo tanto, persiga cada pensamiento hasta el mismo fin; entonces no hay control ni restricción. No importa si tengo un centenar de pensamientos. Voy tras de un pensamiento cada vez, de modo que la mente se vuelve muy ordenada. No sé si usted está siguiendo todo esto.

Interlocutor: ¿Dónde interviene entonces el silencio?

Krishnamurti: No se preocupe por el silencio, porque si interviene el pensamiento usted no está silenciosa. No se fuerce, entonces, a estar quieta, dedíquese a ese pensamiento.

Interlocutor: ¿Hay algún fin para eso?

Krishnamurti: Sí, si usted le pone fin; pero si no va hasta el mismo final, ello volverá porque usted no ha terminado una cosa, ¿comprende?

Mire, yo salgo de la casa, doy una vuelta por el prado y observo, presto atención a la belleza, a la delicadeza, al movimiento de la hoja. Lo observo todo y entro en la sala y me siento. Usted lee algo y yo estoy quietamente sentado. Trato de sentarme quietamente y mi cuerpo se sacude porque tengo el hábito de crisparme; así que observo eso, le dedico mi atención, no lo corrijo. Usted no puede corregir el movimiento de la hoja, ¿verdad? Del mismo modo, pues, no quiero corregir el movimiento de mis manos, lo observo, le presto atención. Cuando usted presta atención al movimiento, éste se aquieta ‑pruébelo. Me siento quietamente un segundo, dos segundos, diez segundos; entonces, de súbito, brota un pensamiento: «Tengo que ir a cierto lugar esta tarde. No hice mis ejercicios. No limpié el baño». O a veces el pensamiento es mucho más complicado: estoy envidioso de ese hombre. Ahora siento esa envidia. Así es que voy hasta el mismo fin de eso y lo miro. La envidia implica comparación, competencia, imitación. ¿Es que quiero imitar? -¿entiende? Vaya hasta el final de ese pensamiento y termínelo, no cargue con él. Y cuando aflora otro pensamiento, usted dice: «Espera, volveré a eso».

Si usted quiere practicar este juego muy cuidadosamente, escriba cada pensamiento que tenga, en un hoja de papel, y pronto descubrirá como el pensamiento puede ser ordenado debido a que usted está terminando con cada pensamiento, uno detrás del otro. Y cuando al otro día se sienta quietamente, está quieto de verdad. No aflora ningún pensamiento, porque ha terminado con eso; lo cual significa que ha lustrado sus zapatos, ha limpiado su bañera, ha puesto la toalla en su debido lugar y en el momento justo. Cuando se sienta no dice: «No he puesto de nuevo la toalla en su lugar». De ese modo, la cosa que usted hace se termina cada vez, y cuando se sienta quietamente, usted está maravillosamente quieto y produce un extraordinario sentido de orden en su vida. Si uno no tiene ese orden, no puede estar silencioso. Y cuando lo tiene, cuando la mente está de veras quieta, entonces existe una real belleza y comienza el misterio de las cosas. Eso es verdadera religión.

Principios del Aprender

Primera Parte, Capítulo 7

5 de octubre de 1971

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