Encuentro con la Vida
Tercera Parte - Reflexiones
La Terminación del Sufrimiento es Amor
Bombay, India, 10 febrero de 1985
Vamos a abarcar mucho terreno esta tarde. En la tarde de ayer hablamos acerca del dolor y de la terminación del dolor. Con la terminación del dolor hay pasión. Muy pocos de nosotros comprenden realmente o investigan muy a fondo la cuestión del dolor. ¿Es posible terminar por completo con el dolor? Ésta ha sido una pregunta que se han formulado todos los seres humanos, quizá no muy conscientemente, pero en lo profundo han deseado descubrir, tal como nosotros lo deseamos, si hay una terminación para el sufrimiento humano, para la angustia y el dolor del hombre. Porque sin la terminación del dolor, el amor no puede existir.
El dolor es una gran conmoción para el sistema nervioso, una sacudida que experimenta todo nuestro ser, tanto el fisiológico como el psicológico. Y, por lo general, tratamos de escapar de él tomando drogas, bebiendo y participando en diversas formas de escapismo religioso. O nos volvemos cínicos; o aceptamos que las cosas son inevitables.
¿Puede uno penetrar muy seria y profundamente en esta cuestión? ¿Es posible no escapar del dolor en absoluto? Tal vez mi hijo muere; hay un dolor inmenso, una conmoción, y descubro que en realidad soy un ser humano muy solitario. No puedo afrontar ese dolor, no puedo soportarlo, así que escapo de él. Y existen muchos escapes: religiosos, mundanos o filosóficos. ¿Es posible no escapar en ninguna forma del desconsuelo, de la angustia de la soledad, del pesar, de la conmoción, y permanecer completamente con lo que sucede, con esta cosa llamada sufrimiento? ¿Pueden ustedes retener cualquier problema, retenerlo, no tratar de resolverlo sino mirarlo como si sostuvieran una joya preciosa, exquisitamente labrada? La pura belleza de la joya es tan atractiva, tan agradable, que nos quedamos contemplándola. Del mismo modo, si pudiéramos retener nuestro dolor sin escapar de él, sin un solo movimiento del pensar, entonces esa acción misma de no alejarnos del hecho generaría una liberación total con respecto a lo que ha ocasionado el sufrimiento.
También quisiéramos considerar qué es la belleza, no la belleza de una persona o la belleza de las pinturas y estatuas que hay en los museos, o la de los más antiguos intentos del hombre para expresar sus sentimientos en la piedra, en una pintura o en un poema, sino preguntarnos qué es la belleza. La belleza puede ser la verdad, puede ser el amor. Pero sin comprender la naturaleza y profundidad de esa extraordinaria palabra “belleza”, quizá nunca podamos dar con aquello que es sagrado. Por lo tanto, tenemos que investigar esta cuestión de lo que es la belleza.
¿Qué ocurre realmente cuando vemos algo extraordinariamente hermoso como la montaña cubierta de nieve contra el cielo azul? Por un segundo, la majestuosidad misma de esa montaña, su inmensidad, su perfil recortado contra el cielo, alejan todo tipo de interés propio. Seguramente han notado esto. ¿Han reparado en un niño con un juguete? Ha sido desobediente durante todo el día ‑lo cual es bueno- y uno le da un juguete; entonces, durante la hora siguiente, hasta que lo rompe, permanece extraordinariamente tranquilo; el juguete ha absorbido su desobediencia, el juguete se ha apoderado de él. De manera similar, cuando vemos algo extraordinariamente bello, la belleza misma nos absorbe. O sea, que hay belleza cuando están ausentes los afanes del yo, cuando no existe el interés propio. ¿Comprenden eso? Ahora bien, sin que sean absorbidos o sacudidos por algo extraordinariamente bello como una montaña o un valle profundamente sombreado, sin que la montaña se apodere de ustedes, ¿pueden comprender la belleza, comprenderla sin el yo? Porque donde está el yo no hay belleza, donde está el interés propio no hay amor. Y el amor y la belleza van juntos, no se hallan separados.
También debemos considerar juntos qué es la muerte. Ésta es la única cosa cierta que todos tenemos que afrontar. Ya seamos ricos o pobres, ignorantes o llenos de erudición, jóvenes o viejos, la muerte es segura para todos los seres humanos; todos vamos a morir. Y jamás hemos sido capaces de comprender la naturaleza de la muerte; siempre tenemos miedo de morir, ¿no es así? Para comprender la muerte, también debemos investigar qué es el vivir. ¿Estamos desperdiciando nuestra vida, disipando nuestras energías en múltiples formas, dispersándolas a través de las profesiones especializadas? Uno puede ser rico, puede tener toda clase de facultades, puede ser un especialista, un gran científico o un hombre de negocios; puede tener poder, posición, pero al final de la vida, ¿ha sido un desperdicio todo eso? Todo este afán, todo el dolor, toda la tremenda ansiedad, la inseguridad, las absurdas ilusiones que el hombre ha acumulado ‑sus dioses, todos sus santos, etcétera-, ¿todo eso ha sido un desperdicio? Por favor, ésta es una pregunta muy seria que uno tiene que formularse. Otro no puede contestarla.
Hemos separado el vivir del morir. El morir está al final de nuestra vida, lo ponemos lo más lejos posible ‑un prolongado intervalo de tiempo-, pero al final de un largo, largo viaje, tenemos que morir. Y, ¿qué es lo que llamamos vivir? ¿Ganar dinero, ir a la oficina de nueve a cinco? Y están el conflicto incesante, el miedo, la ansiedad, la soledad, la desesperación, la depresión... Todo este estilo de existencia al que llamamos vida, vivir, este enorme afán del hombre, su conflicto interminable, sus engaños, su corrupción, ¿es eso el vivir? Esto es lo que llamamos vivir; lo conocemos bien, estamos muy familiarizados con ello, es nuestra existencia de todos los días. Y la muerte implica el fin de todo eso, el final para todas las cosas en que hemos pensado, que hemos acumulado, disfrutado. Y estamos apegados a todo esto, apegados a nuestra familia, al dinero, al conocimiento, a las creencias con que hemos vivido, a los ideales; a todo eso estamos apegados. Y la muerte dice: “Éste es el fin de todo eso, viejo”.
Tenemos miedo de morir, que es abandonar todas las cosas que hemos conocido, todo cuanto hemos experimentado, acumulado: los hermosos muebles que tenemos y la bella colección de cuadros. Viene la muerte y dice: “Ya no puedes tener más ninguna de esas cosas”. Y nosotros, temerosos de lo desconocido, nos aterramos a lo conocido. Podemos inventar la reencarnación. Pero no hemos investigado qué es lo que nace en la vida siguiente.
Entonces, la pregunta es: ¿Por qué el cerebro ha separado el vivir y la muerte? ¿Por qué ha tenido lugar esta división? ¿Existe cuando hay apego? En el mundo moderno, ¿puede uno vivir con la muerte? No hablamos del suicidio, sino de terminar con todos los apegos mientras uno vive, lo cual es muerte. Estoy apegado a la casa en que vivo; la he comprado, he pagado mucho dinero por ella y estoy apegado a todos los muebles, a las pinturas, a la familia, a los recuerdos de todo eso. Y viene la muerte y barre con todo. ¿Pueden ustedes, entonces, vivir con la muerte todos los días de su vida, terminando cada día con todo, con todos los apegos que tienen? Porque eso es lo que implica morir. Nosotros hemos separado el vivir del morir y, por lo tanto, estamos perpetuamente atemorizados. Pero cuando ustedes reúnan la vida y la muerte, el vivir y el morir, descubrirán que hay un estado del cerebro en el que todo el conocimiento como memoria llega a su fin.
Necesitamos el conocimiento para escribir una carta, para venir aquí, para hablar inglés, para llevar cuentas, para volver a nuestra casa, etcétera. ¿Puede el cerebro utilizar el conocimiento cuando es necesario y, no obstante, estar libre de todo conocimiento? Nuestro cerebro registra todo el tiempo; ustedes están registrando lo que se dice ahora. Ese registro se convierte en un recuerdo, y ese recuerdo, ese registro es necesario en cierto campo, el campo de la actividad física. Por lo tanto, ¿puede el cerebro utilizar el conocimiento cuando lo necesita pero estar libre del conocimiento viejo, estar libre de modo que pueda funcionar en una dimensión totalmente distinta? O sea, que cada día, cuando vayan a dormir, borren todo cuanto han acumulado; que mueran al terminar el día.
Ustedes oyen una afirmación como ésta, que el vivir es el morir, que no son en absoluto dos cosas separadas. Oyen esa afirmación, no sólo con la audición del oído sino que, si están escuchando muy atentamente, captan la verdad de ello, su realidad y, por el momento, ven su claridad. ¿Es, entonces, posible para cada uno de nosotros, al terminar el día morir para todo lo que no es necesario, para todos los recuerdos de ofensas, para nuestras creencias, nuestros temores, nuestras ansiedades, nuestro dolor? ¿Es posible terminar con todo eso cada día? Entonces uno descubre que está viviendo con la muerte todo el tiempo, siendo la muerte el final.
Estamos apegados a tantas cosas, a nuestro gurú, al conocimiento acumulado, al dinero, a las creencias con que hemos vivido, a los ideales, al recuerdo de nuestro hijo o hija, etcétera. Ese recuerdo es uno mismo; todo nuestro cerebro está lleno con la memoria y uno está atado a toda esta conciencia. Eso es un hecho. Viene la muerte y dice: “Éste es el fin de tu apego”. Y tenemos miedo, miedo de librarnos completamente de todo eso, miedo de la muerte, de separarnos de todo lo que tenemos. Uno puede inventar y decir: “Continuaré en la próxima vida”, pero, ¿qué es lo que continúa? ¿Comprenden mi pregunta? ¿Qué significa ese deseo de continuar? ¿Existe en absoluto una continuidad, excepto la de todas las cosas acumuladas por el pensamiento?
El pensamiento es limitado y por eso crea conflicto; ya vimos todo eso. Y el yo, el ego, la persona, es un haz de complicados recuerdos, antiguos y modernos. Vivimos sobre la base de recuerdos. Vivimos del conocimiento, adquirido o heredado, y ese conocimiento es lo que somos. El yo es el conocimiento de las experiencias, pensamientos, etcétera, del pasado. El yo es eso. Puede inventar que hay algo divino en nosotros, pero eso sigue siendo la actividad del pensamiento. Y el pensamiento es siempre limitado. Esto pueden verlo por sí mismos, no tienen que estudiar libros y filosofías; pueden ver claramente por sí mismos que son un haz de recuerdos. Y la muerte pone fin a toda esa memoria. En consecuencia, uno está atemorizado. La pregunta es: ¿Es posible, en el mundo moderno, vivir con la muerte?
Luego, tenemos que considerar juntos qué es el amor. El amor, ¿es sensación? ¿Es deseo? ¿Es algo placentero? ¿Es producto del pensamiento? ¿Amamos a nuestra esposa o esposo, a nuestros hijos? Los celos, ¿son amor? No digan que no. El amor, ¿es miedo, ansiedad, angustia y todo eso? ¿Qué es el amor? Y sin esa cualidad, ese perfume, esa llama, uno puede ser muy rico, puede tener poder, posición, importancia, pero sin amor es sólo una cáscara vacía. Por lo tanto, debemos investigar esta cuestión del amor. Si amaran ustedes a sus hijos, ¿habría guerras? Sí amaran a sus hijos, ¿les permitirían que mataran a otros? ¿Puede el amor existir donde hay ambición? Por favor, enfréntense a todo esto.
El amor no tiene nada que ver con el placer, con la sensación. El amor no es producto del pensamiento; por lo tanto, no se encuentra dentro de la estructura del cerebro. Es algo que está por completo fuera del cerebro, porque el cerebro, por su propia naturaleza, por su estructura, es un instrumento de la sensación, de las respuestas nerviosas, etcétera. El amor no puede existir donde hay mera sensación. La memoria no es amor.
También debemos considerar juntos qué es una vida religiosa y qué es religión. También ésta es una cuestión muy compleja. Los seres humanos han buscado algo más allá de lo físico, más allá de la existencia cotidiana de angustia, dolor o placer. Han buscado algo más allá, primero en las nubes: el trueno era la voz de dios. Después adoraron los árboles, las piedras. Los aldeanos que viven muy lejos de esta fea y brutal ciudad, todavía adoran piedras, árboles y pequeñas imágenes. El hombre quiere descubrir si existe algo sagrado, y viene el sacerdote y dice: “Yo te lo mostraré”, tal como lo hace un gurú. El sacerdote de Occidente tiene sus rituales, sus repeticiones, sus disfraces y adora su imagen particular. Y ustedes… ustedes tienen sus propias imágenes. O no creen en ninguna de esas cosas, dicen que son ateos. Pero tanto ustedes como quien les habla quieren descubrir algo que puede estar más allá del tiempo, más allá de todo pensamiento. Así que juntos vamos a investigar, a ejercitar nuestro cerebro, nuestra razón, nuestra lógica, para descubrir qué es la religión, qué es una vida religiosa y si es posible vivir una vida religiosa en este mundo moderno.
Vamos a averiguar, pues, por nosotros mismos qué es realmente, verdaderamente, una vida religiosa. Y eso sólo podremos descubrirlo cuando comprendamos qué son realmente las religiones y descartemos todo eso, cuando ya no pertenezcamos a ninguna religión, a ninguna organización, a ningún gurú, a ninguna de las que se titulan autoridades espirituales. No existe ningún tipo de autoridad espiritual; ése es uno de los crímenes que hemos cometida: inventar un mediador entre la verdad y nosotros mismos.
Cuando uno comienza a investigar qué es la religión, está viviendo una vida religiosa; no al final de ella. En el proceso mismo de mirar, observar, discutir, dudar, cuestionar, no tener ninguna clase de creencia o fe, ya está llevando una vida religiosa. Eso es lo que vamos a hacer ahora.
Cuando se llega a los temas religiosos, ustedes parecen perder toda razón, lógica y cordura. Tenemos, pues, que ser lógicos, racionales, tenemos que dudar, que cuestionar todas las cosas que ha producido el hombre: los dioses, los salvadores, los gurús y su autoridad. Eso no es religión, es meramente la usurpación de la autoridad por unos cuantos. Ustedes les confieren la autoridad. De modo que desechen todo eso.
¿Han notado alguna vez que, donde hay desorden social, político, en las relaciones humanas, aparece un dictador, uno que manda? Donde haya desorden en la propia vida de ustedes, crearán una autoridad; ustedes son los responsables de la autoridad, y hay personas demasiado dispuestas a aceptar esa autoridad. Donde hay miedo, es inevitable que el hombre busque algo que lo proteja, que lo mantenga en una sensación de seguridad. Y a causa de ese miedo inventamos a los dioses. A causa de ese miedo inventamos todos los rituales, todo el circo que tiene lugar en nombre de la religión. Todos los templos que hay en este país, todas las iglesias y mezquitas son producto del pensamiento. Ustedes podrán afirmar que existe una revelación directa. Duden de esa revelación. Ustedes la aceptan, pero si usan la lógica, la razón, la sensatez, verán las supersticiones que han acumulado. Nada de eso es religión, obviamente. ¿Pueden descartarlo a fin de descubrir cuál es la naturaleza de la religión, qué clase de mente, de cerebro contiene en sí la cualidad del vivir religioso? ¿Puede uno, como ser humano atemorizado, no inventar, no crear ilusiones sino enfrentarse al temor? El temor psicológico puede desaparecer totalmente cuando permanecemos con él, cuando no escapamos sino que le concedemos toda nuestra atención. Es como si arrojáramos una luz sobre el temor, una gran luz centelleante, y entonces ese temor desaparece por completo. Y cuando no hay temor no hay dios, no hay rituales; todo eso se vuelve innecesario, tonto. Las cosas que el pensamiento ha inventado se vuelven irreligiosas, porque el pensamiento es meramente un proceso material que se basa en la experiencia, en el conocimiento, en la memoria. El pensamiento inventa toda la jerigonza y la estructura de las religiones organizadas, que han perdida completamente toda significado. ¿Pueden ustedes descartar todo eso, voluntariamente, sin buscar al final de ello una recompensa? ¿Lo harán? Cuando lo hagan, no habrá nadie que pregunte qué es religión.
¿Existe algo más allá de todo tiempo y pensamiento? Ustedes pueden formularse la pregunta, pero si el pensamiento inventa algo más allá, eso sigue siendo un proceso material. El pensamiento es un proceso material porque mantiene el conocimiento en las células cerebrales. Quien les habla no es un científico, pero uno puede observar eso en sí mismo, puede observar la actividad que se desarrolla en el propio cerebro, que es la actividad del pensamiento. Si pueden descartar todo eso voluntariamente, fácilmente, sin ninguna resistencia, entonces será inevitable que se pregunten: ¿Existe algo más allá de todo tiempo y espacio? ¿Existe algo que nunca haya sido visto antes por ningún ser humano? ¿Existe algo inmensamente sagrado, algo que jamás ha sido tocado por el cerebro? Vamos, pues, a descubrirlo, es decir, si ustedes han dado el primer paso desechando toda esa tontera llamada religión; porque han empleado el cerebro, la lógica, la duda, el cuestionamiento.
Entonces, ¿qué es la meditación, la cual forma parte de la religión? ¿Qué es la meditación? ¿Escapar del ruido del mundo, tener una mente silenciosa, quieta, pacífica? Para eso practican ustedes un sistema, un método a fin de volverse alertas, de mantener bajo control sus pensamientos. Se sientan con las piernas cruzadas y repiten algún mantra. Repiten, repiten, repiten y continúan con su estilo egocéntrico de vida, y el mantra ha perdido su significado.
¿Qué es, entonces, la meditación? ¿Es un esfuerzo consciente? Ustedes meditan conscientemente, practican a fin de lograr algo: lograr una mente quieta, lograr una sensación de estímulo del cerebro. ¿Qué diferencia hay entre ese meditador y el hombre que dice: “Necesito dinero, de modo que trabajaré para ello”? ¿Qué diferencia hay entre ambos? Los dos están buscando lograr algo. Uno se llama logro espiritual, el otro, logro mundano; ambos están en la línea del logro. Para quien les habla, eso no es meditación en absoluto; ningún deseo consciente, deliberado, activo, con la voluntad que lo acompaña, es meditación.
Por lo tanto, uno tiene que preguntarse si existe una meditación que no tenga su origen en el pensamiento. ¿Hay una meditación de la que uno no esté consciente? ¿Comprenden todo esto? Cualquier proceso deliberado de meditación no es meditación. ¡Eso es tan obvio! Ustedes podrán sentarse con las piernas cruzadas por el resto de sus vidas, podrán respirar y todas esas cosas y no llegarán en modo alguno cerca de lo otro, porque ésa es una acción deliberada para lograr un resultado ‑la causa y el efecto-. Pero el efecto se convierte en la causa, y así quedan atrapados en un círculo. ¿Existe una meditación que no sea producto del deseo, de la voluntad, del esfuerzo? Quien habla dice que existe. Ustedes no tienen que creerlo; por el contrario, tienen que ponerlo en duda, tienen que cuestionarlo, como uno mismo lo ha cuestionado, lo ha puesto en duda, lo ha descartado. ¿Existe una meditación no planeada, no organizada? Para investigarlo, uno tiene que entender el cerebro, el cerebro que está condicionado, que es limitado y trata de comprender lo ilimitado, lo inconmensurable, lo intemporal (si es que existe algo como lo intemporal). Y por eso es importante comprender el sonido. El sonido y el silencio marchan juntos.
Nosotros hemos separado el sonido y el silencio. El sonido es el mundo, es nuestro corazón latiendo. El universo está lleno de sonido; todos los cielos, los millones de estrellas, todo el firmamento, están llenos de sonido. Y nosotros hemos hecho de ese sonido algo intolerable. Pero cuando uno escucha el sonido, el escuchar mismo es silencio; silencio y sonido no están separados. De modo que la meditación no es algo planeado, organizado. La meditación es. Comienza con el primer paso, que es estar libres de todas nuestras heridas psicológicas, de todos nuestros temores acumulados, libres de la ansiedad, la soledad, la desesperación, el dolor. Esos son los cimientos, ése es el primer paso, y el primer paso es el último paso. Si uno da el primer paso, ya está todo hecho. Pero no estamos dispuestos a dar ese primer paso porque no queremos ser libres. Queremos depender, depender del poder, depender de otra persona, del medio, de nuestra experiencia y conocimiento. Jamás estamos libres de toda dependencia, de todo temor.
La terminación del sufrimiento es amor. Cuando existe ese amor, hay compasión. Y esa compasión tiene su propia inteligencia integral. Y cuando esa inteligencia actúa, tal acción es siempre verdadera. Donde está esa inteligencia, no hay conflicto. Ustedes han oído todo esto, han oído sobre la terminación del miedo, sobre la terminación del dolor, han oído sobre la belleza y el amor. Pero oír es una cosa y la acción es otra. Ustedes oyen acerca de todas estas cosas que son verdaderas, lógicas, sensatas, racionales, pero no actuarán conforme a eso. Irán a sus casas y comenzarán otra vez con sus ansiedades, sus conflictos, sus desdichas. Así que uno se pregunta: ¿Cuál es el sentido de todo esto? ¿Qué sentido tiene que escuchen a esta persona que les habla y no vivan lo que dice? Escuchar y no actuar es el desperdicio de sus vidas; si escuchan algo que es verdadero y no actúan, están malgastando la vida. Y la vida es demasiado preciosa, es lo único que tenemos. Y también hemos perdido el contacto con la naturaleza, lo cual implica que hemos perdido contacto con nosotros mismos, que somos parte de la naturaleza. No amamos los árboles, los pájaros, los ríos y las montañas; estamos destruyendo la tierra y nos destruimos el uno al otro. Y todo eso es un enorme desperdicio de la vida.
Cuando nos damos cuenta de todo esto, no de manera meramente intelectual o verbal, entonces vivimos una vida religiosa. Ponerse un taparrabos o andar mendigando o ingresar a un monasterio no es llevar una vida religiosa. Una vida religiosa empieza cuando no hay conflicto, cuando existe el sentido del amor ‑no el amor dedicado a una sola persona y, por lo tanto, restringido-. De modo que si entregan a ello el corazón, la mente y el cerebro, existe algo que está más allá de todo tiempo. Y está la bendición de eso, bendición que no se encuentra en los templos ni en las iglesias ni en las mezquitas. Esa bendición está donde se encuentran ustedes.
Del Boletín 54 ( KF), 1989
Encuentro con la Vida
Tercera Parte - Reflexiones
La Terminación del Sufrimiento es Amor
Jiddu Krishnamurti, Encuentro con la vida - Piezas Cortas, Preguntas y Respuestas, Pláticas. Jiddu Krishnamurti en español.