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Encuentro con la Vida

Tercera Parte - Reflexiones

Sobre la Meditación

India, 1970

La mente humana, que ha vivido por muchos miles de años, debe cambiar radicalmente y librarse ella misma de su condicionamiento. Sólo entonces podrán resolverse los múltiples y complejos problemas de la existencia. ¿Puede la mente experimentar una cirugía radical, una fundamental mutación? ¿Una mutación no sólo en la estructura de las propias células cerebrales, sino también en la calidad de la mente y el corazón? ¿Puede una mente semejante vivir libre en medio del caos, de la brutalidad y la violencia que imperan en la sociedad moderna, libre para funcionar quietamente, sin ser perturbada, sin ningún tipo de resistencia pero sin que ello implique apartarse de la sociedad?

Uno observa la tremenda necesidad de dar origen a una mente nueva, no una mente que ha tenido un millar de experiencias o que se halla presa en un determinado patrón cultural religioso, social o económico. Este patrón se está repitiendo incesantemente a través de la historia, cambiando un poquito aquí y allá. Las revoluciones sociales y económicas no son realmente revoluciones en absoluto. Como ser humano que vive una existencia sin sentido en este mundo de confusión, en este mundo de gran dolor, de fealdad, de violencia, uno se pregunta si la mente humana puede de hecho transformarse a sí misma. Sólo así podrán solucionarse todos nuestros problemas: el problema del amor, el de la realidad, el de si Dios o la verdad existen o no existen, o si los seres humanos pueden vivir juntos sin conflicto alguno. Para que podamos descubrir esto realmente, con la totalidad de nuestro corazón, de nuestro ser, tiene que haber libertad, libertad para mirar, para investigar, para percibir. Eso ciertamente es lo primero: libertad para observar. Porque la libertad es negada cuando hay cualquier forma de prejuicio, conclusión, ideación, creencia y, sobre todo, cualquier forma de temor.

Si hay temor en cualquiera de sus formas, es obvio que la totalidad de la mente es incapaz de ver. Hemos ido a la luna, ése es un logro extraordinario. Nuestros cerebros tienen la capacidad para ello. Pero internamente somos esclavos y carecemos de libertad, repetimos el mismo patrón miles de veces, lo repetimos sociológica, religiosa y económicamente. Y en la psique, en las profundidades mismas de nuestro ser, no hay ningún cambio en absoluto. Somos monstruos modernos.

¿Es la mente capaz de experimentar esta revolución tremenda, inmediata, de modo que pueda vivir con una calidad nueva, de modo que no exista este impulso por el placer, el cual es por completo diferente de la belleza y el florecimiento del puro gozo? El placer nunca es gozoso, porque en el placer siempre hay temor. Y una mente que no conoce el éxtasis, no puede ser libre. El placer es producto del pensamiento y el pensamiento siempre es viejo, jamás es nuevo, jamás es libre, aunque uno pueda hablar de la libertad. En ningún nivel puede el pensamiento ser libre, porque el pensamiento es la respuesta de la memoria y la memoria pertenece siempre al pasado. La memoria tiene sus raíces en el tiempo, o sea, en el pasado. Por favor, observen esto en sí mismos mientras quien les habla se refiere a ello; no se limiten a concordar o discrepar, eso no tiene ningún valor.

La mente humana, que es tan asombrosamente capaz, jamás se ha puesto a averiguar por sí misma si alguna vez puede estar libre, libre esencialmente del temor, porque nos hallamos abrumados por innumerables temores. Para descubrirlo, debe uno observar los temores que tiene, no condenarlos ni reprimirlos ni escapar de ellos. En la observación no hay división entre el observador y la cosa observada. Observar los temores sin que intervenga el pasado, el “yo”, que es el observador.

Traten realmente de hacerlo mientras uno habla de ello, porque esta tarde vamos a penetrar en algo muy complejo. Si no hacen esto desde el principio, no entenderán lo que vendrá al final. (No sé tampoco qué vendrá al final). Una mente atemorizada no puede ser aguda, clara, no puede estar exenta de confusión y, por lo tanto, jamás puede conocer la calidad del puro gozo, del éxtasis.

Tenemos que hallarnos libres de temor, no sólo a nivel consciente, sino en las profundas capas de la psique, donde está el llamado inconsciente. Casi ninguno de nosotros es capaz de analizarse a sí mismo paso a paso de manera que esté muy claro al respecto. Es necesario que hagamos un corto viaje de investigación en ello para ver la completa inutilidad del análisis. Todo el proceso analítico es totalmente erróneo, si es que podemos utilizar la palabra “erróneo”. Porque en ese proceso está siempre el analizador, que es el pasado, que es la acumulación de conocimientos; y ese analizador, un fragmento de la totalidad de la mente, analiza otros fragmentos, los analiza desde lo que ha acumulado. Observar el movimiento analítico en uno mismo, hacer un corto viaje en él y ver su total inutilidad, da a la mente una cualidad de percepción.

El analizador y lo analizado son dos estados separados, dos movimientos separados de la fragmentación total de la mente. Un fragmento llamado el analizador analiza el otro fragmento, llega a una conclusión y, a partir de esa conclusión, sigue analizando. Pero la conclusión tiene un valor muy escaso. Y el análisis implica tiempo, porque toma muchos, muchos días analizar.

El análisis introspectivo o el análisis que otro hace a través de los sueños, etcétera, tienen poco sentido. Si uno es ligeramente o muy neurótico, entonces tal vez tenga algún sentido ayudarlo a que se ajuste a una sociedad corrupta, ya sea la sociedad comunista o la particular sociedad hindú de ustedes. De modo que el análisis no trae libertad en absoluto. Es como escudriñar más y más dentro de uno mismo estando atrapado en un foso; uno jamás se libera. O bien la mente dice que hay libertad en el cielo o en el nirvana, lo cual, nuevamente, es una evasión.

Sólo es posible observar sin ninguna distorsión si prestamos atención completa con nuestro cuerpo, nuestros nervios, nuestros oídos, con toda nuestra mente y nuestro corazón. Entonces veremos, si atendemos de ese modo, que no existe una entidad o un ser llamado el observador. Entonces sólo hay atención.

La propia sustancia, la naturaleza del cerebro, es, obviamente, sobrevivir. El cerebro persiste en la supervivencia, de lo contrario no podría existir; y ha desarrollado ciertas respuestas a causa de siglos y siglos de condicionamiento. Lo que tratamos de investigar es si la propia estructura y naturaleza del cerebro pueden generar un cambio en sí mismas. Y vamos a mostrarles ‑no a mostrarles-, vamos a aprender juntos si eso es posible. Esto no es un absurdo o una fantasía de la imaginación, porque la imaginación no tiene cabida alguna cuando estamos investigando a una enorme profundidad; no hay teorías ni conclusiones, sino sólo un movernos de hecho en hecho.

La mente ha de tener una calidad extraordinariamente sensible, y no puede ser sensible si hay temor, si hay cualquier clase de conclusión, dogma o creencia; de ese modo, el cerebro mismo, que está tan densamente condicionado, puede aquietarse completamente y no responder conforme a su propio modo tradicional. El problema es cómo generar esa condición de sensibilidad en la mente y, por lo tanto, en todo el sistema nervioso y en el cuerpo, y también cómo producir un estado de no-movimiento de las células cerebrales, una completa quietud, para que la mente esté despierta y sea sumamente inteligente y sensible. Despierta, inteligente y sensible son sinónimos, no son tres cosas separadas. Y el cerebro tiene que hallarse absolutamente quieto a fin de que pueda percibir sin el observador. Esto es meditación, ver que el cerebro esté quieto, completamente quieto, y que la mente sea sumamente sensible y, por lo tanto, inteligente. Dar con este movimiento es meditación.

¿Puede, acaso, haber un sistema para meditar, siendo el sistema un método, una práctica, la repetición de algo una y otra y otra vez? ¿Hace eso que la mente sea sensible, vital, activa, inteligente? Por el contrario, hace que la mente sea mecánica.

Por lo tanto, todos los sistemas (el sistema zen, el sistema hindú o el sistema cristiano) carecen por completo de sentido. Una mente que practica un sistema, un método, un mantra, es incapaz de percibir lo verdadero. Ustedes saben que están escuchando esa música [se oía el sonido de la música que llegaba desde la residencia vecina]. Hay una melodía, y si la escuchan cuidadosamente, si le prestan atención ‑ no a las palabras, sino a la totalidad, al sonido ‑, es como si ese sonido se produjera dentro de ustedes. Y la mente puede cabalgar sobre esa melodía, sobre ese sonido, y ello le da a uno una extraordinaria sensación de movimiento. Y a eso pueden llamarlo meditación, la repetición de un conjunto de palabras que producen el sonido, un sonido interno, y ustedes pueden moverse con el sonido o dejarse llevar por él o acompañarlo.

Pero, ¿es meditación eso? ¿Jugar un truco así, hipnotizarse uno a sí mismo por medio de un sonido o de unas palabras? Semejantes formas de meditación son formas de autohipnosis, no conducen a ninguna parte. Por el contrario, tornan a la mente extraordinariamente torpe, la vuelven una mente que no es moral en el más profundo sentido de esa palabra (no en el sentido de la moralidad social, que no es moralidad en absoluto).

La cualidad de la virtud sólo puede existir cuando no hay ningún tipo de conflicto. Entonces hay virtud. Pero un hombre que trata de volverse virtuoso está embotado, porque vive en conflicto. Pueden ustedes descartar todos los sistemas, porque los sistemas implican autoridad; una mente que se adhiere a cualquier clase de autoridad no es libre y, por lo tanto, es incapaz de observar. En la así llamada meditación, en la meditación que generalmente se practica, siempre está el deseo de experimentar la verdad, diversas visiones, estados, etcétera.

La experiencia implica a un experimentador, una entidad como experimentador. Por consiguiente, cuando él experimenta, debe reconocer lo que experimenta, de otro modo eso no es una experiencia. Y cuando lo reconoce, ya es lo conocido; por lo tanto, la experiencia pertenece al pasado. La mente busca experiencias a través de las drogas (como está de moda ahora en Occidente), drogas de distintos tipos a fin de tener grandes viajes en el cielo. Tiene que existir, siempre existe el experimentador que apetece, busca, anhela, espera experiencias trascendentales, supercósmicas y qué sé yo cuántas más.

Y cuando uno busca experiencias siempre las encontrará dentro del patrón, dentro del condicionamiento de la mente del experimentador. Por lo tanto, hay una división entre el experimentador y la cosa experimentada y, en consecuencia, siempre hay un buscar, un desear, un andar a tientas, un conflicto. Y estamos diciendo que eso no es meditación. La más alta forma de sensibilidad, con el cerebro completamente quieto, es la cualidad del amor. Si hay amor en nuestro corazón, ésa es la cosa más extraordinaria. El amor no es placer. El amor no tiene nada que ver con el miedo. No está relacionado con el sexo. Es la cualidad de la mente libre, sensible, inteligente, con un cerebro que no responde en términos del pasado y que, por lo tanto, se halla en silencio. Entonces, el corazón da con este perfume llamado amor. La comprensión de esto es meditación. Esos son los cimientos de la meditación.

Sin meditación no hay virtud; la virtud es un movimiento en el que no hay conflicto de ninguna clase. Y tienen que existir esa libertad, ese sentido de amor, para poder descubrir por uno mismo si hay o no hay una realidad, si existe o no existe eso que por siglos y siglos los hombres han llamado Dios; descubrirlo, no decir: “Yo creo en Dios”, como dice el feo y corrupto político (ello le rinde beneficios). Pero la descripción no es lo descrito. Y para descubrir esa calidad intemporal, ese movimiento intemporal, tiene que haber energía y ausencia de conflicto ‑energía inteligente y asombrosamente despierta-. Por lo tanto, la meditación no es cosa que pueda practicarse. La meditación es la manera de vivir, meditando todo el día, mirando, observando, aprendiendo, en constante movimiento. Y para observar así, tiene que haber una mente quieta, silenciosa.

Los innumerables problemas de la vida, el problema económico, la injusticia social, el conflicto del hombre con el hombre, entre la mujer y el hombre, el conflicto entre grupos y las divisiones sociales, la división de las religiones... todas esas cosas tienen poco sentido. Para responder a todos esos problemas es necesaria una revolución, la revolución interna de la mente. Y la meditación, en el sentido en que la hemos descrito, es esencial para comprender esta vida extraordinariamente compleja.

Somos seres humanos, no rótulos, y como seres humanos que viven en este desdichado mundo agobiado por el dolor, tenemos que comprenderlo, comprender nuestra relación con él, nuestro contacto con él. Somos el mundo, el mundo no está separado de nosotros. Las guerras que tienen lugar son nuestras guerras porque nosotros, los seres humanos, hemos contribuido a ellas. Tenemos que comprender a este observador que es uno mismo, comprendernos a nosotros mismos, no por medio del análisis. En esa observación encontrarán ustedes que el actuar es el ver. Sólo una mente así puede descubrir por sí misma si existe una realidad o no. Ella no contiene especulaciones ni teorías ni libros ni maestros ni discípulos. Y una mente semejante es una mente que conoce el éxtasis.

Del Boletín 7 (KF), 1970

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