El Vuelo del Águila.
6. La Totalidad de la Vida
Comprender la pasión sin motivo
Ámsterdam, 11 de mayo de 1969
Uno se pregunta por qué los seres humanos en todo el mundo carecen de pasión. Anhelan vehementemente el poder, la posición, diversas clases de entretenimiento, tanto sexual como religioso, y otras formas de sensualidad. Pero al parecer pocos tienen la pasión profunda que se consagra a comprender el proceso total del vivir, pocos son los que no dedican toda su energía a la actividad fragmentaria. El gerente de banco está tremendamente interesado en su negocio bancario y el artista y el científico están entregados a sus propios intereses especiales, pero aparentemente una de las cosas más difíciles es tener una pasión intensa y perdurable puesta en la comprensión de la totalidad de la vida.
A medida que penetramos en esta cuestión de lo que constituye la comprensión total del vivir, amar y morir, necesitamos no sólo capacidad intelectual e intenso sentimiento, sino mucho más que todo eso, la gran energía que únicamente la pasión puede brindar. Teniendo este problema enorme, complejo, sutil y muy profundo, debemos dedicar nuestra total atención -que después de todo es pasión- para ver y descubrir por nosotros mismos si hay otra manera de vivir por completo diferente de la actual. Para comprender esto tenemos que adentrarnos en varias cuestiones, inquirir en el proceso de la conciencia, examinar tanto las capas superficiales como las profundas de nuestra propia mente, y observar también la naturaleza del orden, no sólo del externo, del social, sino también del interno.
Tenemos que descubrir el sentido del vivir, no darle una importancia sólo intelectual, sino ver realmente qué significa vivir. Asimismo tenemos que examinar la cuestión de lo que es el amor y qué significa. Todo esto debe ser explorado en el consciente y en los profundos y ocultos rincones de la propia psiquis. Hemos de preguntarnos qué es orden, qué significa realmente vivir, y si podemos vivir una vida de completo y total afecto, compasión, ternura y amor. También tenemos que descubrir por nosotros mismos el significado de esa cosa extraordinaria que llamamos muerte.
Esos no son fragmentos, sino el movimiento completo, la totalidad de la vida. No podremos comprender esto si lo dividimos en vivir, amar y morir, porque todo es un solo movimiento. Para comprender este proceso total, tiene que haber energía, no sólo energía intelectual, sino la energía de un sentir intenso, y esto implica tener esa pasión sin motivo que pueda arder constantemente dentro de uno. Como nuestras mentes están fragmentadas, es necesario investigar la cuestión de lo consciente y lo inconsciente, porque allí comienza toda división -el "yo" y "el no yo", el "tú" y el "yo", el "nosotros" y el "ellos". Mientras exista esta separación -en la nacionalidad, la familia, entre religiones con sus dependencias posesivas separadas- habrá inevitablemente divisiones en la vida. Habrá el vivir cotidiano con su tedio y rutina y eso que llamamos amor, cercado por los celos, la posesividad, la dependencia, y la dominación; habrá temor y la inevitabilidad de la muerte. ¿Podemos penetrar en esta cuestión seriamente -no sólo en forma verbal, teórica, sino investigarla mirándola realmente dentro de nosotros mismos y preguntándonos por qué existe esta división que engendra tanta desdicha, confusión y conflicto?
Podemos observar muy claramente en nosotros mismos la actividad de la mente superficial con su preocupación por la subsistencia, y su conocimiento técnico, científico, adquisitivo. Uno puede observarse siendo competidor en la oficina, puede ver las operaciones superficiales de la propia mente. Pero hay partes ocultas que no han sido exploradas porque no sabemos cómo hacerlo. Si deseamos exponerlas a la luz de la claridad y de la comprensión, leemos libros que nos hablan de ellas, o acudimos a algún analista o filósofo. Pero no sabemos cómo mirar las cosas por nosotros mismos; aun cuando seamos capaces de observar la actividad externa y superficial de la mente, estamos aparentemente incapacitados para mirar en esa cueva profunda y secreta en la que está contenido todo el pasado. ¿Puede la mente consciente con sus positivas exigencias y aseveraciones mirar en las capas más profundas del propio ser? No sé si han tratado de hacerlo alguna vez, pero si lo han hecho con suficiente insistencia y seriedad, habrán encontrado ustedes mismos el vasto contenido del pasado, la herencia racial, las imposiciones religiosas, las divisiones, pues todas esas cosas están escondidas allí. La expresión ocasional de una opinión se origina en esas acumulaciones del pasado que se basan esencialmente en el conocimiento y la experiencia pasada, con sus diversas formas de conclusiones y opiniones. ¿Puede la mente mirar dentro de todo esto, comprenderlo y trascenderlo de manera que no exista división alguna?
Esto es importante porque estamos muy condicionados para mirar la vida en forma fragmentaria. Y mientras continúe esta fragmentación, existirá la demanda de realización -el "yo" deseando realizar, lograr, competir, ser ambicioso. Es esa fragmentación de la vida lo que nos hace individual y colectivamente egocéntricos y necesitados de identificarnos con algo más grande mientras permanecemos separados. Es esta profunda división en la conciencia, en la estructura y naturaleza total de nuestro ser, la que causa división en nuestras actividades, en nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Así dividimos la vida y esas cosas que llamamos amar y morir.
¿Es posible observar el movimiento del pasado, que es lo inconsciente? -si es que podemos utilizar la palabra "inconsciente" sin darle un significado especial psicoanalítico. El inconsciente profundo es el pasado, y actuamos partiendo de ahí. Por lo tanto, existe la división en pasado, presente y futuro, lo cual es tiempo.
Todo eso puede aparecer más bien complicado, pero no lo es. Es realmente bastante sencillo si podemos mirar dentro de nosotros mismos y observarnos en la acción, observar el funcionamiento de nuestras propias opiniones, pensamientos y conclusiones. Guando nos miramos críticamente podemos ver que nuestras acciones están basadas en conclusiones pasadas, o en una fórmula o patrón que se proyecta al futuro como un ideal, y actuamos de acuerdo con ese ideal. Por lo tanto, el pasado está siempre funcionando con sus motivos, conclusiones y fórmulas; el corazón y la mente están sobrecargados de recuerdos que moldean nuestras vidas y crean la fragmentación.
Tenemos que preguntarnos si la mente consciente puede ver dentro de lo inconsciente de modo tan completo que uno pueda comprender la totalidad de su contenido, que es el pasado. Esto requiere capacidad crítica -pero no crítica basada en opiniones propias-; capacidad crítica para observarse uno mismo. Si se está realmente despierto, entonces cesa esa división en la totalidad de la conciencia. Tal estado de la mente despierta sólo es posible cuando existe esta crítica autoobservación exenta de todo juicio.
Así, observar significa ser crítico, no utilizando una crítica basada en evaluaciones u opiniones, sino siendo críticamente atento, alerta. Pero si esa crítica es personal, si está cercada por el miedo o cualquier forma de prejuicio, cesa de ser una verdadera crítica y se convierte en algo meramente fragmentario.
Lo que nos interesa es comprender todo el proceso, la totalidad de la vida, y no un fragmento en particular. No nos preguntamos qué hacer respecto de un problema en particular, o en relación con la actividad social que es independiente del proceso total del vivir, sino que tratamos de descubrir qué está incluido en la comprensión de la realidad y si existe tal realidad, tal inmensidad, tal eternidad. En esa percepción total y completa -no fragmentaria- estamos interesados. Esa comprensión del movimiento total de la vida como una sola actividad unitaria es posible únicamente cuando en la totalidad de nuestra conciencia terminan todos nuestros conceptos, principios, ideas y divisiones como el "yo" y el "no yo". Si eso es claro -y espero que lo sea- entonces podemos continuar indagando qué es el vivir.
Consideramos el vivir como una acción positiva: hacer, pensar, el interminable bullicio, conflicto, miedo, sufrimiento, culpabilidad, ambición, competencia, el anhelo de placer con su dolor, el deseo de éxito. Todo esto es lo que llamamos vivir. Esa es nuestra vida, con sus alegrías ocasionales, sus momentos de compasión sin ningún motivo y de generosidad espontánea. Existen raros momentos de éxtasis, de una bienaventuranza sin pasado ni futuro. Pero el ir a la oficina, la ira, el odio, el desprecio, la enemistad, es lo que llamamos el vivir cotidiano, y consideramos eso como extraordinariamente positivo.
La negación de lo positivo es lo único verdaderamente positivo. Negar ese llamado vivir -que es feo, aislante, temeroso, brutal y violento- sin conocer lo otro, es la acción más positiva. ¿Nos estamos comunicando mutuamente? Ustedes saben que negar del todo la moralidad convencional es ser altamente moral, porque lo que llamamos moral social, la moral de la respetabilidad, es totalmente inmoral; somos competidores, codiciosos, envidiosos, y hacemos lo que nos place -ustedes saben cómo nos comportamos. Llamamos a eso moralidad social; la gente religiosa habla de una moralidad distinta, pero sus vidas, todas sus actitudes, la estructura jerárquica de las organizaciones religiosas y de las creencias, es inmoral. Negar eso no es reaccionar, porque la reacción constituye otra forma de disentir mediante la propia resistencia. Pero cuando negamos porque comprendemos, existe la más alta forma de moralidad.
De la misma manera, negar la moralidad social, negar la manera en que vivimos -nuestras vidas insignificantes, nuestro pensar y existir superficiales, la satisfacción que en un nivel superficial sentimos con las cosas que hemos acumulado- negar todo eso, no como una reacción, sino viendo la total estupidez y la naturaleza destructiva de esa manera de vivir, negar todo eso es vivir. Ver lo falso como falso es ver lo verdadero.
Luego ¿qué es el amor? ¿Es placer el amor? ¿Es deseo? ¿Es el amor apego, dependencia, la posesión de la persona a la que amamos y dominamos? ¿Es amor decir "esto es mío y no tuyo, mi propiedad, mis derechos sexuales, en los cuales están envueltos los celos, el odio, la ira y la violencia"? Y además, el amor se ha dividido en sagrado y profano como parte del condicionamiento religioso; ¿es todo eso amor? ¿Puede uno amar y ser ambicioso? ¿Puede usted amar a su esposo y puede decir el que la ama, cuando es ambicioso? ¿Puede haber amor cuando hay competencia y afán de éxito?
Negar todo eso, no sólo intelectual o verbalmente, sino extirparlo de nuestro propio ser, de manera que nunca volvamos a experimentar celos, envidia, rivalidad o ambición -negar todo eso, sin duda es amor-. Ambas maneras de actuar no pueden jamás ir juntas. El hombre que es celoso, o la mujer que es dominante, no saben lo que significa el amor. Pueden hablar de amor, pueden dormir juntos, poseerse mutuamente, depender recíprocamente para su comodidad, seguridad, o por miedo a la soledad, pero sin duda alguna, nada de eso es amor. Si la gente que dice amar a sus hijos los amara de verdad, ¿habría guerras, habría divisiones nacionales, habría estas separaciones? Lo que llamamos amor es tortura, desesperación, un sentimiento de culpabilidad. Este amor está generalmente identificado con el placer sexual. No es que seamos puritanos o mojigatos; no decimos que no debe existir el placer. Cuando miramos una nube o el cielo, o un rostro hermoso, en ello hay deleite. Cuando miramos una flor, su belleza está allí -no negamos la belleza. La belleza no es el placer del pensamiento, pero es el pensamiento el que da placer a la belleza.
De la misma manera, cuando amamos y hay sexo, el pensamiento da continuidad al placer a través de la imagen de lo que se ha experimentado y de lo que ha de repetirse mañana. En esta repetición hay un placer que no es belleza. La belleza, la ternura y el sentido total del amor no excluyen el sexo. Pero en estos días cuando todo es permitido, parece que el mundo ha descubierto de pronto el sexo, y éste se ha vuelto extraordinariamente importante. Probablemente ése es el único escape y la única libertad que el hombre tiene ahora; en todo lo demás es atropellado, amedrentado, profanado intelectual y emocionalmente; y en toda forma es un esclavo, está destruido, y se siente libre sólo durante la experiencia sexual. En esa libertad disfruta de cierto deleite y quiere repetirlo. Al ver todo esto, ¿dónde está el amor? Sólo una mente y un corazón plenos de amor pueden percibir el movimiento total de la vida. Entonces, cualquier cosa que haga, un hombre que posee ese amor es moral, bueno, y lo que hace es bello.
¿Y cómo interviene el orden en todo esto, sabiendo como sabemos que nuestra vida es tan confusa y tan desordenada? Todos queremos orden, no sólo en la casa, teniendo las cosas en el lugar adecuado, sino que también deseamos orden en lo externo, en la sociedad, donde existe tan inmensa injusticia social. Asimismo deseamos orden interno; y debe haber orden, orden profundo, matemático. ¿Y es éste un orden que pueda ser producido conforme a un patrón que consideramos ordenador? Entonces estaríamos comparando el patrón con el hecho y habría conflicto. ¿No es desorden este mismo conflicto? Por lo tanto, no es virtud. Cuando una mente lucha por ser virtuosa, moral, ética, genera resistencia, y en ese mismo conflicto hay desorden. De manera que la virtud es la propia esencia del orden, aun cuando no nos guste utilizar esta palabra en el mundo moderno. Esa virtud no nace del conflicto del pensamiento, sino que surge sólo cuando vemos el desorden críticamente con una inteligencia despierta y comprendiéndonos a nosotros mismos. Entonces hay orden completo en su más alta expresión, lo cual es virtud. Y eso es posible sólo cuando hay amor.
Está luego la cuestión del morir, que hemos apartado de nosotros cuidadosamente, como algo que va a ocurrir en el futuro, un futuro quizá dentro de cincuenta años o tal vez mañana. Tememos morir, llegar físicamente al final y ser separados de las cosas que hemos poseído, por las que hemos trabajado, las que hemos experimentado: la esposa, el marido, la casa, los muebles, el pequeño jardín, los libros, los poemas que hemos escrito o esperábamos escribir. Y tememos abandonar todo eso porque nosotros somos los muebles, la pintura que poseemos; cuando sabemos tocar el violín, somos ese violín. Eso es así porque nos hemos identificado con esas cosas, somos todo eso y nada más. ¿Han mirado esto así alguna vez? Somos la casa, con sus persianas, el dormitorio, los muebles que poseemos y que hemos pulido cuidadosamente por años; eso es lo que somos. Si eliminamos todo eso, no somos nada.
De eso tenemos miedo; de no ser nada. ¿No es muy extraño ver cómo pasa alguien cuarenta años yendo a la oficina y, cuando deja de hacerlo, sufre un ataque al corazón y muere? Somos la oficina, los archivos, el gerente, el empleado, o lo que sea el puesto que ocupamos; somos eso y nada más. Y tenemos muchas ideas acerca de Dios, de la bondad, de la verdad, de lo que debe ser la sociedad; eso es todo. En ello hay sufrimiento. Nos entristece profundamente llegar a darnos cuenta de que somos eso, pero el sufrimiento mayor es que no nos damos cuenta. Ver eso y descubrir su significado es morir.
La muerte es inevitable, y todos los organismos tienen que morir. Pero tememos abandonar el pasado. Somos el pasado, somos el tiempo, el dolor y la desesperación, con una percepción ocasional de belleza, un florecimiento de bondad o de ternura como algo pasajero, no perdurable. Y como tenemos miedo a la muerte, decimos: ¿volveré a vivir?, lo cual implica continuar la lucha, el conflicto, la desdicha, la posesión de cosas, la experiencia acumulada. Todo el Oriente cree en la reencarnación. Deseamos ver reencarnar aquello que somos, pero somos toda esta confusión, este desorden, este enredo. La reencarnación implica también que volveremos a nacer en otra vida; por lo tanto, importa lo que hagamos hoy, y no cómo vamos a vivir cuando renazcamos en nuestra próxima vida, si es que existe tal cosa. Si vamos a nacer de nuevo, lo que importa es cómo vivimos hoy, porque el hoy es lo que va a sembrar la semilla de la belleza o la semilla del dolor. Pero aquellos que creen tan fervientemente en la reencarnación no saben cómo comportarse; y si estuvieran interesados en su comportamiento, entonces no les preocuparía el mañana, porque la bondad está en la atención que prestemos hoy.
El morir es parte del vivir. Ustedes no pueden amar sin morir, morir para todo lo que no es amor, morir para todos los ideales que son la proyección de sus demandas internas, morir para todo el pasado, para la experiencia, de manera que sepan lo que significa el amor, y, por lo tanto, lo que significa el vivir. Vivir, amar y morir son, pues, la misma cosa, que consiste en vivir total y completamente ahora. Entonces hay una acción que no es contradictoria y que no trae consigo dolor y sufrimiento; existe un vivir, un amar y un morir en que hay acción. Esa acción es orden. Y si uno vive de esa manera -y uno debe hacerlo, no en momentos ocasionales, sino cada día y cada minuto- entonces tendremos orden social, y habrá unidad en el hombre, y los gobiernos serán manejados por computadoras, no por políticos con sus ambiciones personales y su condicionamiento. Por lo tanto, vivir es amar y es morir.
Interlocutor: ¿Puede uno quedar libre instantáneamente y vivir sin conflictos, o eso toma tiempo?
Krishnamurti: ¿Puede uno vivir inmediatamente sin el pasado, o toma tiempo deshacerse del pasado? Si toma tiempo, ¿impide esto que viva uno en lo inmediato? Ese es el problema. El pasado es como una cueva escondida, como un sótano donde usted guarda el vino -si es que tiene vino. ¿Toma tiempo estar libre de ello? ¿Qué está envuelto en el hecho de tomar tiempo?- que es a lo que estamos acostumbrados. Uno se dice a sí mismo: "me tomaré tiempo; la virtud es una cosa que ha de ser adquirida, que debe ser practicada día tras día; me desharé de mi odio, de mi violencia, gradualmente, poco a poco"; a esto es a lo que estamos acostumbrados, éste es nuestro condicionamiento. Así es que nos preguntamos si es posible deshacernos del pasado gradualmente, lo cual implica tiempo. Esto es, siendo violento, me digo: "gradualmente me libraré de esto". ¿Qué quiere decir "gradualmente", "paso a paso"? Significa que entretanto sigo siendo violento. La idea de deshacerse gradualmente de la violencia es una forma de hipocresía. Es obvio que si soy violento no puedo dejar de serlo gradualmente, sino que tengo que terminar con ello de inmediato. ¿Puedo poner fin a cosas psicológicas inmediatamente? No puedo hacerlo si acepto la idea de liberarme gradualmente del pasado. Pero lo que importa es ver el hecho tal y como es ahora, sin distorsión alguna. Si soy celoso y envidioso, debo verlo completamente mediante la observación total, y no parcial. Observo mis celos, ¿por qué soy celoso? Porque estoy solo, la persona de la cual dependo me ha abandonado y súbitamente me enfrento a mi vacuidad, a mi aislamiento, y como estoy temeroso de todo eso, dependo de usted. Y si usted me abandona, siento ira, celos. El hecho es que estoy triste, necesito compañía, necesito alguien que cocine para mí, que me consuele, que me proporcione placer sexual, etc.; y todo ello se debe a que básicamente estoy solo. Por eso soy celoso. ¿Puedo comprender esta soledad en el acto? Puedo comprenderla sólo si la observo, si no huyo, si puedo observarla críticamente, con inteligencia despierta, sin buscar excusas, sin tratar de llenar el vacío o de encontrar una nueva compañía A fin de observar eso, tiene que haber libertad, y cuando hay libertad para mirar, estoy libre de los celos. De manera que la percepción, la total observación de los celos y la liberación de ellos no depende del tiempo, sino de prestar atención completa, de darse cuenta con objetividad crítica, observando sin elección alguna, instantáneamente, todas las cosas según surgen. Entonces hay libertad -no en el futuro, sino ahora- de aquello que llamamos celos.
Esto se aplica igualmente a la violencia, a la ira y a cualquier otro hábito, sea el de fumar, el de ingerir bebidas o a los hábitos sexuales. Si los observamos con mucha atención, en su totalidad, con nuestra mente y corazón, nos damos cuenta inteligentemente de su contenido total; entonces hay libertad. Una vez que este estado de atención, de percepción alerta está funcionando, cualquier cosa que surge entonces -ira, celos, violencia, brutalidad, ambigüedades, enemistad- puede ser observada instantáneamente, completamente. En eso hay libertad, y la cosa que estaba allí deja de estar. De modo que el pasado no será eliminado a través del tiempo. El tiempo no es el camino a la libertad. ¿No es esta idea de lo gradual una forma de indolencia, de incapacidad para enfrentar el pasado instantáneamente en el momento que surge? Cuando ustedes tienen esa prodigiosa capacidad para observarlo claramente según surge y lo observan con toda su mente, con todo su corazón, entonces el pasado cesa.
Por lo tanto, el tiempo y el pensamiento no ponen fin al pasado, porque el tiempo y el pensamiento son el pasado.
Interlocutor: ¿Es el pensamiento un movimiento de la mente? ¿Es la percepción alerta función de una mente quieta?
Krishnamurti: Como dijéramos el otro día, el pensamiento es la respuesta de la memoria, como si se tratara de una computadora que hemos alimentado con toda clase de información. Y cuando pedimos la respuesta, lo que hemos almacenado en la computadora responde. En esa misma forma la mente, el cerebro que es el almacén del pasado, que es memoria, cuando es retado responde en pensamientos de acuerdo con su conocimiento, experiencia, condicionamiento, etcétera. Por lo tanto, el pensamiento es el movimiento, o más bien parte del movimiento, de la mente y del cerebro. El interlocutor desea saber si la percepción alerta implica quietud de la mente. ¿Puede usted observar cualquier cosa -un árbol, su esposa, su vecino, el político, el sacerdote, un bello rostro- sin ningún movimiento de la mente? Las imágenes de su mujer, de su vecino, el conocimiento de la nube o del placer, todo eso se interpone, ¿no es así? Cuando alguna imagen se interpone, en forma sutil u obvia, entonces no hay observación, usted no se da cuenta total y realmente; está sólo parcialmente alerta. Para observar con claridad no puede haber imagen alguna que se interponga entre el observador y la cosa observada. Cuando usted mira un árbol, ¿puede hacerlo sin el conocimiento de términos botánicos, o del conocimiento de placer o deseo que tenga acerca de él? ¿Puede mirarlo tan completamente que el espacio entre usted -el observador- y la cosa observada desaparezca? ¡Eso no quiere decir que usted se vuelva el árbol! Pero cuando ese espacio desaparece, cesa el observador y queda únicamente la cosa observada. En esa observación hay percepción, se ve la cosa con vitalidad extraordinaria: su color, su forma, la belleza de la hoja o del tronco; cuando no existe el centro del "yo" que está observando, usted se halla en íntimo contacto con aquello que observa.
Existe el movimiento del pensamiento -que es parte del cerebro y de la mente- cuando hay un reto que tiene que ser contestado por el pensamiento. Pero para descubrir algo nuevo, algo que nunca se ha visto antes, tiene que haber esta atención intensa sin movimiento alguno. Esto no es algo misterioso u oculto que usted tenga que practicar por años y años; eso es pura tontería. Ello se produce cuando, entre dos pensamientos, usted está observando.
¿Sabe cómo el hombre descubrió la propulsión a chorro? ¿Cómo ocurrió? El conocía todo lo que había que conocer acerca del motor de combustión y buscaba algún otro método. Para mirar hay que estar silencioso; si uno lleva consigo todo el conocimiento de su motor a combustión, encontrará únicamente lo que ya conoce. Aquello que uno aprendió tiene que estar dormido, quieto, y entonces puede descubrirse algo nuevo. De la misma manera, para ver a su esposa, a su esposo, el árbol, al vecino, la total estructura social que es desorden ustedes tienen que encontrar silenciosamente una manera nueva de mirar y, por lo tanto, una manera nueva de vivir y de actuar.
Interlocutor: ¿Cómo encontramos el poder de vivir sin teorías ni ideales?
Krishnamurti: ¿Cómo tiene usted el poder de vivir con ellos? ¿Cómo tiene esa energía extraordinaria para vivir con fórmulas, ideales y teorías? Usted vive con esas fórmulas, ¿cómo tiene la energía? Esa energía está siendo disipada en el conflicto. Lo ideal está allá y usted está aquí y trata de vivir de acuerdo con aquello. Hay, por lo tanto, división, conflicto, que es un desperdicio de energía. Así pues, cuando ve el desperdicio de energía, cuando ve lo absurdo de tener ideales, formulas, conceptos, y los conflictos constantes que todos ellos causan, entonces tiene la energía para vivir sin eso. Entonces tiene energía en abundancia porque no hay desgaste en absoluto a través del conflicto. Pero usted ve, tememos vivir de esa manera debido a nuestro condicionamiento, y aceptamos esta estructura de fórmulas e ideales como otros lo han hecho. Vivimos con ellos y aceptamos el conflicto como un modo de vida. Cuando vemos todo eso, no de manera verbal, teórica, ni intelectual, sino que nos damos cuenta con todo nuestro ser de lo absurdo que es vivir así, entonces tenemos la abundancia de energía que surge cuando no hay conflicto alguno. Entonces existe el hecho y nada más. Existe el hecho de que uno es codicioso, y no el ideal de que no debe ser codicioso -eso es un desperdicio de energía-. Está únicamente el hecho de que se es codicioso, posesivo y dominante. Ese es el único hecho, y cuando uno presta su total atención a ese hecho, entonces tiene la energía para disiparlo y, por lo tanto, para vivir libremente, sin ideal alguno, sin principio alguno, y sin creencia alguna. Y eso es amar y morir para todas las cosas del pasado.
El Vuelo del Águila.
6. La Totalidad de la Vida
Comprender la pasión sin motivo
Ámsterdam, 11 de mayo de 1969
Jiddu Krishnamurti, El Vuelo del Águila (The Flight of the Eagle). Contiene pláticas y discusiones de Krishnamurti en Londres, Ámsterdam, París y Saanen (Suiza). The Flight of the Eagle. Jiddu Krishnamurti en español.