El Reino de la Felicidad
Capítulo 10 - Sacrificio en el Altar
Si me habéis escuchado con verdadero interés, creo que debe haber alboreado en vosotros y os debéis haber dado cuenta de que para entrar en esta mansión de Felicidad debéis estar libres de todo cuanto aprisiona y que os mantiene apegados a la tierra, a las tristezas, a los placeres y a las diversas agitaciones; y que evitar todo ello y quedar libres significa alcanzar la iluminación, el Nirvana, obedecer la única Ley, y entrar en el único y absoluto Reino de la Felicidad. También significa que habéis de estar libres de karma; significa que en el pasado, sobre el que ya no tenéis dominio alguno, habéis cometido errores y lo que se llaman pecados y habéis hecho juicios equivocados, que trajeron en consecuencia los entorpecimientos y aflicciones que siempre entraña el karma. Pero sobre el presente y el futuro tenéis dominio; podéis regir el futuro por el presente y eliminar así la ilusión de tiempo y espacio. Los que tratáis de comprender y os esforzáis en llegar a esta mansión y en ser parte de este Reino donde mora la eterna Felicidad. Debéis saber que ni en el presente ni en el porvenir debéis acumular más karma ni levantar nuevas barreras entre vosotros y vuestra meta. Esto significa que debéis vigilar, que debéis tener plenitud de recordación propia, que os habéis de examinar solemne y gozosamente de modo que cualesquiera que sean vuestras emociones, pensamientos y obras no puedan en modo alguno impediros entrar en este Reino. Las puertas de este Reino no están cerradas, porque no tiene en realidad puertas ni barreras; vosotros fabricáis las barreras, las puertas y el portero. Únicamente podéis regular el karma por cuidadoso pensamiento, por introversión, por examen de las menudencias de la vida, de todos vuestros pensamientos, de las dichas y placeres de vuestra vida cotidiana.
La introversión no significa la morbosa concentración en sí mismo con exclusión de los demás.
Por el contrario, la introversión o examen propio ha de ayudaros a cultivar y estimular el crecimiento de vuestros cuerpos mental, emocional y físico de acuerdo con vuestro único y supremo deseo. Como enredadera cuyo instinto es medrar en todas direcciones en vez de seguir un solo camino, así vosotros propendéis más y más a extraviaros, a menos que un prudente jardinero gobierne vuestra mente y vuestro corazón como gobernaría la enredadera.
La introversión, según he dicho, no debe propender a la morbosidad ni al abatimiento, sino que debe emplearse con un sentimiento absolutamente impersonal, como el estudiante que va diariamente por su camino a cumplir con su deber.
Sin la introversión, sin esta solemne inquisitoria y reiterado examen no construiréis vuestro carácter; y sin carácter, sin cualidades lógica y sistemáticamente desenvueltas en toda su amplitud, seréis como leño muerto, sin vida, sin las inherentes cualidades necesarias a quienes desean obedecer, crear y vivir noblemente.
Cada uno de vosotros debe ser capaz de ofrecer algo en el altar; cada uno de vosotros ha de traer flores en la canastilla cuando venga al templo; flores plenamente abiertas que den su deliciosa fragancia, hermosa y dignificada. Cuando lleguéis con estas flores al altar, entonces seréis aceptables; pero si llegáis con la canastilla vacía y sólo deseáis adorar sentimentalmente, sin divinas capacidades bien desarrolladas, seréis inútiles.
Debéis tener algo que dar. No podéis decir simplemente: “Me he entregado yo mismo”. Cada uno de nosotros puede decirlo así porque tenemos muy poco que dar. Es como si un hombre que nada poseyera dijese: “Yo entrego el mundo”. Pero si un varón de experiencia, si el que ha comprendido y vencido al mundo entrega sus riquezas y sus glorias, entonces es valiosa su renunciación, porque tiene experiencia, porque ha sufrido y su renuncia es un ejemplo para todos. Cuando quien no tiene rosas en su jardín dice: “Doy todo cuanto poseo” es de poco valor su ofrenda, porque su devoción y su inteligencia son cortas, y cuando algo ofrece no hay belleza en su actitud, mientras que será aceptable un hombre inteligente, devoto, enérgico y vigoroso que renuncie a todo y vaya en pos de su ideal.
Aunque no tengáis grandes aptitudes ni mucha inteligencia ni seáis muy devotos y enérgicos, podréis al menos ofrecer un carácter formado, una definida acción, una flor cultivada en vuestro jardín y que hayáis mantenido viva entre las tribulaciones.
Cuando al altar vengáis con semejante don, por pequeño que sea, será valioso, porque significará que habéis aprendido a dar cosas aceptables, valiosas y dignas. Y como antes dije, ha de llegar y llegará un día en que aquella Voz, aquel Tirano, os diga que renunciéis a todo y que sigáis; y debéis estar preparados para entonces. Habéis de tener vuestro jardín bien escardado y cultivado con las flores dispuestas para ser cortadas. Entonces podréis dar vuestra devoción, vuestra inteligencia con mayor conocimiento y certidumbre de que serán utilizadas porque las disciplinasteis, las cultivasteis, y sabéis cuáles son sus capacidades, y que sois los dueños de ellas. Y cuando hagáis un sacrificio (si a esto se le puede llamar sacrificio, pues seguís vuestro gusto, vuestra dicha, y en esto no hay sacrificio), cuando vengáis con las flores al templo, el Sumo Sacerdote de este templo, que es vuestra Voz interna, vuestro Gobernador y Legislador, las tomará y utilizará, las nutrirá y hará más hermosas, y alentará en ellas y les infundirá Divinidad.
Mientras andáis errantes y a tientas es indispensable que no ceséis de formar este carácter, que maduréis este fruto, a fin de cosecharlo oportunamente y alimente y deleite a otros. Por esta razón es tan necesario vigilar, estar despiertos, y hacer el propio inventario. No hemos de dormir aunque podamos soñar. Hemos de mantenernos despiertos, pero podemos tener nuestras tranquilas visiones. Cuanto más vigilantes y alerta estéis, mejor podréis luchar contra las pequeñeces engendradoras de Karma, que os atan a esta rueda de nacimientos y muertes, a este torbellino, a este perpetuo foco de aflicción. Si desecháis todas estas cosas viviréis en este Reino; y sólo podréis desecharlas si tenéis la mente bien disciplinada y cultivada, las emociones bien nutridas y refinadas y un cuerpo completamente sojuzgado. Este inventario, esta introversión, este examen de todas las cosas grandes o pequeñas ha de hacerse diariamente; y así debéis meditar, pensar y reflexionar a fin de que de día en día vayan desapareciendo aquellos leves impedimentos y menudas flaquezas. De esta suerte podréis crear por meditación.
Lo mismo sucede con las emociones. Debéis purificarlas, hacerlas impersonales, vigorizarlas y eliminar de ellas todo tinte de mezquindad, egoísmo, envidia, leves enojos y todas las menudas inquietudes que acaban por convertirse en formidables obstáculos. Vuestra mente y emociones deben funcionar con perfecta facilidad. Y cuando tengáis tal mente y tales emociones os será fácil dominar el cuerpo; será fácil apartaros de los deseos, necesidades y sufrimientos del cuerpo, y tratarlo como trataríais un magnífico vestido. Si me permitís que os hable de un asunto personal, recuerdo que cuando yo estaba en Ooty, en las Nílgiris de India hice experimentos conmigo mismo, no muy fructíferos al principio, para tratar de descubrir cómo podría yo desprenderme del cuerpo y verlo tal como es. Después de dos o tres días o acaso una semana de experimentación, noté que durante algún tiempo pude separarme fácilmente del cuerpo y contemplarlo objetivamente. Estaba yo junto a mi cama, donde yacía mi cuerpo, y experimenté una extraordinaria sensación. Y desde entonces he experimentado un distinto sentimiento de despego o división entre gobernante y gobernado, de modo que aunque el cuerpo tiene sus ansias, sus deseos de ir de aquí para allá y vivir y gozar separadamente por sí mismo, no estorba en modo alguno al verdadero yo.
Por esto debéis disciplinar todos vuestros cuerpos, el mental, el emocional y el físico, de modo que cada cual tenga existencia independiente y sin embargo cooperen mutuamente. Así la mente podrá decir a las emociones: sentiréis tal y tal cosa y no pasaréis de ahí. Y la misma demanda pueden hacerle al cuerpo las emociones. Así sois tres diferentes seres, y en este conocimiento tenéis motivo de diversión y aventura. En vez de ser una persona sois tres separados seres, de suerte que tenéis el punto de vista de tres, el karma de tres, los intereses de tres y los placeres de tres. Así aprenderéis a ser parte del mundo, parte de todo el sistema, en vez de ser un individuo particular, de modo que os entrefundáis con vuestros tres seres en los innumerables millones de seres. Todos luchan en las mismas filas aunque se expresen de diversos modos. Y si podéis experimentar este placer, si podéis disciplinar estos tres seres, os libertaréis de muchos grilletes de vuestro karma; os veréis libres y podréis alejaros de todas las cosas y entrar y morar en este Reino. Ello os dará diferente comprensión, diferentes placeres y diferentes alientos de vida. Necesitáis probar las tristezas de la experiencia; necesitáis absorber, aprender, observar y hacer todas las cosas, y sin embargo libraros de los grilletes que entrañan. Sois el extremo observador que discierne, pesa, pondera y juzga; y si sois capaces de esto cada día, a cada hora y a cada instante, pero no con demasiada seriedad ni falta de humorismo, veréis abiertas las puertas de esta morada y podréis entrar, salir, sentaros y adorar en donde y cuando os plazca.
Este es el único placer de la vida, el único deleite de que un hombre inteligente puede disfrutar, pues al fin y al cabo un hombre inteligente nunca estará durante mucho tiempo satisfecho del mundo; ha de vislumbrar algo más allá, ha de tener sueños y visiones y vivos anhelos. Y aunque muy pocos de nosotros hay verdaderamente inteligentes, aunque muy pocos de nosotros tienen este sentimiento de aventura, el anhelo de descubrir algo nuevo, siempre podemos suscitarlo, siempre podemos derribar las barreras y abrir los postigos que interceptan la luz, que oculta la Verdad.
Y entonces podremos complacernos y de veras deleitarnos en soñar, en ver potentes visiones, porque, estos sueños y estas visiones son la Verdad, son realidades, son nuestro espiritual alimento, y por esto sólo podemos vivir, por esto sólo podemos sobrevivir. Debemos tener sueños, debemos tener visiones. Por muy prácticos y positivos que seamos, debemos tener este misticismo, esta vida de todos recatada. Hemos de tener nuestro peculiar cañamazo, nuestra tela en la que pintemos un cuadro que vamos mejorando y alternando en el transcurso de la Eternidad que siempre nos da la satisfacción de crear, de renovar, de hacer lo que realmente queremos hacer, y que nos precave de la terrible satisfacción egoísta, de aquella sensación de permanecer siempre en el mismo círculo, en el mismo redil. Esta es la única Verdad que cada uno de nosotros necesita poseer. Una vez hayamos entrado, visto, soñado, podremos siempre volver y vivir en nuestro Reino.
El Reino de la Felicidad
Capítulo 10 - Sacrificio en el Altar
Jiddu Krishnamurti, El Reino de la Felicidad, Conversaciones sostenidas en el castillo de Eerde, Holanda, en 1926. The Kingdom of Happiness. Jiddu Krishnamurti en español.