El Reino de la Felicidad
Capítulo 9 - El Altar del Mundo
Debéis tener claramente entendido que nuestro único fin ha de ser el logro del íntimo convencimiento de una verdad incapaz de duda ni quebranto. No es posible infundiros esta Verdad; habéis de alcanzarla por vosotros mismos, y sólo la alcanzaréis si despertáis y escucháis la interna Voz. Toda acción, todo pensamiento, toda idea ha de dimanar de la Verdad que por vosotros mismos descubráis y comprendáis. Esta verdad no puede ser comunicada ni transmitida de uno a otro. Todos los grandes Instructores han insistido en este punto, en que habéis de hallar la Verdad por vosotros mismos, y que después de hallarla y comprenderla habéis de vivir de acuerdo con ella. Entonces seréis la personificación de esta Verdad y al propio tiempo el predicador, el signo indicador en el camino de la Eterna Felicidad.
Para comprender esta idea, debéis vivir de acuerdo con los dictados de la Verdad y dignos de ella han de ser vuestros deseos. Debéis tener el impulso para crecer en vuestro natural ambiente como hermosa y naturalmente crece una flor, que mientras está en capullo seguramente conoce cuál ha de ser su plenitud, que un día verá el fulgor del sol y que perfumará al mundo. Así cada uno de vosotros, durante el periodo de crecimiento ha de pensar y meditar en la luz y verdad que os sobrevendrá en el momento de vuestra plena floración.
Sólo podréis gozar de aquel fulgor, de aquella energía, de aquella delectación si escucháis la Voz y no aceptáis ciegamente la autoridad y la tradición ajenas, de las cuales habéis de prescindir. Dicho de otro modo, habéis de ser vuestro propio legislador y vivir de conformidad con vuestras ideas e intuiciones que son el resultado de la experiencia de ésta y otras vidas. Sólo hay una ley, sólo un Nirvana, sólo un Reino de la Felicidad, sólo una Esencia; y si comprendáis esto cumplidamente actuaréis de conformidad con esta comprensión. Cuanto más adelantéis y más penséis y más sufráis, más cerca llegaréis de esta Esencia, de esta Unidad, de esta eterna Verdad.
Estaréis propensos a dudar, a discutir, a una gran agitación interior hasta que por vosotros mismos escuchéis y adquiráis esta verdad.
Mientras procuramos comprender, debemos tener la conciencia del sabio y no del loco; debemos tener la conciencia de quienes percibieron la Visión del más noble aspecto de la vida y no la conciencia de las gentes ruines e ignorantes con sus ideas y conceptos.
Y si queréis evitar esta ruin coincidencia, este débil susurro de la voz, debéis comprender enteramente lo que significa el Reino de la Felicidad, lo que significa la ley, lo que significa la verdad.
Así como la lluvia cae en la tierra y alimenta toda clase de árboles, toda especie de plantas y todas las flores, así esta única Esencia fluye por todas las cosas sin distinción. Las manos del alfarero moldean la arcilla y dan forma a hermosas y útiles vasijas, algunas de las cuales servirán de florero, otras para contener arroz o requesones, mientras que otras serán vasos de impureza. Pero todas salen de las mismas manos y son de la misma arcilla, el producto del mismo torno que incesantemente gira. Todos somos los mismos en esencia, pero diferentes en el mundo de las formas, y según esta diferencia varía nuestra comprensión de la Verdad. Cuanto más grandes seáis y más hayáis sufrido y más hayáis gozado, más cerca estaréis de la unidad de esta Esencia. Esta es la única Ley, la única aspiración que puede guiaros al Reino de la Felicidad. Únicamente podrá proporcionarnos duradera felicidad el reconocimiento de una misma Esencia en todas las cosas, diferentes en su externa forma, y de la vida a la luz de este conocimiento.
Algún tiempo se tarda en llegar a esta comprensión; y para comprender la verdad debéis disciplinar la voluntad y ejercitar la mente, porque la mente y la voluntad son vuestros guías. Pero pueden guiaros por el recto o por el tortuoso sendero; pueden guiaros alejándoos de la personalidad, de los prejuicios, de todas las futesas de separatividad, o bien pueden guiaros hacia el pensamiento de que sois diferentes de los demás. Si tenéis la mente discernidora, que a costa de muchas experiencias y sacrificios aprendió a distinguir entre lo real y lo irreal, entre lo permanente y lo transitorio, entonces os guiará la única Ley, entonces podréis caminar por el solitario sendero. Entonces daréis de mano a inútiles experimentos porque habréis aprendido a sacrificarlo todo por esta única Felicidad. Habéis de aprender a sacrificaros, a sacrificar vuestras predilecciones, vuestros prejuicios, vuestros mezquinos afectos egoístas, vuestros lazos mundanos a fin de caminar por el sendero de la felicidad.
No halléis este sendero porque yo os lo diga ni por marbetes que pueda yo ofreceros ni porque os amparéis en la autoridad ajena. Habéis de hallarlo porque así lo deseéis, lo anheléis y queráis espontáneamente buscar la Verdad. Habéis de crecer como crece la flor, hermosa y naturalmente, porque de su propia índole es desenvolverse y ser dichosa.
Sólo podréis hallar la Verdad ejercitando vuestra voluntad, la voluntad que hayáis disciplinado y cuidadosamente vigilado y dirigido y alimentado con manjar a propósito; y hasta que tengáis tal voluntad, notaréis que en vez de triunfar, en vez de cumplir hazañas, no estáis haciendo más que febriles intentos; que en vez de vencer obstáculos lo estáis interponiendo; que en vez de gritar desde las cumbres de las montañas estáis todavía gimiendo en los valles.
Todos debemos reconocer que no hay más que una Ley, una Aspiración, una Verdad, un Reino de la Felicidad; y que sólo podréis entrar en este Reino si vivís de acuerdo con aquella Ley, equivalente al reconocimiento de la unidad de la vida, de la unidad esencial de todas las cosas. Este concepto (al menos respecto a mí) me infunde el intenso sentimiento de que nada tiene real importancia; me da la sensación de absoluta certeza que seguramente infunde el sentimiento de absoluta paz interna, imposible de quebrantar, que nadie puede sustraer ni pueden trastornar mis transitorios infortunios, mis transitorios sufrimientos, ni puede cesar aunque pierda el afecto ajeno o la estimación de las muchedumbres; porque es mi propia flor, mi propia creación, mi tesoro que nadie en el mundo me puede arrebatar.
Cuando tengáis esta paz, tendréis poder y obraréis a vuestro albedrío. Podréis permanecer en la cumbre de la montaña, solos o rodeados del mundo entero, porque habréis pasado por experiencias, sufrimientos, placeres y alegrías; y cuando tengáis esta paz, este poder, seréis reales, y doquiera estéis, estaréis siempre viviendo en este Reino.
¿Habéis visto alguna vez en una central eléctrica las gigantescas dinamos que generan electricidad, y las enormes ruedas de transmisión? Están relativamente silenciosas; y sin embargo, sabéis que sin cesar generan energía, inmensa fuerza. Debéis ser una tal dinamo de energía, dignificada y equilibrada; pero sólo llegaréis a serlo si comprendéis la única esencia de vida, la unidad, y escapáis de Maya, de la irrealidad. Así obtendréis plenitud de propósito sin el cual ninguno de nosotros puede ser feliz, ninguno de nosotros puede evolucionar. Debéis tener un propósito de vida e interés en la vida. La mayoría de nosotros vivimos en una casa de muchas barreras, indiferentes respecto de si saldremos a ver la fuente de luz, o permaneceremos satisfechos con un mero reflejo. Si tenéis este propósito os infundirá determinación, os dará voluntad y llegaréis a vuestra meta. Una vez os hayáis hallado a vosotros mismos nadie podrá deprimiros ni nadie desdeñaros ni interponer barreras; y llegados por vuestro propio esfuerzo a vuestro destino, a vuestro altar, a vuestro templo, haya allí o no otros adoradores, podréis adorar con mayor entusiasmo y esplendor.
Una vez hayáis cultivado estas capacidades, hallaréis que se afirman otras cualidades igualmente importantes para la comprensión de la vida. La paciencia que os dará un sentimiento de mental bienestar; la restricción y el equilibrio, tan necesario para expresar externamente vuestra comprensión de la Verdad y la cooperadora independencia. Debéis ser independientes; debéis ser libres mental, emocional y físicamente; y sin embargo, habéis de aprender a cooperar. Porque todos caminamos por el mismo sendero hacia el mismo fin y obedecemos a la misma Ley y a la misma Voz. Una vez hayáis reconocido la universal Ley de la única vida en todas las cosas, entonces viviréis con verdadera amistad y afecto hacia todos los seres.
Solamente entonces podréis daros cuenta de la dicha o del infortunio de los demás.
Quienes de nosotros buscamos este Reino no debemos esclavizarnos a tradiciones antiguas o recientes sino que debemos vivir una nueva vida porque hemos comprendido el propósito o finalidad de la vida. Quienes aquí vengan si vienen a vivir y trabajar, si vienen a aprender a sufrir, porque no han sufrido antes, si vienen en busca de placeres y dichas de la Divinidad, han de estar inspirados por esta única Ley y deben entrar en este único Reino de la Felicidad. Todos debemos estar animados de la misma esperanza, de la misma vivacidad, aunque nos envuelvan las nubes y quedemos un momento sin sol. Este lugar debe producir nueva energía creadora, nuevas ideas de vida, antiguas y olvidadas soluciones de nuestros modernos problemas, un más puro aliento de vida cuya fragancia embriague al mundo.
Todos debéis entrar en el Reino de la Felicidad y beber en la misma fuente y adorar en el mismo altar porque Aquel a Quien adoramos es nuestro altar, porque Él es la Fuente de todas las cosas. Él está más allá de los argumentos, de las disputas, de las ambiciones y luchas personales. Él es nuestro ser. Mientras reconozcáis esta Ley, mientras luchéis noblemente, comunicaréis un nuevo conocimiento de la vida, infundiréis un nuevo impulso de felicidad a los afligidos. Para esto debéis venir aquí; para adquirir fuerza para edificar; para calmar las heridas de vuestra vida; y en cuanto estén calmadas, en cuanto estéis apaciguados, en cuanto tengáis esta paz, podréis compartirla con los demás.
Este no es un lugar a propósito para buscar nuevos marbetes ni satisfacer vanidades personales; este debe ser el lugar donde cada cual viva tan gravemente como pueda, tan vigorosamente como pueda, tan eventualmente como pueda, de conformidad con esta eterna Ley. No debéis hacer de este lugar un páramo de falsos ideales ni habéis de convertiros en seres domesticados; no debéis crear pequeños dioses ni adorar en pequeños santuarios; esto lo podréis hacer en cualquier otra parte, pero no es lo que aquí necesitamos; esta es la siniestra clase de adoración, la siniestra clase de actitud, la devoción de siniestra índole. Una vez hayáis bebido en esta fuente no necesitaréis adorar en ningún lugar del mundo. ¿Quién desearía adorar a la luz de una vela, cuando tiene a su disposición el sol? Pues precisamente esto es lo que estáis haciendo de continuo: Defender la pequeña adoración en pequeñas casas, en pequeñas celdas. Aquí procuramos erigir el altar mayor en donde toda la humanidad pueda adorar.
De más en más me convenzo de que todo esto lo debéis hallar por vosotros mismos. Ha de ser parte de vosotros.
Yo puedo exhortar, puedo conversar, clamar, sentir por mí mismo el estremecimiento de felicidad de este Reino, y acaso logre encender en vosotros un poco de entusiasmo; pero a vosotros toca hacer el esfuerzo. Vosotros debéis tener la verdadera y persistente ambición, la ambición de llegar a vuestra meta, de entrar en el Reino de la Felicidad donde está la belleza que da positivo gozo, donde está la única Verdad digna de indagación, donde está la ley por sólo la cual podéis vivir.
Debéis ser libres para prosperar, libres para sentir, libres para luchar. Mi comida y mi bebida no sirven para manteneros sanos. Si así fuese, mañana mismo quedaría salvado el mundo.
Yo podría proveerme de los mejores manjares del mundo; pero vosotros debéis nutrir vuestra alma y darle las apropiadas condiciones, el adecuado ambiente, las convenientes eventualidades para capacitarla, para progresar y vivir magnamente. Cada uno de vosotros debe hallar, si ya no la ha hallado, su propia Voz, su propio rayo de sol; debéis tener esta agitación, esta ansiedad, esta aspiración. Cuando hayáis hallado la Voz, os aseguro que tanto os importará residir en un castillo como andar desnudos con el cuenco del mendicante, porque habréis hallado lo único por lo cual podréis vivir eternamente. Sólo entonces seréis capaces de lograr que otros sientan y vivan dichosamente.
El Reino de la Felicidad
Capítulo 9 - El Altar del Mundo
Jiddu Krishnamurti, El Reino de la Felicidad, Conversaciones sostenidas en el castillo de Eerde, Holanda, en 1926. The Kingdom of Happiness. Jiddu Krishnamurti en español.