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El Reino de la Felicidad

Capítulo 5 - El Río y el Océano

En un día de mucha extensión de cielo azul con innumerables sombras, lo único de que cabe hablar es del Reino de la Felicidad, y de cómo, aunque tengamos en nuestro derredor las atracciones físicas y la física belleza, también podemos tener en nuestro interior la felicidad espiritual, el Reino de la Felicidad. El único medio posible de poseer este Reino es olvidarnos de nosotros mismos, e identificar nuestra alma con lo Eterno.

Todos creemos intensamente (y en algunos es más que creencia) que llegará día, como creo que ha de llegar, en que la Voz que hemos escuchado y cuyos mandatos obedecimos, nos excite a dejarlo todo y a seguirla. Esto nos ha de suceder a todos nosotros, todos recibiremos esta orden, cada cual en diferente forma, en varios aspectos y en distintas condiciones, pero indudablemente la recibiremos. Y cuando la recibamos ¿en qué actitud de mente, en qué condición emocional responderemos? ¿Cómo lo dejaremos todo para seguirla? ¿Qué significará esto para nosotros?

Por mi parte he pensado en lo que ello significará. A mí me parece que me será relativamente fácil abandonar las cosas físicas, las ordinarias comodidades, el bienestar corporal, las riquezas, la familia y parentela. Lo que será mucho más difícil, mucho más grave, mucho más meritorio, santo y sagrado será renunciar a mi separado yo e identificarme con Él.

Identificaros con Él significa que habéis de dar de mano a vuestras predilecciones, a vuestros prejuicios, a vuestras particulares inclinaciones y a todas las cosas por el estilo. Esto es mucho más difícil y, sin embargo, es lo que habréis de hacer. Habréis de olvidaros de lo que sois y llegar a ser como Él.

¿No habéis reparado en que una pequeña colina puede ocultar toda una cordillera de nevadas montañas, de suerte que os figuráis que aquella pequeña colina es toda la perspectiva, sin tener en cuenta la formidable vista que a lo lejos se extiende milla sobre milla tras la colina? Pues exactamente lo mismo nos sucede a nosotros. Las cosas menudas carecen de importancia; no necesitamos renunciar a ellas. Es como si estuviéramos frente a la pequeña colina. Hemos de ir más allá de esta pequeña colina para ver los gigantescos picachos. No conviene adheriros a vuestra particular forma de culto. Las estrellas centellean brillantes y hermosas antes de salir la luna, pero después todas se retiran al trasfondo ante la única reina, la única gobernante del firmamento.

Así debéis portaros todos ante Él, que es vuestro Gobernante. No significa esto que hayáis de prescindir de vuestra individualidad, sino que debéis ser como Él; y sólo podréis lograrlo si sois capaces de mirar desde Su punto de vista todas las cosas de la vida.

Para el artista que contempla una nube, el firmamento o un árbol, tienen estas cosas diferente significado, pues las mira desde el punto de vista de cómo las pintará o cómo las reproducirá en símbolos para las gentes, no precisamente copiándolas sino comunicando a los demás lo que vio en ellas. Esto es exactamente lo que debéis hacer. Debéis destruir todo cuanto os ata, y trepar las alturas en donde lleguéis a ser parte de Él, y desde allí os contemplaréis a vosotros mismos y al mundo. No conviene que estéis rodeados siempre de vuestros particulares deleites. Debéis escalar aquella altura, y desde allí regir vuestros pensamientos y emociones y vuestro cuerpo físico, porque de este único modo seréis con toda fidelidad capaces de seguirle.

Yo me pregunto: ¿Cuántos de vosotros tendréis la verdadera comprensión y realmente seguiréis cuando llegue el preciso momento de oír la Voz que reconozcáis como absoluta autoridad y cuyo mandato sea definitivo? Yo me pregunto: ¿Cuantos de vosotros, aunque obedezcáis seréis capaces de identificaros con Él como gota de agua que desaparece en el mar o como río que desagua en el vasto océano?

Todos sois demasiado estrechamente individualistas, tenéis vuestro Dios particular, vuestro particular deleite, vuestro particular modo de pensar, hablar, y expresaros. Seguir no significa que hayáis de aceptar ciegamente, sino que habéis de mantener los ojos abiertos y limpio vuestro corazón, libres de todo prejuicio y de toda idea preconcebida para ser así capaces de sumergiros en lo Eterno. Este es el único modo en que podéis seguir, la única manera en que podéis crear. Si vivís en la Eternidad, en esta estupenda altura, llegaréis a ser genios, llegaréis a ser lo que cada cual anhele ser, y entonces seréis felices.

Hallaréis la felicidad al olvidaros del separado yo, al destruir este yo e identificaros con el Universo; pero cuando hacéis distinciones al hablar de particulares grupos, particulares temperamentos y tipos, os apartáis de la realidad sin advertir que estas diferencias no son más que señales distintivas, meras indicaciones de vuestro especial ambiente, y no resuelven el problema, cuya única solución está en el olvido del separado yo para llegar a ser lo Eterno.

Seguid lo Eterno, que es perpetuo e inmutable, y no lo transitorio y momentáneo. Obtendréis una fiel perspectiva de vuestro propósito si tenéis en cuenta que debéis dar convenientes oportunidades a lo físico para la educación del alma. Siempre hablamos de la educación de lo físico, pero olvidamos la educación de lo súper físico. El ego anhela desenvolverse y lograr la perfección; y aquí toma en cuerpo físico, si advertís los anhelos del alma, vuestra mente concreta os dirá cuándo y cómo debéis ceder a los anhelos del Yo superior.

Deberíais contraer el hábito de vivir en el Reino de la Felicidad, porque me parece que no echáis de ver suficientemente cuán vasto es este Reino, cómo se dilata milla tras milla una vez entrados en él. Me parece que no comprendéis que la Felicidad, la verdadera Felicidad supera todas las cosas físicas y espirituales del mundo. Es el único estado en el que vale la pena entrar, el único Reino merecedor de conquistarlo y poseerlo. Quisiera llevaros a todos a este Reino para que por vosotros mismos, vierais su hermosura, pues una vez vista no la abandonaríais ni ya apeteceríais las cosas transitorias y mudables. Seguro estoy de que según pase el tiempo os convenceréis más y más de que esta es la única Verdad digna de recibir y poseer, la única Verdad digna de comunicar.

También debéis tener cultura, la cultura física ordinaria, la cultura de consideración, de prosperidad, de la intensa y jubilosa seriedad. Si tenéis todas estas modalidades de cultura y os las asimiláis y en ellas os embebéis hasta que formen parte de vuestra naturaleza, llegaréis a ser Sus verdaderos discípulos.

Sin cultura, sin refinamiento, no podréis formar parte de Él, que es el sumo refinamiento y la suma cultura; no podréis permanecer con Él ni cooperar entusiasta e inteligentemente con Él.

El artista creador que sufre y tropieza estará más cerca de Él que quien se satisfaga simplemente con rendir culto ante su propio altar.

Debéis ser como los artistas creadores y cooperar con Él para dar al mundo lo que cada uno de vosotros realmente comprenda. Y cuando os halléis en semejante estado, no tenéis idea de cómo desaparecerá el sentimiento de soledad, de depresión, todo cuanto nos entorpece y mata el espíritu y debilita nuestro sentimiento de bienestar. Cuando seáis parte del único Reino que tiene importancia en la vida, cuando estéis con aquella Luz que perdura a través de edades y eones, olvidaréis la soledad, la depresión, la grandeza y el éxito. Lo que la mayor parte de vosotros teme es la soledad, la falta de amor y personal amistad de unos con otros. Estas cosas, aunque placenteras de momento, aunque tienen su valor, no la echaréis de menos, porque estaréis en compañía de lo Eterno. Cada árbol, cada ave, cada brizna de hierba, cada sombra os dará algo más valioso que las fugaces satisfacciones físicas porque son parte de lo Eterno. Por eso debéis tener concentrada allí vuestra vida para mirar todas las cosas desde el punto de vista de lo Eterno.

El Reino de la Felicidad

Capítulo 5 - El Río y el Océano

Jiddu Krishnamurti, El Reino de la Felicidad, Conversaciones sostenidas en el castillo de Eerde, Holanda, en 1926. The Kingdom of Happiness. Jiddu Krishnamurti en español.

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