El Estado Creativo de la Mente.
4ª Conversación en Paris 12 de Septiembre de 1961
Hablábamos el otro día sobre el deseo y el conflicto que de él surge; y desearía seguir con esto, y hablar también de la necesidad, la pasión y el amor, porque creo que todos están relacionados. Si podemos indagar todo esto honda y fundamentalmente, entonces quizá podamos comprender el significado total del deseo. Pero antes de que podamos comprender el deseo, con todos sus conflictos y torturas, creo que debemos comprender la cuestión de la necesidad.
Necesitamos, por supuesto, ciertas cosas exteriores superficiales, como ropas, albergue y alimento. Ellas son absolutamente indispensables para todos. Pero me pregunto si en verdad necesitamos alguna otra cosa. ¿Hay en realidad alguna necesidad, psicológicamente, del sexo, de la fama, del apremio compulsivo de la ambición, de la perpetua exigencia interior de más y cada vez más? ¿Qué necesitamos, psicológicamente? Creemos necesitar muchísimas cosas, y de eso proviene toda la tristeza de la dependencia. Mas si en realidad penetramos en ello hondamente e inquirimos, ¿hay acaso alguna necesidad esencial psicológica o íntima? Creo que valdría la pena que nos hiciéramos seriamente esta pregunta. La dependencia psicológica en las relaciones, la necesidad de estar en comunión con otro, la necesidad de entregarse a alguna forma de pensamiento y actividad, la necesidad de realizarse, de llegar a ser famoso: todos conocemos tales necesidades y estamos perpetuamente cediendo a ellas. Y creo que sería importante que pudiéramos, cada uno de nosotros, tratar de descubrir lo que son efectivamente nuestras necesidades y hasta qué punto dependemos de ellas. Porque, sin comprender la necesidad no podremos comprender el deseo, ni la pasión, ni por lo tanto el amor. Sea uno rico o pobre, es evidente que necesita alimento, ropas y albergue, si bien aun en eso la necesidad puede ser limitada, pequeña, o expansiva. Pero, fuera de eso, ¿hay acaso alguna necesidad? ¿Por qué se han vuelto tan importantes nuestras necesidades psicológicas una fuerza tan compulsiva, tan apremiante? Y ¿son mera mente una evasión de algo mucho más profundo?
Al indagar todo esto, no hablamos en términos de análisis. Tratamos de enfrentarnos con el hecho, de ver exactamente lo que es; y eso no necesita ninguna forma de análisis, de psicología, ni el rodeo de ingeniosas explicaciones. Lo que tratamos de hacer es ver por nosotros mismos lo que son nuestras necesidades psicológicas, no despacharlas con explicaciones, no racionalizarlas, no decir, ‘¿qué haré sin ellas? Tengo que tenerlas’. Todas esas cosas cierran la puerta a la indagación. Y es evidente que la puerta está igualmente bien cerrada cuando la indagación es meramente verbal, intelectual o emocional. La puerta está abierta cuando realmente queremos hacer frente al hecho, y eso no necesita un gran intelecto. Para comprender un problema muy complejo necesitáis una mente clara, sencilla; pero la sencillez y la claridad no existen cuando tenéis muchas teorías y tratáis de evitar enfrentaros con la cuestión.
La cuestión es, pues: ¿por qué tenemos una necesidad tan apremiante de realizar? ¿Por qué somos tan implacablemente ambiciosos? ¿Por qué tiene el sexo tan extraordinaria importancia en nuestra vida? No se trata de la calidad ni del número de las necesidades de uno, ni de si tiene uno el máximo o el mínimo; sino de por qué existe este tremendo afán de realizarse, en la familia, en un nombre, en una posición, etc., con toda su ansiedad, su frustración, su desdicha, estimulado ello por la sociedad y bendecido por la iglesia.
Ahora bien, cuando lo examináis, dejando de lado la reacción superficial de decir: ‘¿qué me pasaría si no tuviera éxito en la vida?’, creo que hallaréis que hay en ello una cuestión mucho más honda, que es el temor de ‘no ser’, del aislamiento completo, del vacío y de la soledad. Está ahí, profundamente oculta, esta tremenda sensación de ansiedad, este miedo de quedar apartado de todo. Es por eso que nos aferramos a toda clase de relaciones. Es por eso que hay está necesidad de pertenecer a algo, a un culto, a una sociedad; de entregarse a ciertas actividades, de aferrarse a alguna creencia; porque de ese modo escapamos de esa realidad que este efectivamente ahí, hondamente adentro. Es ese temor por cierto, el que fuerza la mente, el cerebro, todo el ser, a entregarse a alguna forma de creencia o relación, que luego llega a ser la necesidad, lo necesario.
No sé si habéis llegado hasta ahí en esta indagación, no verbalmente sino de hecho. Significa ello descubrir por vosotros mismos y encarar el hecho de que uno es completamente nada que interiormente está uno tan vacío como una cáscara, recubierta de muchas joyas de conocimiento y experiencia que realmente no son más que palabras, explicaciones. Ahora bien, para encarar ese hecho sin desesperación, sin el sentimiento de cuán terrible es, sino simplemente estar con él, es necesario comprender primero la necesidad. Si comprendemos la significación de la necesidad, entonces no tendrá ella tal poder sobre nuestras mentes y corazones.
Volveremos luego sobre ello, pero sigamos considerando el deseo. Conocemos ¿no es cierto?, el deseo que es contradictorio, que es torturante, que empuja en distintas direcciones; el dolor, la confusión, la ansiedad del deseo, y el disciplinarlo, el someterlo a control. Y en la eterna batalla con él, lo torcemos, dejándolo desfigurado e irreconocible; pero él está ahí, constantemente vigilando, aguardando, empujando. Hagáis lo que hiciereis: sublimarlo, huir de él, rechazarlo o aceptarlo, darle rienda suelta, siempre está ahí. Y sabemos cuanto han dicho, los maestros religiosos y otros, que no debemos desear, que debemos cultivar el desapego, estar libres de deseo, cosa que es realmente absurda, porque el deseo tiene que ser comprendido, no destruido. Si lo destruís, podéis destruir la vida misma. Si pervertís el deseo, si lo moldeáis, si lo sometéis a control, si lo domináis o reprimís, podéis estar destruyendo algo extraordinariamente bello.
Tenemos que comprender el deseo; y es muy difícil comprender algo que es tan vital, tan exigente, tan apremiante, porque en la realización misma del deseo se engendra la pasión, con su placer y su dolor. Y si uno ha de entender el deseo, es evidente que no tiene que haber elección. No podéis juzgar el deseo como bueno o malo, noble o innoble, ni decir: ‘mantendré este deseo y negaré ese otro’. Todo eso hay que dejarlo de lado, si hemos de descubrir la verdad del deseo: su belleza, su fealdad o lo que sea. Es una cosa muy curiosa de considerar, pero aquí, en el Oeste, en Occidente, pueden realizarse muchos deseos. Tenéis automóviles, prosperidad, mejor salud, la capacidad de leer libros, de adquirir conocimientos y acumular diversas clases de experiencia; mientras que si vais a Oriente, allí aun carecen de alimentos, ropas y albergue, están todavía sumidos en la miseria y la degradación de la pobreza. Pero, en Occidente tanto como en Oriente, el deseo está ardiendo continuamente, en todas direcciones está ahí: en lo exterior y en la profundidad interior. El hombre que renuncia al mundo está tan invalidado por su deseo de buscar a Dios como el que persigue la prosperidad. Está pues ahí todo el tiempo, ardiente, contradictorio, creando confusión, ansiedad, sentimientos de culpabilidad y desesperación.
No sé si habéis experimentado alguna vez con todo esto. Mas, ¿qué pasa si no condenáis el deseo, si no lo juzgáis como bueno o malo, sino que simplemente os dais cuenta de él? Me pregunto si sabéis lo que significa darse cuenta de algo. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta por habernos acostumbrado tanto a condenar, a juzgar, a valorar, identificar, escoger. La elección evidentemente impide darse cuenta, porque siempre se escoge como resultado del conflicto. Darse cuenta, cuando entráis en una habitación, de todo el mobiliario, de la alfombra o de su ausencia, etc. simplemente verlo, darse cuenta de todo ello, sin ningún sentida de juicio es muy difícil. ¿Habéis tratado alguna vez de mirar una persona, una flor, una idea, una emoción, sin ninguna elección, ningún juicio?
Y si uno hace lo mismo con el deseo, si vive uno con él sin negarlo ni decir ‘¿qué haré con este deseo que es tan feo, tan dominante, tan violento?’, sin darle un nombre, un símbolo, sin encubrirlo con una palabra- entonces ¿no deja ya de ser causa de perturbación? ¿Es entonces el deseo algo que haya que eliminar, destruir? Queremos destruirlo porque un deseo se opone a otro, creando conflicto, desdicha y contradicción; y puede uno ver cómo trata de escapar de este perpetuo conflicto. ¿Podemos, pues, darnos cuenta de la totalidad del deseo? Lo que quiero decir con ‘totalidad’ no es puramente un deseo o muchos, sino la cualidad total del deseo mismo. Y puede uno darse cuenta de la totalidad del deseo sólo cuando no hay opinión sobre él, ni palabra, ni juicio, ni elección. Dándose cuenta de todo deseo según surge, no identificándose con él ni condenándolo, en ese estado de alerta, ¿hay entonces deseo, o es una llama, una pasión que es necesaria? La palabra ‘pasión’ se reserva generalmente para una cosa: el sexo. Mas, para mí, la pasión no es el sexo. Debéis tener pasión, intensidad, para vivir realmente con cualquier cosa; para vivir plenamente, para mirar una montaña, un árbol, para mirar realmente un ser humano, debéis tener una apasionada intensidad. Pero esa pasión, esa llama, no existe cuando estáis cercados por diversos apremios, exigencias, contradicciones, temores. ¿Cómo puede subsistir una llama cuando está sofocada por tanto humo? Nuestra vida no es sino humo. Estamos buscando la llama, pero la rechazamos al reprimir, al dominar, al moldear la cosa que llamamos deseo.
Sin pasión, ¿cómo puede haber belleza? No me refiero a la belleza de cuadros, de edificios, de mujeres pintadas y todo lo demás. Esas cosas tienen su propia forma de belleza, pero no estamos hablando de la belleza superficial. Una cosa hecha por el hombre, como una catedral, un templo, un cuadro, un poema o una estatua, puede o no ser bella. Pero hay una belleza que está más allá del sentimiento y el pensamiento y que no puede percibirse, comprenderse o conocerse si no hay pasión. No comprendáis mal, pues, la palabra ‘pasión’. No es una fea palabra; no es cosa que podáis comprar en el mercado o hablar de ella en forma romántica; no tiene nada que ver con la emoción, con el sentimiento. No es una cosa respetable; es una llama que destruye todo lo falso. Y tenemos siempre mucho miedo de dejar que esa llama devore las cosas que nos son queridas, las cosas que llamamos importantes.
Después de todo, las vidas que hacemos ahora, basadas en las necesidades, los deseos y los medios de dominar el deseo, nos hacen más superficiales y vacíos que nunca. Podemos ser muy sagaces, muy instruidos, capaces de repetir lo que hemos acumulado; pero eso lo hacen las máquinas electrónicas, y ya en algunos campos las máquinas son más capaces que el hombre, más exactas y veloces en sus cálculos. Volvemos, pues, siempre a lo mismo, que es que la vida, tal como la vivimos, es muy superficial, estrecha, limitada, y todo porque en lo hondo estamos vacíos, solitarios, y siempre tratando de ocultarlo, de llenar ese vacío; por consiguiente la necesidad, el deseo, llegan a ser una cosa terrible. Nada puede llenar ese profundo vacío interior, ni los dioses, ni los salvadores, ni el conocimiento, ni las relaciones, los hijos, el marido ni la esposa; nada. Pero si la mente, el cerebro, la totalidad de vuestro ser puede ver eso, vivir con ello, entonces veréis que, psicológicamente, íntimamente, no hay necesidad de nada. Esa es la verdadera libertad.
Mas eso requiere muy honda penetración, profunda indagación, vigilancia incesante; y, partiendo de eso, tal vez conoceremos qué es el amor. ¿Cómo puede haber amor cuando hay apego, celos, envidia, ambición, y toda la ficción que va con esas palabras? Entonces, si hemos pasado por ese vacío que es un hecho, no un mito, no una idea- hallaremos que el amor y el deseo y la pasión son la misma cosa. Si destruís uno, destruís los otros; si corrompéis uno, corrompéis la belleza. Para penetrar en todo esto, hace falta no una mente desligada, no una mente consagrada, o religiosa, sino una mente que esté indagando, que nunca esté satisfecha, que siempre esté mirando, vigilando, observándose, conociéndose. Sin amor, nunca descubriréis qué es la verdad.
Pregunta: ¿Cómo puede uno descubrir cuál es su principal problema?
Krishnamurti: ¿Por qué dividir los problemas en mayores y menores? ¿No es todo un problema? ¿Por qué hacerlos pequeños o grandes, esenciales o no esenciales? Si pudiéramos comprender uno solo, penetrar en él muy hondamente, por pequeño o grande que sea, entonces dejaríamos al descubierto todos los problemas. Esta no es una respuesta retórica. Tomad cualquier problema: cólera, celos, envidia, odio, todos ellos los conocemos muy bien. Si indagáis en la cólera muy profundamente, sin limitaros a apartarla a un lado ¿qué está implicado entonces? ¿Por qué está uno encolerizado? Porque se siente herido, porque alguien ha dicho algo ofensivo. Y cuando alguien dice una cosa aduladora, os sentís complacidos. ¿Por qué os ofendéis? Amor propio, ¿no es así? ¿Y por qué existe el amor propio? Es porque tenemos una idea, un símbolo, una imagen de nosotros mismos, de lo que deberíamos ser, de lo que somos o de lo que no deberíamos ser. ¿Por qué creamos una imagen de nosotros mismos? Porque jamás hemos estudiado lo que de hecho somos. Creemos que deberíamos ser esto o aquello, el ideal, el héroe, el ejemplo. Lo que suscita cólera es que se ataque nuestro ideal, que tenemos de nosotros mismos. Y nuestra idea de nosotros mismos es nuestra evasión del hecho de lo que somos. Pero cuando observáis el hecho real de lo que sois, nadie puede heriros. Entonces, si uno es un mentiroso y le dicen que lo es, ello no significa que lo ofenden a uno; es un hecho. Pero cuando pretendéis no ser mentiroso, y se os dice que lo sois, entonces os irritáis, os violentáis. Estamos, pues, viviendo siempre en un mundo de ideas, un mundo de mitos, y jamás en un mundo de realidad. Para observar lo que es, para verlo, para estar familiarizado efectivamente con ello, es necesario que no haya juicio, ni valoración, ni opinión, ni temor.
Pregunta: ¿Podemos liberarnos siguiendo alguna religión determinada?
Krishnamurti: Ciertamente que no. Como sabéis, dos mil o cinco mil años de enseñanza que os persuade para creer en ciertas cosas, no es religión. Es propaganda. Durante siglos se os ha dicho que sois francés, inglés, católico, hindú, budista o musulmán, y repetís sin cesar esas palabras. ¿Y queréis decir que una mente que ha sido así condicionada, así influenciada, y que se ha hecho tan esclava de la propaganda, de la ceremonia y el espectáculo de la religión, puede ser liberada dentro de ese condicionamiento?
Pregunta: Habéis dicho que, no por creer en Dios, encuentra uno a Dios; pero ¿podemos encontrarlo por revelación?
Krishnamurti: ¿Por qué queréis que os revelen cosas, cuando no conocéis vuestro propio yo? Vuestro propio yo os ha sido revelado esta tarde; vuestra manera de pensar, de obrar, vuestros motivos, ambiciones, impulsos, vuestras incesantes batallas con vosotros mismos, os han sido revelados, pero no sabéis nada sobre ello. Sólo conocéis vuestras teorías, vuestras visiones. Y si no conocéis lo que es inmediato, cercano y a la mano, ¿cómo podéis conocer algo que es inmenso? Es, pues, mucho mejor empezar por lo que está muy cerca, que es vosotros mismos. Y, cuando hayan sido eliminados todos los engaños, las ilusiones, descubriréis vosotros mismos qué es lo real. No tenéis entonces que creer en Dios, no necesitáis tener una doctrina; está ahí, eso que es sublime, innombrable.
Pregunta: ¿Por qué sentimos temor criando llegamos a tener conciencia de nuestra propia vacuidad?
Krishnamurti: El temor sólo surge cuando escapáis de la cosa que es; cuando la estáis eludiendo, rechazando. Cuando os enfrentáis de hecho con la cosa, cuando le hacéis frente, ¿hay entonces temor? El escapar, alejarse del hecho, produce temor. El temor es el proceso del pensamiento, y el pensamiento es del tiempo; y sin comprender todo el proceso del pensamiento y del tiempo, no comprenderéis el temor. Mirar el hecho sin eludirlo es la terminación del miedo.
Pregunta: Habéis dicho que nuestras necesidades esenciales son el alimento, ropas y albergue, mientras que el sexo pertenece al mundo de los deseos psicológicos. ¿Podéis explicar esto algo más?
Krishnamurti: ¡Estoy seguro de que ésta es una cuestión sobre la cual todos quieren descubrir! ¿Qué es el sexo? ¿Es el acto, o las imágenes placenteras, el pensamiento, los recuerdos en torno a todo ello? ¿O es sólo tan hecho biológico? ¿Y hay recuerdo, imagen, excitación, necesidad, cuando hay amor, si puedo usar esta palabra sin estropearla? Creo que tenemos que comprender el hecho físico, biológico. Eso es una cosa. Todo el romanticismo, la excitación, la sensación de que uno se ha entregado a otra persona, la identificación de uno mismo con otro en esa relación, el sentido de continuidad, la satisfacción: todo eso es otra cosa. Cuando nos interesamos realmente en el deseo, en la necesidad, ¿hasta qué profundidad desempeña un papel el sexo? ¿Es una necesidad psicológica, tal como lo es biológica? Hace falta una mente, un cerebro, muy claros, agudos, para distinguir entre la necesidad física y la necesidad psicológica. Muchas cosas están implicadas en el sexo y no simplemente el acto. El deseo de olvidarse de sí mismo mediante otra persona, la continuidad de una relación, los hijos, y el tratar de encontrar inmortalidad a través de los hijos, de la esposa, del marido; el sentimiento de entregarse a otro, con todos los problemas de los celos, del apego, del temor, la agonía de todo eso, ¿es amor todo eso? Si no hay comprensión de la necesidad, básicamente, en lo profundo, por completo, en los oscuros rincones de la propia conciencia, entonces el sexo, el amor y el deseo hacen estragos en nuestras vidas.
Pregunta: ¿Pueden todos alcanzar la liberación?
Krishnamurti: Ciertamente. Ella no es para los pocos. La liberación no es una forma de esnobismo, está ahí, para cualquiera que desee inquirirla. Está ahí, con una belleza y fuerza cada vez más amplia y profunda, cuando existe conocimiento propio. Y cualquiera puede empezar a descubrir sobre sí mismo observándose, como os observáis en un espejo. El espejo no miente; os muestra exactamente cómo es vuestro rostro. Del mismo modo podéis observaros a vosotros mismos sin distorsión. Entonces empezáis a descubrir acerca de vosotros mismos. El conocerse, el aprender acerca de sí mismo, es una cosa extraordinaria. El camino hacia la realidad, hacia esa desconocida inmensidad, no pasa por la puerta de una iglesia, ni a través de ningún libro, sino por la puerta del conocerse a sí mismo.
El Estado Creativo de la Mente.
4ª Conversación en Paris 12 de Septiembre de 1961
Jiddu Krishnamurti, El Estado Creativo de la Mente, conversaciones de J. Krishnamurti en Europa. Incluidas en el libro “There is No Thinker, only Thought”. Jiddu Krishnamurti en español.