El Conocimiento de Uno Mismo
14ª Conferencia - 28 de agosto de 1949
En la mañana de hoy contestaré primero algunas de las preguntas, y luego terminaré con una plática. Son muchas las preguntas formuladas; pero, por desgracia no me ha sido posible contestarlas todas. Por eso he escogido aquéllas que son representativas, y he tratado de contestar tantas como ha sido posible. Y al contestar preguntas, asimismo, es natural que uno no pueda entrar en todos los detalles, ya que eso llevaría muevo tiempo. Sólo resulta posible, pues, considerar lo fundamental; vosotros tendréis que suplir los detalles. Aquellos de vosotros que habéis venido aquí con regularidad, encontraréis que, si os lleváis no sólo un recuerdo de las palabras y de las gratas sensaciones que produce el escuchar bajo los árboles, el ser distraídos por los pájaros, por las cámaras fotográficas, por los apuntes que tomáis y por las diversas cosas que desvían la mente; si vivís no sólo de palabras sino realmente, experimentando de un modo efectivo aquellas cosas que hemos dilucidado, entonces hallaréis que, habiendo comprendido lo esbozado en las respuestas (que han sido breves y sucintas), podréis suplir los detalles.
Pregunta: Las ideas ciertamente separan, pero las ideas también unen a la gente. ¿No es esto la expresión del amor, que hace posible la vida en comunidad?
Krishnamurti: Cuando hacéis semejante pregunta, no se si os dais realmente cuenta de que las ideas, las creencias, las opiniones, separan a los hombres; de que las ideologías dividen, de que las ideas inevitablemente siembran la discordia. Las ideas no mantienen unida a la gente, aunque vosotros intentéis unir a personas pertenecientes a ideologías divergentes y antagónicas. Las ideas jamás pueden unir a los hombres; eso es obvio. Porque las ideas siempre pueden ser contrarrestadas y destruidas por el conflicto. Después de todo, las ideas son imágenes, sensaciones, palabras. ¿Pueden las palabras, las sensaciones, los pensamientos, unir a las personas? ¿O no se requiere algo completamente distinto para unir a los hombres? Vemos que el odio, el temor, el nacionalismo, unen a las personas. El miedo une a las personas. Un odio común une a veces a personas opuestas entre sí, así como el nacionalismo une a personas de grupos antagónicos. Esas cosas, por cierto, son ideas. ¿Y el amor, es una idea? ¿Podéis pensar acerca del amor? Podéis pensar en la persona a quien amáis, o en el grupo de personas que amáis, ¿pero es eso amor? Cuando se piensa acerca del amor, ¿es eso amor? ¿Es amor el pensamiento? Y, por cierto, sólo el amor puede unir a los hombres, no el pensamiento, no un grupo en oposición a otro grupo. Donde hay amor no hay grupo, ni clase, ni nacionalidad. Hay que averiguar, por lo tanto, qué es lo que entendemos por amor.
Sabemos lo que para nosotros significan las ideas, las opiniones, las creencias lo cual hemos discutido suficientemente durante las últimas semanas. Así, pues, ¿qué significa para nosotros el amor? ¿Es una cosa de la mente? Lo es cuando las cosas de la mente llenan el corazón. Y, en la mayoría de nosotros, es así. Hemos llenado nuestro corazón con las cosas de la mente: opiniones, ideas, creencias, sensaciones; y alrededor de eso y en eso vivimos y amamos. ¿Pero es eso amor? ¿Podemos acaso pensar acerca del amor? ¿Funciona el pensamiento cuando amáis? El amor y el pensamiento no están en oposición; no los dividamos como si fueran opuestos. Cuando uno ama, ¿existe sentido alguno de separación, de unir a las personas, de desbandarlas, de apartarlas? Es indudable que ese estado de amor puede experimentarse tan sólo cuando el proceso del pensamiento no está funcionando, lo cual no significa que uno haya de volverse loco, desequilibrado. Antes bien, se requiere la más alta forma de pensamiento para ir más allá.
Así, pues, el amor no es cosa de la mente. Sólo cuando la mente está realmente serena, cuando ya no espera, ni pide, ni exige, ni busca, ni posee, cuando ya no siente celos, temor, impaciencia, cuando está de veras en silencio, sólo entonces existe la posibilidad del amor. Cuando la mente ya no se proyecta a sí misma, siguiendo sus particulares sensaciones, exigencias, impulsos, temores ocultos, cuando ya no busca autorrealización ni es esclava de la creencia, sólo entonces hay posibilidad de amor. Pero casi todos creemos que el amor puede marchar junto a los celos, la ambición, la persecución de deseos y ambiciones personales. Cuando eses cosas existen no hay amor, por cierto. No debemos, pues, preocuparnos por el amor - el cual surge de manera espontánea, sin que lo busquemos en particular - sino que han de preocuparnos las cosas que estorban el amor, las cosas de la mente que al proyectarse crean una barrera. Y por eso es que resulta importante, antes de que podamos saber qué es el amor, conocer cuál es el proceso de la mente, la cual es el asiento del “yo”. Y por eso es importante ahondar cada vez más la cuestión del conocimiento propio, y no decir simplemente “debo amar”, o “el amor une a los hombres”, o “las ideas siembran la discordia”, todo lo cual sería mera repetición de lo que habéis oído, y por lo tanto absolutamente inútil. Las palabras enredan, pero si uno puede comprender el significado íntegro de las modalidades de nuestro pensamiento, de nuestros deseos, con sus empeños y ambiciones, entonces existe una posibilidad de tener o de comprender aquello que es amor. Más eso requiere una comprensión extraordinaria de uno mismo. Cuando hay abnegación, cuando hay olvido de sí, no intencionalmente sino de un modo espontáneo, ese olvido, esa negación de uno mismo que no es el resultado de una serie de ejercicios, de disciplinas - que sólo sirven para limitar - entonces hay una posibilidad de amor. Surge esa negación del “yo” cuando se comprende el proceso total del “yo”, consciente e inconscientemente, en las horas de vigilia así como en las del sueño. Entonces compréndese el proceso total de la mente, tal como se desarrolla en la vida de relación, en todo incidente, en toda respuesta a todo reto con que uno se enfrenta. Comprendiendo esto, por lo tanto, libertando la mente del propio proceso en que se enaltece y limita a sí misma, hay una posibilidad de amor. El amor no es sentimiento, ni romanticismo, ni depende de cosa alguna; y el comprender ese estado o permanecer en él, es sumamente arduo y difícil. Porque nuestra mente siempre interviene, limita, se inmiscuye en su funcionamiento. Por eso es importante comprender primero la mente y sus modalidades; de otro modo nos atraparán las ilusiones, las palabras y sensaciones, cuya significación es muy escasa. Y como, para la mayoría de la gente, las ideas actúan como mero refugio, como escape, y como las ideas se convierten en creencias, es natural que ellas impidan el vivir en plenitud, la acción integral, el recto pensar. Sólo es posible pensar de un modo recto, vivir libre e inteligentemente, cuando hay un conocimiento propio cada vez más vasto y profundo.
Pregunta: ¿Tendría la bondad de explicar la distinción que Ud. establece entre la memoria “factual” y la memoria psicológica?
Krishnamurti: No nos preocupemos por ahora de la diferencia entre la memoria de hechos y la memoria psicológica. Consideremos la memoria. ¿Por qué vivimos de recuerdos? ¿Son los recuerdos algo distinto de nosotros? ¿Son diferentes de la memoria? ¿Qué entendemos por memoria? Ella es el residuo de determinados incidentes, experiencias, sensaciones, ¿no es así? Tuvisteis ayer una experiencia; esa experiencia ha dejado una huella, cierta sensación. Esa sensación la llamamos memoria, verbalizada o no; y nosotros somos la suma total de todos esos recuerdos, de todos esos residuos. En realidad, no sois diferentes de vuestra memoria. Hay recuerdos conscientes; así como inconscientes. Los recuerdos conscientes responden fácil, espontáneamente; y los recuerdos inconscientes se hallan muy hondos, ocultos, callados, en acecho, vigilantes. Todo eso, ciertamente, sois vosotros y soy yo: lo racial, el grupo, lo particular. Todo eso, todos esos recuerdos, somos vosotros y yo. No sois diferentes de vuestros recuerdos. Suprimidlos, ¿y qué queda de vosotros? Si los elimináis, acabaréis en un manicomio. ¿Pero por qué la mente - que es el resultado de los recuerdos, del pasado - se aferra al pasado? Ese es el problema, ¿verdad? ¿Por qué la mente - que es el resultado del pasado, la consecuencia del ayer, de múltiples “ayeres” - por qué el pensador se aferra al ayer? Sin contenido emocional, los recuerdos tienen su significación; pero nosotros les damos contenido emocional, según nos gusten o disgusten: esto lo guardaré, aquello no; sobre esto pensaré, aquello lo meditaré en mi vejez, o lo continuaré en el futuro. ¿Por qué hacemos eso? Ese, sin duda es el problema, ¿no es cierto? No es que debamos olvidar los recuerdos “factuales” o los recuerdos psicológicos. Porque todas las impresiones, todas las respuestas, todo está ahí inconscientemente: todo incidente, todo pensamiento, toda sensación que hayáis vivido, todo está ahí oculto, encubierto, pero está ahí. Y a medida que envejecemos, volvemos a esos recuerdos y vivimos en el pasado; o en el futuro, según sea nuestro “condicionamiento”. Recordamos los momentos gratos que tuvimos cuando éramos jóvenes, o pensamos en el futuro, en lo que vamos a ser.
De suerte que vivimos en esos recuerdos. ¿Por qué? Vivimos como si fuésemos diferentes de esos recuerdos. Eso, por cierto, es el problema, ¿verdad? Recuerdos, para nosotros, significan palabras, ¿no es así? Imágenes. símbolos, que no son más que una serie de sensaciones; y de esas sensaciones vivimos. Por eso nos separamos de las sensaciones y decimos: “deseo esas sensaciones”. Lo cual significa que el “yo”, habiéndose separado de los recuerdos, se da a sí mismo permanencia. Pero el “yo” no es permanente. Su permanencia es ficticia.
Ahora bien, todo este proceso por el cual el “yo” se separa de la memoria y le imparte vida a esa memoria en respuesta al presente, este proceso total nos impide, sin duda enfrentarnos al presente. ¿No es cierto? Si quiero comprender algo, no en teoría, no en forma verbal o abstracta sino efectiva, he de consagrarle plena atención. No puedo dedicarle mi plena atención si estoy distraído con mis recuerdos, mis creencias, mis opiniones, mis experiencias de ayer. Debo, por lo tanto, responder al reto plena y adecuadamente. Pero ese “yo” que se ha separado de la memoria, dándose de ese modo permanencia, ese yo considera el presente, observa el incidente, la experiencia, y extrae de ella de acuerdo con su “condicionamiento” pasado - todo lo cual es muy sencillo y evidente, si lo examináis bien. Es el recuerdo de ayer: de las posesiones, de los celos, de la ira, de la contradicción, de la ambición, de lo que uno debería o no debería ser. Son todas esas cosas las que forman el “yo”; y el “yo” no es diferente del recuerdo. La cualidad no puede estar separada de la cosa, del “yo”.
De modo que la memoria es el “yo”. La memoria es la palabra, la palabra que simboliza la sensación, sensación física así como psicológica; y a eso es que nos apegamos. Es a las sensaciones que nos aferramos, no a la experiencia; porque en el momento de la experiencia, no hay ni experiencia ni experimentador: sólo hay vivencia. Es cuando no “vivenciamos” que nos aferramos al recuerdo, como hacen tantas personas, especialmente cuando entran en años. Observáos y veréis. Vivimos en el pasado o en el futuro, y nos servimos del presente tan sólo como pasadizo del pasado al futuro; por eso el presente carece de significación. Todos los políticos se entregan a esto, todos los ideólogos, todos los idealistas. Ellos siempre miran al futuro, o al pasado.
Por tanto, si se entiende la significación total de la memoria, uno no aparta los recuerdos, ni los destruye, ni procura librarse de ellos, sino que comprende cómo la mente se halla atada a la memoria, fortaleciéndose de ese modo el “yo”. El “yo”, después de todo, es sensación, un haz de sensaciones, de recuerdos. Es lo conocido, y desde lo conocido queremos comprender lo desconocido. Pero lo conocido tiene que ser un impedimento para lo desconocido. Para comprender la realidad, en efecto, en la mente tiene que haber lozanía, frescor, no la carga de lo conocido. Dios, o la realidad, o lo que os plazca, no puede ser imaginado, ni descrito, ni expresado en palabras; y si lo hacéis, eso que expresáis en palabras no es la realidad; es simplemente la sensación de un recuerdo, la reacción ante una condición; y, por lo tanto, no es lo real. De modo que, si uno quiere comprender aquello que es eterno, atemporal, la mente como memoria ha de cesar. La mente debe dejar de aferrarse a lo conocido, y por eso ha de ser capaz de recibir lo desconocido. No podéis recibir lo desconocido si la mente está cargada de recuerdos, de lo conocido, del pasado. La mente, por lo tanto, tiene que estar enteramente silenciosa, lo cual es muy difícil. Porque la mente está siempre proyectando, siempre está divagando, siempre creando, engendrando; y es ese proceso lo que ha de ser comprendido en relación con la memoria. Entonces la diferencia entre la memoria “factual” y la memoria psicológica es sencilla y evidente. Al comprender, pues, la memoria, uno comprende el proceso del pensar, lo cual, después de todo, es el conocimiento de uno mismo. Para ir más allá de los límites de la mente, hay que estar libre del deseo de ser, de lograr, de ganar.
Pregunta: ¿La vida no es creación verdadera? ¿No es felicidad lo que en realidad buscamos? ¿Y no hay serenidad en la vida, ese verdadero “ser” de que Ud. habla?
Krishnamurti: Al contestar esta pregunta, ¿no debemos acaso para entenderla plena y significativamente, comprender primero el concepto de búsqueda? ¿Por qué buscamos felicidad? ¿Por qué este incesante empeño por ser feliz, por estar alegre, por ser algo? ¿Por qué existe esta búsqueda, este inmenso esfuerzo por descubrir? Si podemos comprender eso y examinarlo completamente, lo que haré luego, tal vez conoceremos lo que es la felicidad sin que la busquemos. Porque después de todo, la felicidad es un producto accesorio, de importancia secundaria. No es un fin en sí misma; carece de sentido si es un fin en sí misma. ¿Qué significa ser feliz? El hombre que se toma unas copas es feliz. El hombre que deja caer una bomba sobre un gran número de personas se siente triunfante, y dice que es feliz, o que Dios está con él. Las sensaciones momentáneas, que desaparecen, dan esa impresión de ser feliz. Hay, por cierto alguna otra cualidad que es esencial para la felicidad. Pues la felicidad no es un fin, como no lo es la virtud. La virtud no es un fin en sí misma; ella trae consigo libertad, y en esa libertad hay descubrimiento. Por eso la virtud es esencial. En cambio, la persona que no es virtuosa está esclavizada, es desordenada, anda por todas partes perdida, confusa. Pero tratar la virtud, o la felicidad, como un fin en sí misma, tiene muy poco sentido. La felicidad, pues, no es un fin. Es un resultado secundario, un producto accesorio que surgirá si comprendemos otra cosa. Es esta comprensión de otra cosa, y no la mera búsqueda de la felicidad, lo que resulta importante.
Ahora bien, ¿por qué buscamos? ¿Qué es lo que significa esforzarse? Estamos esforzándonos. ¿Por qué lo hacemos? ¿Cuál es el significado del esfuerzo? Decimos que hacemos un esfuerzo con el objeto de encontrar, de cambiar, de ser algo; si no nos esforzáramos, nos disgregaríamos, nos tardaríamos o retrocederíamos. ¿Es verdad eso? Tened en cuenta que es muy importante investigar esto cabalmente, y en la mañana de hoy me propongo investigarlo tanto como me sea posible. ¿Qué ocurriría si no nos esforzáramos? ¿Nos estancaríamos? Pero sí nos esforzamos. ¿Y por qué? Es un esfuerzo para cambiar, para ser diferentes en nosotros mismos, para ser más felices, más bellos, más virtuosos, esta constante porfía, este constante esfuerzo. Si eso podemos comprenderlo, entonces tal vez comprenderemos más a fondo otros problemas.
¿Por qué buscáis? ¿La búsqueda es impulsada por la enfermedad, por la mala salud, por estados de ánimo? ¿Hacéis un esfuerzo porque sois desdichados y deseáis la felicidad? ¿Es que buscáis porque habréis de morir, y por eso deseáis descubrir? ¿Buscáis porque no habéis logrado vuestra plena satisfacción en el mundo, y por lo tanto deseáis hacerlo en este lugar? ¿Buscáis acaso porque sois infelices, y a la espera de la felicidad exploráis, tratáis de descubrir? Hay que comprender, pues, el motivo de la propia búsqueda, ¿no es así? ¿Cuál es el motivo de vuestra eterna búsqueda? (Si es que realmente buscáis, que lo dudo). Lo que deseáis es substitución: como esto no es productivo, tal vez aquello lo sea; como esto no me ha dado felicidad, tal vez aquello me la dará. De suerte que lo que uno realmente busca no es la verdad, ni la dicha, sino una substitución que nos brinde felicidad; algo que sea provechoso, que sea seguro, que nos de satisfacción. Veríamos, por cierto, que lo que buscamos es eso, si fuésemos honrados y hubiera claridad en nosotros; pero revestimos nuestro propio placer con palabras tales como Dios, amor, etc.
Ahora bien, ¿por qué no abordamos este problema de un modo diferente? ¿Por qué no comprendemos lo que es? ¿Por qué no somos capaces de encarar la cosa exactamente “como es”? Lo cual significa, si estamos sumidos en el dolor, que vivamos con él, que lo observemos, y que no tratemos de transformarlo en alguna otra cosa. Si soy desdichado, no sólo físicamente sino, sobre todo, psicológicamente, ¿cómo he de comprenderlo? No deseando, por cierto, que ello sea diferente. Primero debo observarlo, vivir en ello examinarlo; no debo condenarlo, ni compararlo, ni desear que sea alguna otra cosa; he de estar enteramente con ello, ¿no es así? Lo cual es sumamente difícil, porque la mente se niega a observarlo. Quiere escapar por la tangente, y dice: “busquemos una respuesta, una solución; ha de haber una”. En otras palabras, se evade de lo que es. Y esta evasión, en la mayoría de nosotros, es lo que llamamos búsqueda: búsqueda del Maestro, de la verdad, del amor, búsqueda de Dios. Bien conocéis las diversas expresiones que empleamos para eludir lo que exactamente ocurre. ¿Y es que necesitamos hacer un esfuerzo para comprender lo que ocurre? Tenemos que hacer un esfuerzo para escapar cuando no deseamos que ocurra. Pero cuando está ahí, ¿tenemos que hacer un esfuerzo para comprenderlo? Evidentemente, hemos echo un esfuerzo para esquivar, para evitar, para encubrir lo que es; y con la misma mentalidad que consiste en esforzarnos por eludir, por esquivar, abordamos lo que es. ¿Comprendéis lo que es mediante un esfuerzo? ¿O no tiene que haber ningún esfuerzo para comprender lo que es? Ese es, pues, uno de los problemas, ¿verdad? Este constante esfuerzo por evitar la comprensión de lo que es, se ha hecho habitual en la mayoría de nosotros, y con esa misma mentalidad que consiste en esforzados por escapar, decimos: “Está bien, abandonaré todos los escapes y haré es esfuerzo para comprender lo que es”. ¿Comprendemos alguna cosa realmente, significativamente, a fondo, comprendemos algo que tenga sentido, mediante el esfuerzo? ¿No es obvio que, para comprender algo, debe haber pasividad mental, un estado que sea de alerta y sin embargo sea pasivo? Notad que no podéis llegar a esa alerta pasividad de la mente por medio del esfuerzo. ¿No es así? Si hacéis un esfuerzo para estar pasivos, ya no lo estáis. Si uno realmente comprende ese hecho y su significado, y ve cuán verdadero es, entonces estará pasivo. No es necesario hacer un esfuerzo.
Así, pues, cuando buscamos, lo hacemos ya sea con la idea de escapar, o de procurar ser algo más de lo que es, o bien decimos: “Yo soy todas esas cosas y tengo que huirles”, lo cual es desequilibrio locura. La búsqueda del Maestro, de la verdad, es por cierto un estado de locura cuando ahí está la cosa que debe ser comprendida antes de que podáis seguir adelante. Eso engendra ilusión e ignorancia. Uno debe, pues, averiguar primero qué es lo que busca, y por qué. La mayoría de nosotros sabemos qué buscamos, por lo cual ello es una proyección, y, por consiguiente, ajeno a la realidad; es, simplemente, una cosa de nuestra propia hechura. No es, pues, la verdad; no es lo real. Y al comprender este proceso de la búsqueda, este constante esfuerzo por ser algo, por disciplinar, por negar, por afirmar, uno tiene que examinar la cuestión de lo que es el pensador. ¿El que hace el esfuerzo es distinto de la cosa que él desea ser? Lo siento, puede que esto sea un poco difícil de seguir, pero espero que no haya inconveniente. Habéis formulado la pregunta, y voy a tratar de contestarla.
¿El autor del esfuerzo es diferente del objeto de su esfuerzo? Esto es en realidad muy importante, porque si podemos descubrir la verdad al respecto, veremos que se opera una transformación inmediata, la cual es esencial para la comprensión; o, mejor dicho, ella es la comprensión. Porque mientras haya un ente separado que hace el esfuerzo, mientras haya un ente separado en calidad de experimentador, de pensador, diferente del pensamiento, del objeto, de la experiencia, habrá siempre el problema de buscar, de disciplinar, de salvar el abismo entre el pensamiento y el pensador, etc. Mientras que, si podemos descubrir la verdad en este problema de saber si el pensador es distinto del pensamiento, y si podemos ver la verdad real al respecto, estará en actividad un proceso enteramente distinto. Por eso, antes de buscar, antes de encontrar el objeto de vuestra búsqueda, ya sea un Maestro, un cine, o cualquiera otra excitación - todo ello está al mismo nivel - habéis de descubrir si el buscador es diferente del objeto de su búsqueda, y por qué es diferente. ¿Por qué el autor del esfuerzo es diferente de la cosa que él desea ser? ¿Y acaso es diferente? Para expresarlo de otro modo: tenéis pensamientos, y sois también el pensador. Decís: “Yo pienso; soy esto y debo ser aquello; soy codicioso, o mezquino, o envidioso, o colérico; tengo ciertos hábitos y de he romper con ellos”. Ahora bien, ¿el pensador es diferente del pensamiento? Si es diferente, entonces ha de existir todo el proceso de esforzarse por salvar el abismo, el esfuerzo del pensador que trata de alterar su pensamiento de concentrarse, de evitar, de resistir la intrusión de otros pensamientos. Pero si no es diferente, hay una completa transformación en nuestro modo de vivir. Tendremos, pues, que examinar esto muy cuidadosamente, y hacer, si podemos, un descubrimiento - no en el nivel verbal, en absoluto, sino experimentándolo directamente - mientras proseguimos en el curso de esta mañana. Lo cual no consiste en dejarse hipnotizar por lo que yo digo, o en aceptarlo, porque eso, no tiene sentido; sino en experimentar realmente por uno mismo si esta división es verdadera y por qué existe.
Sin duda, los recuerdos no son diferentes del “yo” que piensa acerca de ellos. Yo soy esos recuerdos. El recuerdo del camino que conduce al lugar donde vivo, el recuerdo de mi juventud, el recuerdo de los deseos, tanto realizados como irrealizados, el recuerdo de los agravios, de los resentimientos, de las ambiciones - todo eso es el “yo”; no soy distinto de todo eso. Esto, por cierto, es un hecho evidente, ¿verdad? El “yo” no es cosa separada, aun cuando podáis creer que lo es. Puesto que podéis pensar acerca de él, sigue siendo parte del pensamiento; y el pensamiento es producto del pasado. Por lo tanto, continúa dentro de la red del pensamiento, que es la memoria.
Así, pues, la separación entre el autor del esfuerzo - es decir, el buscador, el pensador - y el pensamiento, es artificial, ficticia; y esta separación se ha hecho porque vemos que los pensamientos son transitorios, vienen y se van. No tienen substancia en sí mismos, y por eso el pensador se distingue a sí mismo del pensamiento para atribuirse permanencia; él existe mientras los pensamientos varían. Es una falsa seguridad; y si uno ve la falsedad de ello, si lo experimenta realmente, entonces sólo hay pensamientos, no pensador y pensamiento. Entonces veréis - si se trata de una experiencia real, no de una mera afirmación verbal o simplemente de una diversión, de un “hobby” - entonces descubriréis, si ello es una vivencia real, que ocurre una completa revolución en nuestro pensamiento. Entonces hay una real transformación, porque ya no existe la búsqueda de quietud o de soledad. Entonces sólo hay interés en lo que es el pensar, en lo que es el pensamiento. Entonces veréis, si ocurre esa transformación, que ya no hay más esfuerzo sino una pasividad alerta y extraordinaria, en la que se comprende toda relación, todo incidente, a medida que surge; y por lo tanto la mente está siempre fresca para enfrentarse a las cosas de un modo nuevo. Y ese silencio, que es tan esencial, no es por consiguiente algo que deba ser cultivado sino algo que surge naturalmente cuando comprendéis esta cosa fundamental: que el pensador es el pensamiento, y, por lo mismo, que el “yo” es transitorio. De modo, pues, que el “yo” no tiene permanencia, no es una entidad espiritual. Si podéis pensar que el “yo” ha desaparecido, o que es algo espiritual, eterno, eso sigue siendo producto del pensamiento, es decir, de lo conocido, y en consecuencia no es verdadero.
Es realmente importante y esencial para la comprensión, por consiguiente, tener ese sentido de completa integración - que no puede ser forzada - entre el pensador y el pensamiento. Es como una profunda experiencia que no puede ser inducida; no podéis desvelaros pensando en ello. Es preciso verlo inmediatamente; y no lo vemos porque estamos apegados a viejas creencias y “condicionamientos”, a lo que hemos aprendido: que el “yo” es algo espiritual, algo más que todos los pensamientos. Es obvio, indudablemente, que cualquier cosa que penséis es producto del pasado, de vuestros recuerdos, palabras, sensaciones, de vuestro ‘‘condicionamiento”. No podéis, ciertamente, pensar acerca de lo desconocido; no podéis conocer lo desconocido, y por lo tanto no podéis pensar acerca de ello: Aquello en que podéis pensar es lo conocido. Por tanto, es una proyección del pasado. Y es preciso ver la significación de todo esto y entonces habrá vivencia de esa integración entre el pensamiento y el pensador. La división ha sido creada artificialmente con fines de autoprotección, y es, por lo tanto, irreal. Una vez que existe la vivencia de esa integración, opérase una transformación completa con respecto a nuestro pensar, nuestro sentir y nuestro modo de encarar la vida. Entonces sólo hay un estado de vivencia, y no el experimentador aparte de lo experimentado (que deba alterarse, modificarse, cambiarse). Sólo hay un estado de constante vivencia, no un núcleo, un centro - el “yo”, la memoria - que experimente, sino tan sólo un estado de vivencia. Esto lo hacemos a veces cuando estamos por completo ausentes, cuando el “yo” está ausente.
No se si habéis notado que cuando hay profunda vivencia de algo, no existe la sensación del experimentador ni de la experiencia, sino tan sólo un estado de vivencia, una integración completa. Cuando os acomete una ira violenta, no sois conscientes de vosotros mismos como experimentadores. Más tarde, a medida que la experiencia de la ira se desvanece, cobráis conciencia de haber estado enojados. Entonces actuáis con relación a la ira para negarla, para justificarla, para perdonarla; ya conocéis los diversos modos de intentar disiparla. Pero si no existe el ente que está iracundo sino tan sólo ese estado de vivencia, hay transformación completa.
Poniendo esto a prueba, veréis que ocurre esa vivencia radical, esa radical transformación que es una revolución. Entonces la mente está quieta, no aquietada, no compelida, ni disciplinada. Tal quietud impuesta es muerte, es estancamiento. Una mente que se ve aquietada por compulsión, del temor, es una mente muerta. Pero cuando se experimenta eso que es vital, que es esencial, que es real, que es el principio de la transformación, entonces la mente está quieta, sin compulsión alguna. Y cuando la mente está quieta, entonces es capaz de recibir, porque no malgastáis vuestros esfuerzos en resistir, en levantar barreras entre vosotros y la realidad, sea cual fuere esa realidad. Todo eso que habéis leído, acerca de la realidad, no es la realidad. La realidad no puede ser descrita, y si lo es, no es lo real. Y, para que la mente sea nueva, para que la mente sea capaz de recibir lo desconocido, tiene que estar vacía. La mente sólo puede estar vacía cuando se comprende su contenido total. Para comprender el contenido de la mente hay que estar alerta, darse cuenta de todo movimiento, de todo incidente, de toda sensación. Por eso el conocimiento propio es esencial. Más si lo que se busca es el logro por medio del conocimiento propio, entonces, lo repito, el conocimiento propio nos lleva a la autoconsciencia, y ahí se queda uno plantado; y es extraordinariamente difícil salir de esa red una vez preso en ella. Para que ella no os atrape, debemos comprender el proceso del deseo, el ansia de ser algo; no el deseo de alimento, de vestido y de albergue, que es por completo diferente, sino el anhelo psicológico de ser algo, de lograr un resultado, de tener nombre, de tener posición, de ser poderoso o de ser humilde. Sólo cuando está vacía, por cierto, puede la mente ser útil. Pero una mente repleta de temores, de recuerdos de lo que ha sido en el pasado, de las sensaciones de pasadas experiencias, una mente así es del todo inútil, ¿verdad? Una mente así es incapaz de saber lo que es creación.
Todos, ciertamente, tenemos que haber experimentado esos momentos en que la mente está abstraída, y en que, de pronto, surge un destello de júbilo, el resplandor de una idea, una luz, una dicha inmensa. ¿Cómo ocurre eso? Ocurre cuando el “yo” está ausente, cuando el proceso del pensamiento, de la preocupación, de los recuerdos, de los empeños, está en calma. Es por ello que la creación sólo puede ocurrir cuando la mente, por obra del conocimiento propio, ha llegado a ese estado de completa desnudez. Todo esto significa ardua atención, no el entregarse a meras sensaciones verbales ni el buscar, ir de un “gurú” a otro, de instructor en instructor, practicar vanos y absurdos ritos, repetir palabras, buscar Maestros. Todas esas cosas son ilusiones, carecen de sentido. Son “hobbies”. Pero el ahondar esta cuestión del conocimiento propio y no caer en la autoconciencia; el penetrar en ello cada vez más hondamente, más a fondo, de modo que la mente esté por completo serena, eso es verdadera religión. Entonces la mente es capaz de recibir aquello que es eterno.
El Conocimiento de Uno Mismo
14ª Conferencia - 28 de agosto de 1949
Jiddu Krishnamurti, El Conocimiento de Uno Mismo. 14 Conferencias pronunciadas en Ojai, en 1949. Jiddu Krishnamurti en español.