Cartas a las Escuelas
15 de octubre de 1983
El mundo es lo que nosotros somos. En la familia, en la sociedad, hemos hecho este mundo con su brutalidad, su crueldad y ordinariez, su vulgaridad, este mundo donde nos destruimos unos a otros. También nos destruimos en lo psicológico, explotándonos mutuamente para nuestros deseos y satisfacciones. Al parecer, nunca nos damos cuenta de que, a menos que cada uno de nosotros experimente un cambio radical, el mundo continuará como lo ha hecho por miles de años; continuaremos mutilándonos, matándonos unos a otros y saqueando la tierra. Si nuestra propia casa no está en orden, no podemos esperar que la sociedad y nuestras relaciones mutuas estén en orden. Todo eso es tan obvio que lo pasamos por alto. Lo descartamos no sólo por ser simple, sino por demasiado arduo, y así admitimos las cosas como son, caemos en el hábito de la aceptación y seguimos en lo mismo. Ésta es la esencia de la mediocridad. Uno puede tener talento literario que pocos reconocen, y estar trabajando para alcanzar la popularidad; uno puede ser pintor, poeta o un gran músico, pero en su vida cotidiana no se interesa en la totalidad de la existencia. Es posible que esté sumándose a la enorme confusión y desdicha del hombre. Cada cual desea expresar su pequeño talento propio y satisfacerse con él, olvidando o descuidando la total complejidad del infortunio y el dolor humanos. También esto lo aceptamos y se ha vuelto nuestro normal estilo de vida. Jamás nos salimos de él, jamás permanecemos fuera. O nos sentimos incapaces de permanecer fuera de eso, o tenemos miedo de no estar en la corriente de la vulgaridad.
Como padres y educadores, hacemos de la familia y de la escuela lo que nosotros mismos somos. La mediocridad implica realmente escalar la montaña sólo a medias sin alcanzar jamás la cima. Queremos ser como todos los demás y, por supuesto, si deseamos ser ligeramente distintos, lo mantenemos cuidadosamente oculto. No nos referimos a la excentricidad y cosas por el estilo; ésa es otra forma de expresión propia, es lo que cada uno está haciendo a su pequeño modo. A uno le toleran la excentricidad sólo si está bien acomodado o tiene talento, pero si uno es pobre y actúa peculiarmente, lo rechazan o lo ignoran. Pocos son los talentosos; casi todos somos trabajadores que seguimos adelante con nuestra ocupación particular.
El mundo se está volviendo más y más mediocre. Nuestra educación, nuestras ocupaciones, nuestra aceptación superficial de las religiones tradicionales, nos están volviendo mediocres y bastante descuidados. Aquí, lo que nos concierne es nuestra vida cotidiana, y no la expresión del talento o de alguna capacidad particular. Como educadores, y esto incluye a los padres, ¿podemos romper con esta pesada y mecánica manera de vivir? ¿Es acaso el inconsciente miedo a la soledad el que nos hace caer en hábitos: el hábito del trabajo, el hábito del pensamiento, el hábito general de aceptar las cosas así como están? Establecemos una rutina para nosotros mismos y vivimos lo más apegados que podemos a ese hábito, de modo que, poco a poco, el cerebro se hace mecánico, y esta mecánica manera de vivir es mediocridad. Los países que viven en tradiciones reconocidas son generalmente mediocres. Así que nos preguntamos de qué modo puede llegar a su fin la mediocridad mecánica sin formar otro patrón que, gradualmente, también se volverá mecánico. La utilización mecánica del pensamiento es el problema; no cómo salir de la mediocridad, sino cómo es que el hombre ha dado importancia completa al pensamiento.
Todas nuestras actividades y aspiraciones, nuestras relaciones y anhelos, se basan en el pensamiento. El pensamiento es común a toda la humanidad, ya se trate de un hombre sumamente talentoso o de un aldeano sin ningún tipo de educación. El pensamiento es común a todos nosotros. No es oriental ni occidental, ni de las tierras bajas ni de las tierras altas. No es suyo ni mío. Es importante que esto se comprenda. Lo hemos convertido en personal, y por eso hemos limitado más aun la naturaleza del pensamiento. El pensamiento es limitado, pero cuando nos apropiamos de él, se vuelve más superficial todavía. Cuando veamos la verdad de esto, no habrá más competencia entre el pensamiento ideal y el pensamiento de todos los días. Lo que ha adquirido importancia suprema es el pensamiento ideal y no el pensamiento de la acción. Es esta división la que engendra conflicto, y aceptar el conflicto implica mediocridad. Son los políticos y los gurús los que alimentan y sostienen este conflicto y, por tanto, la mediocridad.
Llegamos otra vez al problema básico: ¿Cuál es la respuesta del maestro y del padre - todos nosotros lo somos - a la generación venidera? Podemos percibir la lógica y la sensatez de lo que se dice en estas cartas, pero la comprensión intelectual de ello no parece darnos la energía vital que nos impulse fuera de nuestra mediocridad. ¿Cuál es esa energía que nos sacará ahora, no con el tiempo, fuera de la vulgaridad? Ciertamente, no es el entusiasmo ni la captación sentimental de alguna imprecisa percepción, sino una energía que se sostiene a sí misma bajo todas las circunstancias. ¿Cuál es esa energía, que debe ser independiente de toda influencia externa? Ésta es una pregunta seria que cada uno se está formulando a sí mismo. ¿Existe tal energía absolutamente libre de todo proceso causativo?
Examinemos esto juntos. La dimensión tiene siempre un final. El pensamiento es el resultado de una causa, la cual es el conocimiento. Lo que tiene dimensión, tiene un final. Cuando decimos que comprendemos, ello implica generalmente una comprensión intelectual o verbal, pero el comprender consiste en percibir sensiblemente ‘lo que es’, y esta percepción misma es el marchitamiento de ‘lo que es’. La percepción es esta atención que concentra toda la energía para observar el movimiento de ‘lo que es’. Esta energía de percepción no tiene causa, tal como la inteligencia y el amor no tienen causa.
Cartas a las Escuelas
15 de octubre de 1983
Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.