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Cartas a las Escuelas

15 de febrero de 1983

La inteligencia no es el resultado de la disciplina. No es un subproducto del pensamiento. El pensamiento es un resultado del conocimiento y de la ignorancia. No puede haber disciplina sin amor. La disciplina del pensamiento, aunque posee ciertos valores, lleva a la conformidad. La conformidad es el método de disciplina tal como generalmente se le conoce: imitar y seguir un patrón. Disciplina, en realidad, significa aprender, no someterse a una norma fija. Desde la infancia se nos dice que debemos moldearnos conforme a una estructura religiosa o social, que debemos controlarnos, obedecer. Esta disciplina se basa en la recompensa y el castigo. La disciplina es inherente a cada sujeto. Si uno quiere ser un buen jugador de golf o de tenis, ello le exige que preste atención a cada golpe a fin de responder con gracia y rapidez. El juego mismo tiene su orden intrínseco y natural. Este orden educativo se ha ido de nuestra vida, la cual se ha vuelto caótica, despiadada, competitiva, y sólo busca el poder con todos sus placeres.

La disciplina implica, ¿no es así?, aprender todo el complejo movimiento de la vida - en lo social, en lo personal y más allá de lo personal. Nuestra vida está fragmentada, y nosotros tratamos de comprender cada fragmento o de integrar los fragmentos. Si reconocemos todo esto, la mera imposición de una disciplina y de ciertos conceptos, se vuelve más bien insensata, pero sin alguna forma de control, la mayoría de nosotros enloquece. Es indudable que las restricciones nos sujetan, nos compelen a seguir la tradición.

Uno se da cuenta de que en nuestra vida tiene que haber cierto orden, pero ¿es posible tener orden sin ninguna forma de compulsión, sin presión alguna y, esencialmente, sin la recompensa o el castigo? El orden social es caótico; hay injusticia, el rico y el pobre, etc. Todos los reformadores tratan de producir la igualdad social y, aparentemente, ninguno de ellos ha tenido éxito. Los gobiernos tratan de imponer el orden por la fuerza, por la ley, por la propaganda sutil. Aunque a todo esto podamos ponerle una tapa, la olla sigue hirviendo.

Debemos, pues, abordar el problema de una manera diferente. Hemos intentado toda suerte de métodos para civilizar, para domesticar al hombre, y esto tampoco ha tenido mucho éxito. Todas las guerras indican barbarie, ya se trate de guerras santas o guerras políticas. Así que debemos volver a la pregunta: ¿Puede haber un orden que no sea producto del ingenioso pensamiento? Disciplina significa el arte de aprender. Para la mayoría de nosotros, aprender implica atesorar en la memoria, leer una enorme cantidad de libros, ser capaz de citar a numerosos autores. Saber coleccionar palabras así como escribirlas, hablar o comunicar a la gente ideas de otras personas o las propias ideas. Implica actuar eficientemente como ingeniero o científico, como músico o mecánico. Uno puede distinguirse en el conocimiento de estas cosas y, de esa manera, volverse más y más capaz de ganar dinero, posición y poder. Esto es lo que generalmente se acepta como aprender: acumular conocimientos y actuar a base de ellos; o, mediante la acción, acumular conocimientos - que viene a ser lo mismo. Ésta ha sido nuestra tradición, nuestra costumbre. Y así estamos siempre viviendo y aprendiendo en el campo de lo conocido. Con esto no sugerimos la existencia de algo desconocido; señalamos la necesidad de tener un discernimiento lúcido en las actividades de lo conocido, en sus limitaciones, sus peligros y su interminable continuidad. Ésta es la historia del hombre. Nosotros no aprendemos de las guerras; repetimos las guerras, y la brutalidad, la bestialidad continúan con su corrupción.

Sólo si vemos realmente la limitación del conocimiento - que cuanto más lo acumulamos, más bárbaros nos estamos volviendo - podemos empezar a investigar qué es el orden no impuesto externamente ni autoimpuesto, ya que ambas formas de orden implican conformidad y, por tanto, conflicto interminable. La captación de todo esto es atención, no concentración; y la atención es la esencia de la inteligencia y el amor. Esto trae naturalmente el orden que no contiene compulsión alguna.

Ahora bien, como educadores, como padres - que es la misma cosa -, ¿no es posible para nosotros comunicar esto a nuestros estudiantes e hijos? Puede que ellos sean demasiado jóvenes para comprender todo eso que acabamos de leer. Vemos las dificultades, y vemos que estas mismas dificultades nos impedirán captar la cuestión mayor. De modo que no estoy convirtiendo esto en un problema; sólo estoy mucho más alerta a lo que es el caos y a lo que es el orden. Ambos no tienen relación alguna entre sí. Uno no nace del otro. Y yo no estoy negando uno ni aceptando el otro. Pero la floreciente semilla de la percepción habrá de producir la acción justa, correcta.

Cartas a las Escuelas

15 de febrero de 1983

Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.

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