Cartas a las Escuelas
15 de enero de 1983
Nuestros cerebros son muy antiguos. Han evolucionado a través de incontables experiencias, accidentes, muertes, y el florecimiento del cerebro ha proseguido sin interrupción durante milenios. El cerebro posee una gran variedad de capacidades, está siempre activo, funcionando y viviendo en medio de sus propios recuerdos y ansiedades, lleno de miedo, incertidumbre y dolor. Éste es el eterno ciclo en que ha vivido - los placeres transitorios y la incesante actividad. En este largo proceso ha estado condicionándose a sí mismo, moldeando su propio estilo de vida, ajustándose a su propio ambiente como pocas especies lo han hecho, combinando odio y afecto, matando a otros y, al mismo tiempo, tratando de encontrar una vida pacífica. Está moldeado por la infinita actividad del pasado, siempre modificándose a sí mismo, pero la estructura básica de recompensa y dolor permanece casi igual. Este condicionamiento intenta moldear el mundo exterior, pero internamente está siguiendo el mismo patrón, siempre dividiendo el ‘yo’ del ‘tú’, el ‘nosotros’ del ‘ellos’, sintiéndose lastimado y procurando lastimar: un patrón en el que los afectos pasajeros con su placer constituyen nuestro modo de vida.
Para observar todo esto sin juicio de valor, se hace necesario - si es que ha de haber un cambio profundo, vital - percibir la complejidad de nuestra vida, percibirla sin preferencia alguna: sólo ver exactamente lo que es. ‘Lo que es’, es mucho más importante que ‘lo que debería ser’. Solamente existe lo que es, y jamás lo que debería ser. Lo que es sólo puede cesar; no puede convertirse en otra cosa. La terminación de lo que es tiene un significado mayor que lo que pueda encontrarse más allá de esta terminación. Ir en busca de lo que está más allá es cultivar el temor; buscar lo que se encuentra más allá es eludir, rechazar lo que es. Siempre estamos persiguiendo lo que no es, alguna cosa distinta de la real. Si pudiéramos ver esto y permanecer con lo que es, por desagradable o temible o placentero que pudiera ser, entonces la observación, que es atención pura, disiparía lo que es. Una de nuestras dificultades es que queremos avanzar y nos decimos: «Comprendo esto, ¿entonces, qué?» El ‘qué’ está huyendo de lo que es. ‘Lo que es’ es el movimiento del pensar. Si es doloroso, el pensamiento trata de evitarlo, pero si es placentero, el pensamiento se aferra a ello y lo prolonga; éste es, entonces, uno de los aspectos del conflicto.
No existe el opuesto sino sólo lo que realmente es. Como no existe el opuesto en el sentido psicológico, la observación de lo que es no acarrea conflicto. Pero nuestros cerebros están condicionados por la ilusión del opuesto. Desde luego que hay opuestos: luz y oscuridad, hombre y mujer, negro y blanco, alto y bajo, etc. Pero aquí estamos tratando de estudiar el campo psicológico del conflicto. El ideal engendra conflicto. Pero nosotros estamos condicionados por siglos de idealismo - el estado ideal, el hombre ideal, el prototipo, el dios. Es esta división entre el prototipo y lo real, la que engendra conflicto. Ver la verdad de esto no constituye un juicio de evaluación.
He estudiado atentamente lo que se ha dicho en esta carta. Comprendo la lógica de ello, su sentido común, pero la carga del pasado es tan grande, que el persistente, constante entremetimiento de la ilusión cultivada, del ideal que implica ‘lo que debería ser’, está siempre interfiriendo. Me pregunto si esta ilusión puede ser totalmente disipada, o si debo aceptarla como una ilusión y dejarla que se marchite. Puedo ver que cuanto más lucho contra ella, tanta más vida le doy, y que es muy difícil permanecer con lo que es.
Ahora bien, como educador - en ambos aspectos, el del padre y el del maestro - ¿puedo comunicar este sutil y complejo problema del conflicto en los seres humanos? ¡Qué vida maravillosa sería ésta sin conflictos, sin problemas! O más bien, a medida que surgen - lo cual parece inevitable -, abordar los problemas de inmediato y no vivir con ellos. Hasta ahora, el método de la educación ha sido cultivar la competencia y, por ende, alimentar el conflicto. Así es como veo acumularse un problema tras otro en mi responsabilidad hacia el estudiante. Las dificultades me ahogan, y entonces comienzo a perder la visión de lo que es un ser humano bueno. Estoy usando la palabra ‘visión’ no como un ideal, no como una meta en el futuro, sino como la verdadera y profunda realidad de la bondad y la belleza. No es algún sueño extravagante, una cosa que debe alcanzarse, sino que la verdad misma de ello es un factor que libera. Esta percepción es lógica, razonable y totalmente sensata. No tiene implicaciones de sentimentalismo ni de frivolidad romántica.
Me encuentro, pues, enfrentado a la total aceptación de lo que es, y veo que mis estudiantes están atrapados en la evitación de lo real. De modo que hay aquí una contradicción, y si no soy cuidadoso y no estoy muy atento en mi relación con los estudiantes, ocasionaré conflicto, una lucha entre nosotros. Yo veo, pero ellos no - lo cual es un hecho. Deseo ayudarles a ver. A ver no mi percepción de la verdad, sino ayudarles a que cada uno de ellos vea la verdad que no pertenece a nadie. Cualquier forma de presión es un factor que distorsiona - como el dar ejemplo o serlo -, de modo que tengo que acometer esto muy despacio e interesarlos para que investiguen la terminación del conflicto - investigar si ello es o no es posible. Ahora me ha tomado una semana o tal vez más comprender esto, captar su significación. Puede ser que no lo esté viviendo efectivamente, pero he captado su delicado diseño, y esto es algo que ya no debo dejar que se me escape. Si los estudiantes captan siquiera el perfume de esto, ello es como una semilla viva.
Estoy descubriendo que la paciencia no contiene elemento alguno de tiempo, mientras que la impaciencia está en la naturaleza del tiempo. No estoy tratando de obtener un resultado o de llegar a cierta conclusión. No estoy absorbido por todo esto; existe en ello un factor que regenera.
Cartas a las Escuelas
15 de enero de 1983
Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.