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Cartas a las Escuelas

Primero de enero de 1983

El descontento no necesariamente conduce hacia la inteligencia. Casi todos nosotros tenemos alguna clase de descontento, y no nos satisface la mayoría de las cosas. Podemos tener dinero, posición y cierta clase de prestigio en el mundo, pero siempre está ahí este gusano del descontento. Cuanto más tiene uno, más desea. La satisfacción no se satisface nunca. El descontento es como una llama: por mucho que uno la alimente, absorbe más. Es curioso cómo la satisfacción encuentra su realización transitoria y se aferra a ella, aunque ésta pronto se desvanece y vuelve otra vez el deseo de más. Al parecer, éste es el constante oscilar de un objeto de satisfacción a otro, tanto física como internamente. El ‘más’ es la raíz del descontento. La llama de la medida lleva a la saciedad, a la indiferencia y al abandono, o lleva a una más amplia y profunda investigación.

Cuando uno investiga, la satisfacción no es el objetivo. La investigación es su propia fuente, y ésta jamás se vacía. Es como el manantial, y jamás puede desmandarse por ninguna clase de satisfacción. Esta llama nunca puede ser sofocada por ninguna actividad que implique realización personal, externa o interna. Casi todos nosotros tenemos esta débil llama que generalmente es sofocada por alguna forma de ganancia, pero para permitir que esta débil llama arda furiosamente, la medida del ‘más’ debe cesar por completo. Sólo entonces la llama consume todo sentido de gratificación.

Como educador, me he estado interesando en otro problema. No puedo disponer de toda una escuela para mí mismo. En una escuela tengo muchos colegas. Algunos son sumamente brillantes - no lo digo con aire condescendiente. Otros son torpes en diverso grado, aunque todos son lo que se dice bien educados, tienen títulos y todo eso. Tal vez uno o dos de nosotros estamos tratando de ayudar a los estudiantes para que comprendan la naturaleza de la inteligencia, pero siento que, a menos que todos juntos y cooperativamente ayudemos al estudiante en este sentido, aquellos maestros que no se interesen en cultivar esto, actuarán naturalmente como un impedimento. Éste es el problema de unos pocos de nosotros; esto es lo que ocurre durante la mayor parte del tiempo en los centros educacionales. De modo que mi problema es - y permítame repetir de nuevo que esto no lo digo con ningún sentido de superioridad o condescendencia - cómo vamos nosotros, los pocos, a tratar con los muchos. ¿Cuál es nuestra respuesta a ellos? Es un reto que debe ser afrontado en todos los niveles de nuestra vida. En todas las formas de gobierno está la división entre los pocos y los muchos. Los pocos pueden interesarse en toda la población, y los muchos puede que sólo se interesen en sus propios y mezquinos intereses particulares. Esto ocurre en todo el mundo, y está sucediendo en el campo de la educación. ¿Cómo hemos de establecer, pues, una relación con aquellos de nosotros que no están totalmente comprometidos en el florecimiento de la inteligencia y la bondad? ¿O todo ello es un solo problema, el de despertar la llama de la inteligencia en la totalidad de la escuela?

Por supuesto que la actitud autoritaria destruye toda inteligencia. El sentido de obediencia sólo engendra temor, que en sí mismo aleja inevitablemente la comprensión de la verdadera naturaleza de la inteligencia. ¿Qué lugar ocupa, entonces, la autoridad en una escuela? Tenemos que estudiar la autoridad, y no afirmar meramente que no debería haber autoridad sino sólo libertad, etc. Tenemos que estudiarla como estudiamos el átomo. La estructura del átomo es ordenada. La obediencia, el seguimiento, la aceptación ciega o consciente de la autoridad debe, inevitablemente, producir desorden.

¿Cuál es la raíz de la obediencia que engendra la autoridad? Cuando uno vive en el desorden, en la confusión, la sociedad se vuelve completamente caótica; entonces, ese desorden mismo crea la autoridad, como ha sucedido con tanta frecuencia en nuestra historia. El origen de la aceptación de la autoridad, ¿es el temor, el estar uno mismo inseguro, falto de claridad? Entonces cada ser humano contribuye a crear la autoridad que nos dirá lo que tenemos que hacer - como ha ocurrido en todas las religiones, en todas las sectas y comunidades: el eterno problema del gurú y el discípulo, que se destruyen el uno al otro. El seguidor se convierte entonces en el líder. Este ciclo se está repitiendo eternamente.

Estamos estudiando juntos, en el verdadero sentido de la palabra, cuál es el proceso causativo de la autoridad. Si cada uno de nosotros ve que es el miedo, la estupidez, o algún factor más profundo, entonces el estudio mutuo de ello, verbal o no verbal, tiene significación. En el estudio puede haber un intercambio de pensamientos, y la observación silenciosa de las causas que generan la autoridad. Entonces, ese estudio mismo deja al descubierto la luz de la inteligencia, porque en la inteligencia no hay autoridad. No es ‘su’ inteligencia o ‘mi’ inteligencia. Unos pocos de nosotros pueden ver esto profundamente, realmente, sin ningún engaño, y es responsabilidad nuestra que esta llama se difunda dondequiera que estemos, ya sea en la escuela, en el hogar o en el gobierno burocrático. Que no permanezca sólo en un lugar, dondequiera que uno se encuentre.

Cartas a las Escuelas

Primero de enero de 1983

Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.

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