Cartas a las Escuelas
Primero de noviembre de 1982
Como lo hemos señalado, estamos profundamente comprometidos con nuestra vida cotidiana; lo estamos como educadores y como seres humanos. Primero somos seres humanos y después educadores; no a la inversa. Como ser humano, con una especial profesión de educar, la vida del maestro no se desenvuelve solamente en el aula, sino que está comprometida con todo el mundo exterior, así como con sus propias luchas internas, sus ambiciones y relaciones. El maestro está tan condicionado como el estudiante. Aunque su condicionamiento pueda variar, sigue siendo condicionamiento. Si uno lo acepta como inevitable y se deja guiar por él, entonces está además condicionando a otros. Hay muchos que aceptan esto, tratando de modificar sus limitaciones, pero como educadores a ustedes les concierne producir una entidad social diferente, ¿no es así?, una generación futura que perciba la inutilidad de las guerras y del asesinato organizado; una generación que se interese en la relación global, sin aislamientos nacionalistas; una generación que esté comprometida con la verdad. Ésta es, indudablemente, la función de un verdadero educador.
La conciencia humana está condicionada. Cualquier persona reflexiva aceptaría este hecho, pero muchos de nosotros no nos damos cuenta de ello, y tal vez el educador tampoco. Una de las funciones del maestro es darse cuenta de su condicionamiento e investigar si le es posible librarse de su limitación. Tenemos que investigar, pues, qué es darse cuenta, qué es concentrarse y qué es prestar atención total. Es muy importante comprender el significado de estas cosas.
Darse cuenta, percibir, implica sensibilidad; ser sensible a la naturaleza, a las colinas, a los ríos y árboles que a uno lo rodean; percibir a ese hombre pobre que baja por el camino; ser sensible a sus sentimientos, a sus reacciones, a su espantosa y degradante pobreza; ser sensible al hombre que está sentado junto a uno, o al nerviosismo de nuestro amigo o de nuestra hermana. Esta sensibilidad no contiene en sí opción alguna, no es crítica. No hay en ella juicio ni evaluación. Ustedes son sensibles a la nube, con respecto a la cual nada pueden hacer. ¿Es esta sensibilidad el resultado del tiempo y de la práctica? Si admiten el pensamiento y la práctica, entonces ese mismo pensamiento, esa práctica, matan la sensibilidad. Aprendan a observar sensiblemente, aprendan lo que implica la sensibilidad; no la cultiven, cáptenla. No pregunten cómo captarla, ¡háganlo! En la percepción misma son ustedes sensibles. En la sensibilidad no hay resistencia. La sensibilidad lo es a lo inmediato y a lo infinito.
Concentración es el proceso de resistencia. Todo educador sabe lo que es concentrarse. El educador se ocupa de atestar el cerebro con conocimientos sobre múltiples materias, a fin de que el estudiante pueda pasar los exámenes y conseguir un empleo. El estudiante también tiene esto en mente. El educador y el estudiante fomentan el uno en el otro esa forma de resistencia que es la concentración. De ese modo, está uno desarrollando la capacidad de resistir, de excluir, y así se aísla gradualmente. Concentrarse es enfocar la energía de uno en el pizarrón o en un libro, evitando la distracción. La propia palabra ‘distracción’ implica concentración. En realidad, la distracción no existe. Sólo existe la resistencia llamada concentración, y cualquier movimiento que nos aleja de eso, se considera que es una distracción. Y así, en ello hay conflicto, lucha y resistencia. Esta resistencia producirá inevitablemente la limitación del cerebro, limitación que constituye nuestro condicionamiento. Percibir con sensibilidad todo este movimiento, es moverse en un área diferente - implica estar atento.
¿Qué es estar atento? Si realmente captamos qué significa ser sensible, darse cuenta, si captamos lo limitada que es la concentración - captarlo no de manera verbal o intelectual, sino percibir la realidad de tales estados - entonces podemos preguntarnos qué es estar atento. La atención incluye el ver y el escuchar. Escuchamos no sólo con nuestros oídos, sino que también somos sensibles a los tonos, a la voz, a la implicación de las palabras; cuando escuchamos así, sin interferencia alguna, captamos instantáneamente la profundidad de un sonido. El sonido juega un papel extraordinario en nuestras vidas; el sonido de un trueno, una flauta sonando en la distancia, el extraño sonido del universo; el sonido del silencio, el sonido del propio corazón que late; el sonido de un pájaro y el ruido de un hombre que camina sobre el pavimento; el sonido de una cascada. El universo está lleno de sonido. Este sonido tiene su propio silencio; todas las cosas vivientes están incluidas en este sonido del silencio. Estar atento es escuchar este silencio y moverse con él.
El ver es una cuestión muy compleja. Uno ve un árbol, lo ve casualmente con los ojos y pasa de largo rápidamente, sin ver jamás los detalles de una hoja, su forma y estructura, sus colores, la variedad de los verdes. Observar una nube que contiene en si toda la luz del mundo, seguir el sonido de un torrente que parlotea mientras desciende por la colina; mirar, con sensibilidad sin resistencia, al amigo de uno, verse uno a sí mismo sin las sombras del rechazo o de la aceptación fácil; verse como una parte del todo; ver la inmensidad del universo. Esto es observación: ver sin la sombra del ‘yo’.
La atención es este escuchar y este ver, y en esta atención no hay limitación ni resistencia; por lo tanto, es una atención ilimitada. Atender implica esta inmensa energía que no está restringida a un punto. En esta atención no existe un movimiento repetitivo; no es mecánica. No es cuestión de cómo mantener esta atención, y cuando uno ha aprendido el arte de ver y escuchar, esta atención puede, ella misma, enfocarse en una página, en una palabra. En esto no hay resistencia, que es la actividad de la concentración. La inatención no puede perfeccionarse para convertirse en atención. Darse cuenta de la inatención, es terminar con ella; no es que la inatención se vuelva atención. El terminar con la inatención no tiene continuidad. El pasado que se modifica a sí mismo, es el futuro - una continuidad de lo que ha sido - y es en la continuidad que nos sentimos seguros, no en el terminar con algo. De modo que la atención no tiene la característica de la continuidad. Cualquier cosa que continúa es mecánica. El devenir es mecánico e implica tiempo. La atención no tiene la cualidad del tiempo. Todo esto es un asunto muy complicado. Uno debe investigarlo poco a poco y muy a fondo.
Cartas a las Escuelas
Primero de noviembre de 1982
Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.