Cartas a las Escuelas
15 de septiembre de 1979
Uno es propenso, como educador, a olvidar o descuidar la responsabilidad que tiene de dar origen a una nueva generación de seres humanos que psicológicamente, internamente, estén libres de desdichas, ansiedades y tormentos. Es una responsabilidad sagrada, y no puede ser desechada por las propias ambiciones, el status o el poder. Si el educador siente tal responsabilidad - la inmensidad de ella, la profundidad y belleza de esa responsabilidad - encontrará la capacidad para enseñar y para alimentar su propia energía. Esto exige una gran diligencia, no un esfuerzo periódico fortuito, y entonces la profunda responsabilidad habrá de encender el fuego que lo sostendrá como un ser humano total y un gran maestro. Como el mundo está degenerando rápidamente, tiene que haber en todas estas escuelas un grupo de maestros y estudiantes dedicados a producir una transformación radical de los seres humanos mediante una verdadera educación. La palabra ‘verdadera’ no es materia de opinión, evaluación o algún concepto inventado por el intelecto. La palabra ‘verdadera’ denota acción total en que cesa todo motivo que se base en el interés egoísta. La propia responsabilidad dominante, el interés no sólo del maestro sino también del estudiante, es el factor que expulsa los problemas que se perpetúan a sí mismos. Por inmadura que la mente sea, una vez que usted acepta esta responsabilidad, esa misma aceptación da origen al florecimiento de la mente. Este florecimiento se da en la relación entre el estudiante y el educador, no es una cuestión unilateral. Cuando usted lea esto, por favor, préstele su total atención y sienta la urgencia de esta responsabilidad, siéntala intensamente. Tenga la bondad de no convertir esto en una abstracción, en una idea; mientras lo lee, observe más bien el hecho real, lo que verdaderamente ocurre.
Casi todos los seres humanos desean en sus vidas poder y riqueza. Cuando hay riqueza, existe cierta sensación de libertad y se persigue el placer. El deseo de poder parece ser un instinto que se expresa de muchos modos. Está en el gurú, en el sacerdote, en la esposa o el marido, o en un muchacho con respecto a otro. Este deseo de dominar o de someter es una de las condiciones del hombre, probablemente heredada del animal. Esta agresividad y el sometimiento a ella, pervierten toda relación a lo largo de la vida. Esta ha sido la norma desde el principio de los tiempos. El hombre ha aceptado esto como un natural estilo de vida, con todos los conflictos y desdichas que trae consigo.
Básicamente, en ello se encuentra involucrada la medida - el más y el menos, lo mayor y lo menor - que en esencia implican comparación. Uno siempre está comparándose con otro, comparando una pintura con otra; hay comparación entre el poder más grande y el más pequeño, entre el tímido y el agresivo. Ello comienza casi al nacer y continúa a lo largo de toda la vida - este constante medir el poder, la posición, la riqueza. Esto se fomenta en las escuelas, colegios y universidades. Todo su sistema de calificar consiste en esta evaluación comparativa del conocimiento. Cuando A es comparado con B, que es inteligente, brillante, agresivo, esa comparación misma destruye a A. Esta destrucción toma la forma de la competencia, de la imitación y conformación a los patrones establecidos por B. Ello engendra, consciente o inconscientemente, antagonismo, celos, ansiedad e incluso miedo, y termina por volverse la condición en la que A vive por el resto de su vida, siempre midiendo, siempre comparando psicológica y físicamente.
Esta comparación es uno de los muchos aspectos de la violencia. La palabra ‘más’ es siempre comparativa, igual que la palabra ‘mejor’. La pregunta es: ¿Puede el educador dejar de lado en la enseñanza toda comparación, toda medida? ¿Puede tomar al estudiante como es, no como debería ser, sin emitir juicios basados en evaluaciones comparativas? Es sólo cuando hay comparación entre uno al que llaman inteligente y otro al que llaman torpe, que existe una cualidad como la torpeza. El idiota, ¿es un idiota a causa de la comparación, o debido a que es incapaz de desarrollar ciertas actividades? Establecemos determinados patrones que se basan en la medida, y a aquellos que no están a la altura de dichos patrones, los consideramos deficientes. Cuando el educador descarta la comparación y la medida, entonces se interesa por el estudiante tal como es, y su relación con él es directa y por completo diferente. Esto es realmente muy importante que se comprenda. El amor no es comparativo, carece de medida. La comparación y la medida son recursos del intelecto, que es divisivo. Cuando esto se comprende básicamente - no el significado verbal sino la verdad factual de ello - la relación del maestro con el estudiante experimenta un cambio radical. Las últimas pruebas del medir son los exámenes con su temor y sus ansiedades que afectan profundamente la vida futura del estudiante. Toda la atmósfera de una escuela experimenta una transformación cuando no existe sentido alguno de comparación, de competencia.
Cartas a las Escuelas
15 de septiembre de 1979
Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.