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Cartas a las Escuelas

Primero de mayo de 1979

Después de todo, la escuela es un lugar donde uno aprende no sólo los conocimientos requeridos por la vida cotidiana, sino también el arte de vivir, con todas sus complejidades y sutilezas. Parecemos olvidar esto, y quedamos totalmente presos en la superficialidad del conocimiento. El conocimiento es siempre superficial y aprender el arte de vivir no se cree necesario. El vivir no se considera un arte. Cuando uno deja la escuela, cesa de aprender y continúa viviendo de aquello que ha acumulado como conocimiento. Jamás consideramos que la vida es un proceso total de aprender. Cuando observamos la vida, vemos que el diario vivir es un movimiento y cambio constante, y nuestra mente no es lo bastante veloz y sensible para seguir sus sutilezas. Uno llega a ello con reacciones y fijaciones ya hechas. ¿Puede evitarse eso en estas escuelas? Lo cual no quiere decir que se debe tener una mente ‘abierta’. En general, la mente ‘abierta’ es como un tamiz que retiene poco o nada. Pero una mente que sea capaz de rápida percepción y acción, si es necesaria. Es por eso que hemos estado investigando la cuestión del discernimiento con su acción instantánea. El discernimiento no deja la cicatriz del recuerdo. La experiencia, tal como se entiende, generalmente deja su residuo como recuerdo, y uno actúa desde este residuo. En consecuencia, la acción fortalece el residuo, y por eso es que la acción se vuelve mecánica. El discernimiento no es una actividad mecánica. ¿Puede, entonces, enseñarse en la escuela que la vida cotidiana es un proceso constante de aprender y actuar en la relación sin que se fortalezca el residuo que es la memoria? Para casi todos nosotros, la cicatriz psicológica se vuelve algo de suma importancia, y perdemos la veloz corriente de la vida.

Ambos, el estudiante y el educador, viven en un estado de confusión y desorden, tanto externa como internamente. Uno puede no advertir este hecho, y si lo advierte, rápidamente pone orden en las cosas exteriores, pero raramente se da cuenta uno de su confusión y desorden internos.

‘Dios’ es desorden. Considere los innumerables dioses que el hombre ha inventado, o el dios único, el salvador único, y observe la confusión que todo esto ha creado en el mundo, las guerras que ha ocasionado, las innumerables divisiones, las creencias separativas, los símbolos y las imágenes. ¿No es esto confusión y desorden? Nos hemos acostumbrado a ello, lo aceptamos sin dificultad. Debido a que nuestra vida es tan tediosa, con su fastidio y sus angustias, buscamos el bienestar en los dioses que ha ideado el pensamiento. Este ha sido nuestro modo de vida por miles de años. Cada civilización ha inventado sus dioses, y ellos han sido el origen de grandes tiranías, guerras y destrucción. Los edificios de esos dioses pueden ser extraordinariamente hermosos, pero dentro de ellos están la oscuridad y el origen de la confusión.

¿Puede uno dejar de lado a estos dioses? Debe hacerlo si ha de considerar por qué la mente humana acepta el desorden y vive en él, tanto política como religiosa y económicamente. ¿Cuál es el origen de ese desorden, su realidad, no la razón teológica? ¿Puede uno descartar los conceptos acerca del desorden y hallarse libre para investigar la verdadera fuente diaria de nuestro desorden? No lo que el orden es, sino la naturaleza del desorden. Sólo podemos descubrir qué es el orden absoluto cuando hemos investigado cabalmente y a fondo el desorden y su origen. Estamos tan ansiosos por descubrir qué es el orden, somos tan impacientes con el desorden que estamos dispuestos a reprimirlo, pensando que de ese modo produciremos orden. Aquí no sólo nos preguntamos si puede haber orden absoluto en nuestra vida diaria; también nos preguntamos si puede terminar esta confusión.

De modo que, en primer lugar, nos concierne el desorden y su origen. ¿Cuál es ese origen? ¿Es el pensamiento? ¿Son los deseos contradictorios? ¿Es el temor y la búsqueda de seguridad? ¿Es la constante exigencia de placer? ¿Es el pensamiento una de las fuentes o la razón principal del desorden? Estas preguntas no la formula solamente quien escribe, sino que también usted se las hace; así que, por favor, tenga esto presente todo el tiempo. Es usted quien debe descubrir el origen del desorden, no que le digan cuál es ese origen para después repetirlo verbalmente.

El pensamiento, como ya lo señalamos es finito, limitado; y todo lo que es limitado, por amplias que puedan ser sus actividades, inevitablemente trae confusión. Lo limitado es divisivo y, por tanto, es destructivo y causa desorden. Hemos examinado suficientemente la estructura y naturaleza del pensamiento, y tener un discernimiento directo en él es darle su verdadero lugar, y así el pensamiento pierde su abrumador dominio.

¿Es el deseo - y los cambiantes objetos del deseo - una de las causas de nuestro desorden? Suprimir el deseo es suprimir toda sensación, lo cual implica paralizar la mente. Pensamos que éste es el modo más fácil y rápido de terminar con el deseo, pero uno no puede suprimir el deseo; es demasiado fuerte, demasiado sutil. Usted no puede asirlo en su mano y retorcerlo según su voluntad - que es otro deseo. Hemos hablado del deseo en una carta anterior. El deseo jamás puede ser suprimido ni transmutado. Siempre sigue siendo sensación y deseo, cualquier cosa que usted haga al respecto. El deseo de iluminación y el deseo de dinero son la misma cosa aunque los objetos varíen. ¿Puede uno vivir sin deseo? O para expresarlo de manera diferente; ¿Pueden los sentidos hallarse supremamente activos sin que intervenga el deseo? Hay actividades sensorias tanto psicológicas como físicas. El cuerpo busca tibieza; comida, sexo; existe el dolor físico y así sucesivamente. Estas sensaciones son naturales, pero cuando penetran en el campo psicológico, comienzan las dificultades. Y en eso radica nuestra confusión. Es importante que comprendamos esto, en especial cuando somos jóvenes. Observar las sensaciones físicas sin reprimirlas ni exagerarlas, y estar alerta, vigilar que ellas no se filtren dentro del reino psicológico interior al que no pertenecen - en eso radica nuestra dificultad. Todo el proceso ocurre tan rápidamente a causa de que no vemos esto, de que no lo hemos comprendido, de que jamás hemos examinado realmente lo que en verdad sucede.

El reto recibe una respuesta sensoria inmediata. Esta respuesta es natural y no se encuentra bajo el dominio del pensamiento, del deseo. Nuestra dificultad comienza cuando estas respuestas sensorias penetran en el reino psicológico. El reto puede ser una mujer o un hombre o algo agradable, apetitoso; o un bello jardín. La respuesta a esto es sensación, y cuando esta sensación penetra en el campo psicológico, comienza el deseo; y el pensamiento con sus imágenes busca la realización del deseo.

Nuestra pregunta es: ¿Cómo impedir que las naturales reacciones físicas penetren en lo psicológico? ¿Es esto posible? Es posible únicamente cuando usted observa la naturaleza del reto; cuando la observa con gran atención y vigila cuidadosamente las respuestas. Esta atención total evitará que las reacciones físicas penetren en la psiquis interna.

Nos concierne el deseo y la comprensión del deseo, no el factor embrutecedor de la represión, el escape o la sublimación. Usted no puede vivir sin el deseo; cuando uno tiene hambre, necesita comer. Pero comprender - que implica investigar - toda la actividad del deseo, es dar a éste su justo lugar. De ese modo no será una fuente de desorden en nuestra vida cotidiana.

Cartas a las Escuelas

Primero de mayo de 1979

Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.

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