Cartas a las Escuelas
15 de noviembre de 1978
La palabra responsabilidad debe ser comprendida en toda su significación. Proviene de ‘responder’, responder no parcialmente sino de manera total. La palabra también implica ‘remitirse al pasado’: responder al propio trasfondo, o sea, remitirse al propio condicionamiento. Tal como se entiende generalmente la responsabilidad, es la acción del propio condicionamiento humano. Nuestra cultura, la sociedad en que vivimos, es natural que condicione la mente, ya sea esa cultura nativa o foránea. Desde este trasfondo responde uno, y esta respuesta limita nuestra responsabilidad. Si uno ha nacido en la India, en Europa, en América o en donde fuere, su respuesta estará de acuerdo con la superstición religiosa - todas las religiones son estructuras supersticiosas - o con el nacionalismo, o con las teorías científicas. Todo esto condiciona nuestras respuestas, y ellas son siempre limitadas, finitas. Y así siempre hay contradicción, conflicto y surge la confusión. Esto es inevitable y ocasiona división entre los seres humanos. La división, en cualquiera de sus formas, tiene que producir no sólo conflicto y violencia sino, por último, guerra.
Si uno comprende el real significado de la palabra responsable y lo que ocurre hoy en el mundo, ve que la responsabilidad se ha vuelto irresponsable. En la comprensión de lo que es ser irresponsable comenzamos a comprender qué es la responsabilidad. La responsabilidad lo es por lo total, como la palabra lo implica, no por la propia persona, no por la familia de uno, no por algunos conceptos o creencias, sino por la humanidad total.
Nuestras diversas culturas han puesto énfasis en el carácter separativo del hombre, que llaman ‘individualismo’, y que ha resultado en que cada cual hace lo que quiere, o está comprometido con su pequeño talento particular, sea o no provechoso o útil ese talento para la sociedad. Esto sin mencionar lo que los totalitarismos desean que uno crea: que solamente el Estado y las autoridades que lo representan son importantes, no los seres humanos. El Estado es un concepto, pero un ser humano, aunque viva en él, no es un concepto. El miedo es una realidad, no un concepto.
Un ser humano, psicológicamente, es la humanidad total. No sólo la representa sino que es la totalidad de la especie humana. Un ser humano es, en esencia, la psiquis total de la humanidad. Sobre esta realidad, diversas culturas han impuesto la ilusión de que cada ser humano es diferente. La humanidad ha estado atrapada en esta ilusión durante siglos, y esta ilusión ha llegado a convertirse en una realidad. Si uno observa muy detenidamente la total estructura psicológica de uno mismo, descubrirá que tal como uno sufre, así sufre toda la humanidad en grados diversos. Si uno es un solitario, la humanidad toda conoce esta soledad. La agonía, los celos, la envidia y el miedo son conocidos por todos. De modo que, psicológicamente, internamente, uno es igual a otro ser humano. Puede haber diferencias físicas, biológicas; uno es alto o bajo, etcétera, pero básicamente uno es el representante de toda la humanidad. Por tanto, psicológicamente cada uno de nosotros es el mundo; cada uno es responsable por toda la humanidad, no por sí mismo como un ser humano separado, lo cual es una ilusión psicológica. Como el representante de toda la raza humana, la respuesta de uno es total, no parcial. Así, la responsabilidad tiene un significado por completo diferente.
Uno tiene que aprender el arte de esta responsabilidad. Si captamos la plena significación de que uno es psicológicamente el mundo, entonces la responsabilidad se convierte en amor cuya fuerza es irresistible. Entonces uno cuidará del niño, no sólo a edad temprana, sino que verá que él comprenda la significación de la responsabilidad a lo largo de toda su vida. Este arte incluye la conducta, nuestro modo de pensar y la importancia de la acción correcta. En nuestras escuelas la responsabilidad hacia la tierra, hacia la naturaleza y hacia el prójimo, forma parte de la educación que impartimos - no poner el énfasis meramente en los temas académicos, aunque estos sean necesarios.
Entonces podemos preguntarnos qué es lo que el maestro enseña y qué es lo que el alumno recibe. Y más ampliamente, podemos preguntar: ¿Qué es el aprender? ¿Cuál es la función del educador? ¿Consiste en enseñar meramente matemáticas y física, o es la de despertar en el estudiante - y, por tanto, en él mismo - este inmenso sentimiento de responsabilidad? ¿Pueden ambas cosas marchar juntas? O sea, los temas académicos que habrán de ayudar en una carrera, y esta responsabilidad por la humanidad y la vida como algo total. ¿O acaso las dos cosas deben conservarse separadas? Si están separadas, entonces habrá contradicción en la vida del estudiante; se volverá un hipócrita y, deliberada o inconscientemente, mantendrá su vida en dos compartimentos definidos. La humanidad vive en esta división. En la casa él es de una manera, y en la fábrica o en la oficina asume una faz diferente. Hemos preguntado si ambas cosas pueden marchar juntas. ¿Es esto posible? Cuando se formula una pregunta de esta clase, uno debe investigar las implicaciones de la pregunta, y no si ello es o no es posible. Por lo tanto, es sumamente importante el modo en que abordan ustedes esta pregunta. Si la abordan desde el limitado trasfondo - y todo condicionamiento es limitado - habrá entonces una captación parcial de las implicaciones que existen en todo esto. Ustedes deben llegar a esta pregunta como si fuera por primera vez. Entonces descubrirán la futilidad de la pregunta misma porque, si la abordan de ese modo, verán que estas dos cosas se unen, como dos corrientes que forman un río formidable que es la vida de ustedes, una vida de responsabilidad total.
¿Es eso lo que usted está enseñando, al comprender que el maestro tiene la más noble de todas las profesiones? Estas no son meras palabras sino una constante realidad que no debe ser pasada por alto. Si no siente usted la verdad de esto, entonces realmente, debería tener otra profesión; entonces vivirá en las ilusiones que la humanidad ha creado para sí misma.
Podemos, entonces, preguntar nuevamente: ¿Qué está usted enseñando y qué es lo que aprende el estudiante? ¿Están ustedes creando esa extraña atmósfera en la que tiene lugar el verdadero aprender? Si han comprendido la inmensa responsabilidad y la belleza de ello, entonces son ustedes totalmente responsables por el estudiante - por lo que viste, por lo que come, por la manera en que habla y así sucesivamente.
De esta pregunta surge otra: ¿Qué es aprender? Probablemente la mayoría de nosotros ni siquiera se ha formulado esta pregunta, o si nos la hemos formulado, nuestra respuesta proviene de la tradición, que es conocimiento acumulado, un conocimiento que funciona, con destreza o sin destreza, para que podamos ganarnos la subsistencia diaria Esto es lo que le han enseñado a uno, es para eso que existen las habituales escuelas, colegios, universidades, etc. Lo que predomina es el conocimiento, que es uno de nuestros mayores condicionamientos, y de ese modo el cerebro jamás está libre de lo conocido. Siempre está añadiendo a lo que conoce, y así es puesto en una camisa de fuerza de lo conocido y nunca se halla libre para descubrir un modo de vida que no esté en absoluto basado en lo conocido. Lo conocido contribuye a crear una rutina, amplia o estrecha, y uno permanece en ese pensar rutinario porque en él hay seguridad. Tal seguridad es destruida por lo conocido, que es muy limitado. Este ha sido el estilo de vida humana hasta el presente.
¿Existe, pues, una manera de aprender que no introduzca la vida dentro de una rutina, de un surco estrecho? ¿Qué es, entonces, el aprender? Uno debe estar muy claro acerca de los modos en que se desarrolla el conocimiento. ¿Adquirir primero el conocimiento y después actuar a partir de ahí - tecnológica o psicológicamente - o actuar, y a base de esa acción adquirir conocimiento? Ambas son adquisiciones de conocimiento. El conocimiento es siempre el pasado. ¿Hay un modo de actuar sin el peso enorme del conocimiento que el hombre ha acumulado? Lo hay. No es el aprender tal como lo hemos conocido; es la observación pura - observación que no es continua (ésta se convierte entonces en memoria), sino observación de instante en instante. El observador es la esencia del conocimiento, y él impone a lo que observa, aquello que ha adquirido mediante la experiencia y las diversas formas de reacción sensoria. El observador siempre está manipulando lo que observa, y lo que observa es siempre reducido a conocimiento. Así, él está siempre atrapado en la vieja tradición de la formación de hábitos.
Por lo tanto, el aprender es observación pura, no sólo de las cosas externas sino también de lo que ocurre internamente. Es observar sin el observador.
Cartas a las Escuelas
15 de noviembre de 1978
Jiddu Krishnamurti, Cartas a las Escuelas. Textos libros conversaciones filosofía. Letters to Schools 1978...1983. Jiddu Krishnamurti en español.